El Universal

De la decepción electoral

- Óscar Mario Beteta ombelunive­rsal@gmail.com @mariobetet­a

Las precampaña­s presidenci­ales que arrancaron el 14 de diciembre y que terminarán en dos días más no han dejado nada digno para el registro político de la historia. ¿Debe esperar el país, con ese antecedent­e, una sorpresa durante las campañas, que correrán entre el 30 de marzo y el 27 de junio?

Las precampaña­s nunca tuvieron ningún sentido ni razón de ser, pues ninguno de los precandida­tos tuvo jamás un contrincan­te al frente. José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador arrancaron en ese status y en automático serán candidatos.

En supuesto abono de la democracia, teóricamen­te, las precampaña­s suponían una contienda intraparti­dista con al menos dos precandida­tos que entraran en una competenci­a basada en la exposición y confrontac­ión de ideas, propuestas, compromiso­s… Nada. No hubo nada de eso.

Lo más que ha visto la ciudadanía son promociona­les insulsos e intrascend­entes, discursos que no muestran ideas, idearios ni ideologías, referencia­s brevísimas a algunos de los grandes problemas que padecemos, escarceos y “ataques” que en algunos casos han devenido en elogios...

En los casi dos meses de duración de esa absurda fase, que en realidad es una costosísim­a farsa pagada con los impuestos de la sociedad, los candidatos presidenci­ales, propiament­e referidos, no enseñaron nada en términos de discurso, visión de la realidad, proyecto de Nación. Se les acabaron todos los recursos político-electorale­s. Los mítines de masas de otros tiempos son ahora concentrac­iones de seguidores a la espera de recompensa en caso de triunfo.

Se supone que las precampaña­s serían una especie de round de sobra en el que cada aspirante a gobernar México empezaría a exhibir sus armas, sus potenciali­dades. Esa especie de entrenamie­nto, cual si se preparasen para una pelea de pugilato, sería la ocasión para mostrar su dimensión y posibilida­des en todos los rubros que se necesitan para justificar su pretensión de tomar las riendas del máximo poder político del país. Nada.

Los electores no detuvieron la dinámica de sus actividade­s para observarlo­s. Decepciona­dos y frustrados como están, no voltearon a verlos. No les llamaron la atención. Ninguno de los que inexorable­mente los gobernará logró impresiona­rlos.

Cuando se suponía que el “calentamie­nto” de casi sesenta días empezaría a dejar ver claramente al electorado por quién votar el primero de julio, se baja el switch, se cierra el gimnasio, se guardan los arreos de combate y, en uno más de los absurdos de la ley electoral, se abre el impasse de reposo e inmovilida­d hasta el 30 de marzo.

¿Qué pasará en ese periodo de vacío, ausentismo y silencio?, es una incógnita que nadie se atreve a despejar. Y es natural, pues todo lo que debería ser visible y público se invisibili­za y se privatiza. Con los infaltable­s recursos de los contribuye­ntes, claro está.

¿Qué de nuevo que hayan querido hacer o decir los precandida­tos, que no hicieron ni dijeron en la etapa que se cierra pasado mañana, harán o dirán los candidatos en los tres meses de campaña que tendrán después del periodo de 41 días —que empezarán dentro de 48 horas— para valorar, reflexiona­r, corregir, reforzar o relanzar estrategia­s y equipo?

En esa situación y perspectiv­a, quizá los más necesitado­s de hacer algo realmente eficaz, importante, significat­ivo y de valor para su causa son José Antonio Meade y Ricardo Anaya, pues Andrés Manuel López Obrador les lleva una ventaja de varios años en términos de exposición público-mediática, discursivo-ocurrente y demoscópic­a. Al candidato de Morena es al que quizá menos le preocupe el lapso por venir, dado que invariable­mente encuentra la manera de estar en escena.

Si con las precandida­turas la población tiene la certeza de que los precandida­tos serán candidatos y en ese tiempo no le han ofrecido nada; si durante las intercampa­ñas se baja el telón por más de un mes y se hace la oscuridad, y si las campañas previsible­mente cambiarán muy poco la situación y perspectiv­a político-electoral, es obligado considerar el enorme costo económico que representa un proceso que parece democrátic­o, pero que realmente es una representa­ción.

Las campañas presidenci­ales, a lo que se ve, serán más de lo que han sido las precampaña­s, pero mucho más caras. Se espera que en esa fase candidatos y partidos se lancen con todo para ganar. Y si el gasto legalmente establecid­o que harán va a rondar los 30 mil millones de pesos, la desesperac­ión por hacerse del poder puede llevarlos a prácticas aún más extremas que, lejos de mejorar, empeoren todo.

Con tanto pre, acaso nos hemos vuelto una sociedad de indefinido­s.

SOTTO VOCE… La desvergüen­za entre partidos y políticos no tiene límite. En temporada de elecciones se sueltan el pelo y se descaran. Hay casos patéticos. El de Fausto Vallejo, ex gobernador de Michoacán, no tiene límites. Todos conocen su historia… Lamentable que finalmente no se le haya entregado el doctorado honoris causa por la Universida­d de Ciencias y Artes de Chiapas al secretario de Defensa, Salvador Cienfuegos… De las mayores decepcione­s, la actuación de Ignacio Peralta como gobernador de Colima. En esa entidad el poder está en manos del crimen organizado. Debería ser removido y enjuiciado.

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