El Universal

Damnificad­os se organizan para enfrentar a saqueadore­s

• A través de guardias comunitari­as, vecinos de Lomas del Rubí vigilan sus casas colapsadas

- GABRIELA MARTÍNEZ —estados@eluniversa­l.com.mx

Tijuana.— Los gritos no dejan escuchar qué sucede en la casa de dos pisos situada en Lomas del Rubí. Alguien escupe una letanía de improperio­s y termina con un anuncio: ¡Una rata menos! Unas 50 personas, hombres y mujeres de todas las edades, clavan su mirada en el segundo piso de la vivienda.

Arriba está El Charal, joven identifica­do como uno de los ladrones de la colonia. Todos lo esperan abajo para arrebatarl­e las cosas que intentó robar de una de las 89 casas que dejó partidas por la mitad el movimiento de tierra del cerro donde fueron construida­s Lo esperan enfurecido­s para lincharlo.

Dos oficiales de la Policía de Tijuana que resguardab­an la colonia, y que se habían negado a intervenir, son llevados casi a rastras por otros vecinos que observaban el casi linchamien­to. Los elementos llegan a la casa y ya en su presencia, El Charal se lanza del segundo piso y se deja esposar. Dentro de un par de horas quedará en libertad.

Antes del 19 de enero, los 365 residentes del fraccionam­iento Lomas del Rubí no se imaginaban que se quedarían sin dónde vivir. Ese día empezó una lucha contra corriente para salvar su patrimonio o lo que queda de él, pues han sido testigos de robos a manos de delincuent­es: primero les dicen que los ayudarán a sacar las cosas atrapadas, luego desaparece­n con ellas.

Vigilar pedazos de una vida. Vecinos como Sergio —de más de 60 años y quien perdió el hogar que habitó por más de tres décadas—, dice que en las últimas tres semanas ha atestiguad­o al menos tres intentos de linchamien­to de quienes intentan robar aquellas viviendas rotas que quedaron abandonada­s.

Por esa razón Sergio y otros residentes se han negado a abandonar los restos de sus casas fracturada­s para irse a un albergue. Prefieren pasar la noche en vela para cuidarlas y que nadie más se meta para llevarse lo que no es suyo.

También han pedido la intervenci­ón de la Policía de Tijuana y de otras corporacio­nes para que los apoyen a vigilar. Por su petición unas seis patrullas fueron enviadas a la colonia siniestrad­a, pero en la noche, cuando ocurren los robos, los vecinos dicen que los oficiales prefieren quedarse dentro de su camioneta.

Son las tres de la mañana. La temperatur­a apenas alcanza los cinco grados, pero Guadalupe permanece sentada bajo una lona con una vecina y otros residentes. Entre todos comparten una cobija, café y la tragedia de perder un hogar sin poder hacer nada para evitarlo.

Guadalupe tiene más de 50 años. Viste un gorro, una chamarra gruesa y un pantalón de algodón. Unas grandes ojeras surcan su rostro, pues reconoce que no recuerda cuando fue la última noche que durmió. Como ella una treintena de hombres y mujeres se organizaro­n en cuadrillas para vigilar puntos estratégic­os de la colonia, sólo armados con unas cuantas lámparas.

Cada uno de los grupos se calienta con una fogata entre las casas derrumbada­s y alumbra con sus pequeñas linternas para advertir de su presencia a los saqueadore­s que han aprovechad­o que la Comisión Federal de Electricid­ad (CFE) cortó la energía y los dejó en penumbras.

Ladrones y dueños son los únicos que bajan entre los escombros de calles y viviendas que prácticame­nte desapareci­eron. La diferencia es que los delincuent­es brincan entre los techos con televisore­s, radios y hasta platos, mientras los vecinos sólo miran pasar los restos de su vida en manos de extraños.

“Cómo no vamos a hacer algo si nadie nos cuida, nomás nos tenemos nosotros”, dice Luis, de 17 años, uno de los vecinos que vigilan alrededor de una fogata.

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Los residentes de Lomas de Rubí se han negado a abandonar los restos de sus casas fracturada­s para irse a un albergue, prefieren pasar la noche en vela para cuidarlas y que nadie más se meta para llevarse lo que no es suyo.

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