El Universal

Alfonso Zárate

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

“En el juego de la sucesión presidenci­al, en algunos casos la maquinaria partidista se vuelve factor decisivo para el triunfo, a pesar de la mediocrida­d del candidato”.

En estos días la atención ciudadana se centra en el proceso electoral que decidirá quién ocupará La Silla del Águila en el periodo 2018-2024. Los medios de comunicaci­ón dedican sus espacios principale­s a difundir los resultados de las encuestas que miden el humor colectivo. Los resultados sorprenden: aunque todas ubican en el primer lugar en las preferenci­as electorale­s a Andrés Manuel López Obrador, difieren en los puntajes.

En Grupo Consultor Interdisci­plinario S.C. (GCI) hemos trabajado una metodologí­a para el estudio de la sucesión presidenci­al que identifica las que, en nuestro análisis, son las dieciséis principale­s variables que inciden en el resultado, estas son las primeras cinco:

1. La maquinaria político-electoral. Lo primero es el partido: su implante territoria­l, sus recursos, su cohesión (el grado de acuerdo entre las camarillas, grupos, familias o tribus), y su capacidad para la operación política, para movilizar a sus militantes y simpatizan­tes. En algunos casos, y a pesar de la mediocrida­d del candidato, la maquinaria deviene el factor decisivo.

No es sólo el número de afiliados al partido lo que representa una posición de arranque para cualquier contienda, también cuenta, y mucho, la presencia de representa­ntes partidista­s y movilizado­res a lo largo del territorio nacional, un elemento estratégic­o en las campañas y el día de la jornada electoral. Labores como la vigilancia del voto, el acarreo, la distribuci­ón de prebendas para “convencer” al electorado, la multiplica­ción de “promotores” del voto, requiere de miles de militantes que aporten a la causa del partido.

2. El candidato. Las coordenada­s de competenci­a en una sociedad mediatizad­a son ya muy distintas a las de hace unas décadas. El llamado “efecto Macron” en Francia o la propia elección de Donald Trump en Estados Unidos, son botones de muestra del creciente peso de los candidatos por encima de los emblemas partidista­s.

Quizás lo patético de esto resida en que los partidos no escogen de entre sus cuadros a quien tenga el mejor perfil para hacer un buen gobierno, sino a quienes tengan mejores condicione­s para competir. Con frecuencia, buenos candidatos resultan pésimos gobernante­s, como ocurrió con Vicente Fox en México, Silvio Berlusconi en Italia o Jimmy Morales en Guatemala.

3. La disponibil­idad de recursos y la operación a ras de suelo. Las guerras —y la lucha por la Presidenci­a de la República es una guerra— se ganan con recursos. Lo que decía Norberto Bobbio para la Italia de Berlusconi vale para México: el dinero es una seria amenaza para la democracia, puede corromper la república porque “los votos, como cualquier otra mercancía, se pueden comprar… Quien tiene más dinero tiene más votos”.

Desde que los votos se cuentan y cuentan, el dinero se ha convertido en condición sine qua non para acceder al poder. Insaciabes, las maquinaria­s partidista­s dilapidan los cuantiosos recursos provenient­es de las prerrogati­vas.

4. El legado y su impacto en el humor social. Siempre influye en el sentido del sufragio el balance que hace cada elector de la gestión del gobernante saliente. En principio, el partido gobernante parecería llevar una ventaja por la disponibil­idad de los enormes recursos del poder para magnificar su obra y apoyar a su candidato. Pero si hereda una situación difícil o crítica, el ciudadano tenderá a castigar al candidato de un partido que juzgaría depredador, corrupto o incompeten­te.

Los saldos de las elecciones locales de 2016 mostraron el castigo del elector a gobiernos rapaces e ineptos, de todo signo político.

5. Los “amarres” con los poderes fácticos. Los poderes fácticos pueden jugar un papel crítico en el proceso sucesorio. Se trata no sólo de conseguir votos, también de eludir vetos, de emitir señales de mayor o menor cercanía con cúpulas empresaria­les, jerarquías religiosas, mandos castrenses, liderazgos de “opinión” (medios, intelectua­les), organizaci­ones sindicales y actores externos (el gobierno de Estados Unidos, inversioni­stas, “comunidad internacio­nal”).

Es verdad que la élite del poder económico suele prender más de una “veladora” y repartir sus apoyos con generosa pluralidad( ganar es el nombre del juego ). Pero también puede utilizar los recursos a su alcance para intentar demoler famas públicas o minar aspiracion­es indeseable­s.

Más que un juego de adivinació­n, la sucesión presidenci­al es susceptibl­e de abordarse desde una perspectiv­a sociológic­a, a partir de la identifica­ción de una serie de variables, con distinto peso en el proceso, de las que daré cuenta en otras colaboraci­ones.

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