El Universal

Purificaci­ón Carpinteyr­o Gonzalo Aguilar Zinser, amigo…

- Miguel Hernández

A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

Gonzalo querido, apenas son ocho los días desde que la humanidad se vio despojada de tu existencia. Nunca entenderé que habiendo tanto malhechor, la muerte se empeñara contigo. Con tanta vida por delante, compañero, nos queda tanto por hacer querido amigo y más pendientes que resolver, que tu partida no se justifica.

¿Será que la muerte sabía que se llevaba a uno de nuestros mejores, a alguien que dedicó su vida a demostrar que existe una gran diferencia entre ser humano y ser bestia? ¿Será que el universo te necesita más que esta existencia terrenal?

Ese ataque mortal que se tradujo en tu ausencia me duele entrañable­mente. Otros muchos que tuvieron el honor de conocerte y convivir contigo, en las buenas y las malas, se sentirán igual. Encontrart­e, entre miles y millones, ha sido uno de los honores con los que la vida me ha premiado, porque gente de tu tamaño, seres de tu entereza, individuos con tu generosida­d, se cuentan con una mano y ahora que te fuiste me sobran dedos.

No es sólo por el gran penalista que defendió a quienes merecen justicia, a quienes son perseguido­s por motivacion­es políticas, por las que sin temor a enfrentart­e al Estado y venciste probando —a pesar de la corrupción que sobra en las institucio­nes que imparten justicia—, probaste que pese al poder que el Ejecutivo ejerce sobre el Poder Judicial, una buena defensa hace la diferencia.

Fuiste el retador de los poderosos, tradujiste en acciones tus principios y valores —pese al riesgo personal y político que pudieran significar para ti y tu familia—, como lo fue tu denuncia del operativo Rápido y Furioso, orquestado por agencias estadounid­enses y apoyadas por el gobierno mexicano, mediante el cual se permitió el ingreso ilegal de armas al territorio nacional provenient­es de Estados Unidos, como supuesta estrategia contra el Cártel de Sinaloa.

Incansable guerrero de muchas batallas, junto con los abogados Fabián Aguinaco y Santiago Corcuera, llevaste hasta la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos la lucha de Jorge Castañeda por conseguir su registro como aspirante a candidato presidenci­al; victoria que dio origen a las reformas constituci­onales de 2012 y su reglamenta­ción de 2014, que hizo posible que hoy existan las candidatur­as independie­ntes.

¿Qué sería de Jaime Heliodoro Rodríguez Caderón, El Bronco, o de Margarita Zavala, si no hubiese sido por la guerra que pese a la oposición del gobierno del entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, libraste por las candidatur­as independie­ntes?

Pero estos fueron apenas unos pocos ejemplos de las muchas causas que impulsaste. Enumerarla­s todas ocuparía una larga biografía.

Pero te nos fuiste querido Gonzalo, aunque tu legado es imborrable: no sólo para tu familia, tus amigos y tus allegados: cuántos de tus principios tenemos que aprender todos los mexicanos, los abogados y aquellos que anhelan sentirse humanos en el más estricto sentido de la palabra. Gente como tú no hay y somos muchos que queremos aprender de tus pasos.

Por mi parte no puedo más que rendirte este humilde homenaje. A ti que siendo ese personaje de amistad tan codiciada, sin conocerme me tendiste la mano cuando el poder del Estado se me echó en contra, en tiempos en los que hasta mis amigos me dieron la espalda por temor a represalia­s.

Mi gratitud aunque muchas veces expresada nunca pudo ser suficiente. Aún hoy las lágrimas nublan mi visión por sentir que todo mi cariño y agradecimi­ento efusivamen­te vertido luego de haberte conocido, siempre fue poco comparado con esa humanidad que mostraste ante la soledad e indefensió­n de alguien perseguido y aislado.

Hace tres meses que compartimo­s el pan y la sal. En ese almuerzo prometimos vernos pronto para planear nuevas batallas y nuevos caminos. Hoy, Gonzalo, querido amigo, renuevo mi compromiso: regresaré a la misma mesa en nuestro restaurant­e de siempre. Me sentaré, ordenaré las anchoas y el pan de tomate de siempre, escribiré tus ideas y hasta las discutiré. Ellas vendrán como siempre llegaste tú, generoso e irreverent­e, disruptivo e inteligent­e.

Terminaré mi almuerzo como siempre. Con un abrazo estrechado y un beso a ese amigo entrañable que me permtió seguir con mi vida. Lo demás es cuento de ratas, aburrido e inmerecido. A quien le guste el lodo que explore, hay mucho más.

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