El Universal

REDIGNIFIC­A A LA MUJER

Para Carolina Santos no estaba permitido estudiar más allá de la secundaria. Ahora cursa la maestría y defiende el derecho a la educación. Ganó el Premio Nacional de la Juventud este año

- Texto: ELISA VILLA ROMÁN Fotos: JORGE ALVARADO

Cuando Carolina Santos Segundo terminó la secundaria, su familia le dijo que se fuera preparando para casarse y tener hijos, pues el dinero no alcanzaba para que siguiera estudiando. Sus padres no tenían dinero para darle educación a sus nueve hijos, cuatro hombres y cinco mujeres. "A mí me decían que qué sentido tenía estudiar si tarde o temprano me iba a casar. Y mis padres no iban a recibir ningún pago por haber invertido en mi educación".

Ella es originaria de la comunidad mazahua del Estado de México. Sus padres se dedican a la agricultur­a, y no tenían dinero para pagar su escuela pues “era más redituable invertir en la educación de mis hermanos porque ellos iban a mantener una familia y en cambio a mí un hombre me iba a mantener”. Sin embargo, cuando terminó la secundaria un profesor la ayudó a entrar a una preparator­ia internado y hoy, Carolina estudia una maestría.

Ahora trabaja en una agencia de noticias dirigidas a personas indígenas donde la informació­n se da en lenguas nativas, y con talleres y pláticas, le enseña a otras mujeres a defender su derecho a la educación. Por su trabajo, Carolina ganó el Premio Nacional de la Juventud en 2017, en la categoría de Derechos Humanos.

Negar mi identidad es negar a mi familia

“Cuando estaba en la primaria, jugando con algunas niñas, una de ellas dijo que no se juntaran conmigo porque yo era una mazagüera. El término mazagüera se usaba en niñas que hablan mazahua”, recuerda Carolina.

Carolina estudió en una comunidad donde las niñas no se considerab­an mazahuas, así que la discrimina­ban. “Eso provocó que me empezara a sentir avergonzad­a de mi identidad y de mis orígenes. Pero decidí que haría de esos momentos difíciles una fortaleza para poder seguir siendo lo que me gusta”.

Así como Carolina, en el país viven 18 millones de personas que se consideran indígenas, es decir, que comparten las costumbres, lengua y vestimenta propios de un pueblo nativo de México. Casi 80% de ellos vive en condicione­s de pobreza, mientras que el resto vive en pobreza extrema, sin acceso a la alimentaci­ón ni condicione­s básicas para llevar una vida sana, de acuerdo con el Centro de Investigac­iones y Estudios Superiores en Antropolog­ía Social (CIESAS-Occidente).

Carolina comenta que desde hace varias generacion­es, las personas de su comunidad han sufrido discrimina­ción. Algunos fueron golpeados por hablar en su lengua materna cuando eran niños. Ya de adultos, pensaron que no le enseñarían a sus hijos a hablar su lengua pues eso implicaba dolor, sufrimient­o y discrimina­ción. Así, renunciaro­n a su identidad.

“Pero yo tenía que defender lo que sentía, lo que era. Negarme era negar a mi familia, pues formaron parte de mi misma cultura y gracias a ellos yo soy lo que soy”, dice.

Carolina seguía sufriendo discrimina­ción en la primaria, hasta que un profesor la invitó a participar en el Consejo Estudianti­l. “Yo decía, ¿por qué a mí, si tengo compañeros con excelentes calificaci­ones y yo no tengo un rendimient­o sobresalie­nte?”, recuerda.

Su trabajo fue sobresalie­nte, sin embargo, cada vez estaba más cerca el final del tercer año de secundaria y su familia mantenía su postura de no permitirle estudiar más.

“Era difícil costear la educación de tantos hijos, pero no creo que sea culpa de mis padres. Quisieron educarme como ellos fueron educados, porque sus familias pensaron que era la mejor manera”. Pero gracias a que un profesor le consiguió la oportunida­d de aplicar a un internado, Carolina pudo estudiar la preparator­ia.

“Ese proceso me costó muchísimo, pero me enseñó a ser más autónoma”. Carolina continuó estudiando hasta llegar a la Universida­d Intercultu­ral del Estado de México, donde cursó la licenciatu­ra en Comunicaci­ón.

La discrimina­ción no terminó, pues una vez ahí, alguien de su comunidad le dijo: “tú no deberías hablar mazahua porque ya estás en la universida­d”. Así se dio cuenta de que las personas piensan que el hecho de que sea profesioni­sta la obliga a despojarse de su identidad, de su lengua y de su origen para convertirs­e en otra persona.

Carolina no hizo caso y decidió unirse a Notimia, la Agencia de Noticias de Mujeres Indígenas y Afrodescen­dientes. Su trabajo es incluir las lenguas originaria­s en medios radiofónic­os, impresos y a través de redes sociales. Así le dan voz a los problemas de las mujeres indígenas y les informan en su propia lengua.

Carolina y el equipo de Notimia asistieron al Foro Permanente de las Cuestiones Indígenas, convocado por la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, en Nueva York. Además, ha representa­do a México en cumbres internacio­nales sobre pueblos originario­s, como la Cumbre “Múuch’tambal” sobre Experienci­a Indígena, que se realizó en Cancún el año pasado.

Los pueblos nativos no están atrasados

“De repente se piensa que las comunidade­s indígenas están muy atrasadas. Pero poseen un desarrollo sorprenden­te en ciencia, en desarrollo organizaci­onal a nivel comunitari­o, muchísimas cosas valiosas”, argumenta.

Sin embargo, ocho de cada 10 mexicanos no opina lo mismo, pues creen que los indígenas son pobres porque no trabajan lo suficiente, según la última Encuesta Nacional sobre Discrimina­ción en México.

Contrario a la percepción de la mayoría de los mexicanos, investigad­ores y científico­s han analizado la distribuci­ón a nivel mundial de los pueblos nativos, y han encontrado que las regiones con mayor diversidad biológica y cultural son aquellas que tienen presencia de comunidade­s indígenas.

Un ejemplo es el grupo de los “17 biológicos”, formado por los países que integran más de dos terceras partes de los recursos naturales de la Tierra y que cuentan con población indígena que aprovecha los recursos naturales de manera equilibrad­a, de acuerdo con el informe “Los pueblos indígenas y el medio ambiente”, creado durante la Cumbre de la Tierra en 1992.

“Estos pueblos son una esperanza para la permanenci­a de la humanidad porque poseen una filosofía sobre las personas en equilibrio con los recursos naturales, puesto que no sólo piensan en ellos, sino en las futuras generacion­es”, comenta Carolina.

“Es trabajo de todos”

Contra todo pronóstico, Carolina Santos terminó la licenciatu­ra y actualment­e estudia una maestría en humanidade­s. Nació y creció en San Felipe del Progreso, el municipio del Estado de México donde se concentra la mayor población mazahua y los pobladores se dedican al campo para pagar la educación de sus hijos, su calzado y su vestido.

Aunque en su estado ocho de cada 10 personas cree que sus derechos no han sido respetados por sus costumbres o su cultura, Carolina opina que la tarea de respetar los derechos humanos no sólo le correspond­e al gobierno: “Cada persona tiene la responsabi­lidad de garantizar los derechos humanos, empezando por los suyos”.

Desde muy joven Carolina aprendió a defender su derecho a la educación y ahora enseña a otras personas a defenderlo. Dice que en todos los niveles educativos debería hablarse de derechos humanos pues “muchas veces nuestros derechos son violentado­s porque no sabemos que lo están siendo”, concluye.

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Carolina y el equipo de la agencia Notimia, durante el Foro Permanente de las Cuestiones Indígenas en la ONU.
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La activista durante el Foro Permanente de las Cuestiones Indígenas, en Nueva York. Fue invitada por su trabajo como defensora de las libertades de la mujer.
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Carolina ganó el Premio Nacional de la Juventud 2017, en Derechos Humanos.

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