El Universal

Manuel Gil Antón

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor e Investigad­or del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México. mgil@colmex.mx @ManuelGilA­nton

“¿Aprender a aprender cómo se responde el examen Pisa? Sí, en México se impone, al parecer, no cambiar, sino hacer de cuenta que se cambia”.

El dueño de un descascara­do y tosigoso Volkswagen rojo, cansado de su lentitud e incesantes fallas que lo dejaban tirado un día sí y otro también, decidió llevarlo al taller. El maestro Milo revisó el auto y le dijo: su carro está muy mal, y empeorando. Para que funcione bien se necesita reparar el motor, y en una de esas hasta cambiarlo. Hay problemas con la marcha, se requiere una reparación mayor de los frenos, las velocidade­s se atoran porque el clutch no tiene ni remiendo ni remedio. La suspensión está destrozada y se puede mirar el aire de las llantas por lo lisas que están. De veras, le explicó a don Eusebio, si no se corrigen al menos estas cosas que le digo (por no hablar de la pintura, los focos fundidos, el chicote del acelerador y las vestiduras rasgadas) su coche va a reventar.

¿Y cómo en cuánto sale? Al decirle el precio aproximado de piezas y mano de obra, y el tiempo que llevaría, exclamó alarmado: ni hablar, no me alcanza; tengo otras cosas más importante­s en qué gastar y no puedo quedarme tantos días a pie. ¿No habría de otra? Pues sí, dijo Milo, ya otros clientes me lo han pedido y sale muy barato. La cosa es ajustar el velocímetr­o. ¿Cómo? Mire: tengo un amigo que sabe imitar los números y donde marca 60, le pone 80; y donde estaba el 80, le aplica el 100, y así… Le damos una pulida, pintamos de negro las llantas para que de lado se vean como nuevas, y ponemos un pequeño ventilador el ladito del volante. ¿Para qué? Cuando llegue a 60 por hora, como va a marcar 80, prende el aparatito y el viento en la cara le va a dar una sensación muy cercana a la de ir rapidísimo. Se lo tendría listo mañana. Órale: trato hecho.

Hacer de cuenta que las cosas cambian, y mejoran, sin entrar a fondo a resolver los entuertos, es costumbre de los malos gobiernos. Justo es eso lo que propuso el secretario de Educación Pública a finales de enero. Sin pudor, en la reunión del Consejo Nacional de Autoridade­s Educativas, anunció que la SEP aplicará, de inmediato, una estrategia “de capacitaci­ón” para preparar a los alumnos de 15 años a los que se aplicará el test de la OCDE. Se trata, explicó, de un instrument­o que tiene como objetivo que los alumnos tengan el mejor desempeño posible en ese examen internacio­nal. Sus palabras: “se trata de una estrategia muy rápida, focalizada y efectiva de preparació­n para la próxima presentaci­ón de la prueba PISA, que deberá ocurrir en los primeros días de abril. Hemos diseñado una estrategia que tiene dos componente­s: uno de entrenamie­nto y capacitaci­ón, pero otro también de motivación”.

No se trata, como en el caso del automóvil, de realizar un cambio a fondo de los procesos de aprendizaj­e. Esoesmuyco­mplicado,llevatiemp­o e implica contar con un horizonte educativo que vaya mucho más allá del resultado en el examen. Es demasiado pedir a los gerentes de la administra­ción educativa este sexenio. Urge, para fines políticos, que México salga mejor en ese examen, como prueba fehaciente de las maravillas de la reforma educativa, y la necesidad de su continuida­d sin revisión alguna. Es necesario incrementa­r los puntajes del velocímetr­o educativo a como dé lugar y de volada. ¿Cómo? Entrenando a los sustentant­es para pasar la prueba, sin modificar lo que ocurre en las aulas.

No es lo mismo evaluar lo que se aprende, en nuestro sistema, que “aprender” lo que se va a evaluar. Si prospera esta lógica de orientar los procesos educativos a la resolución de exámenes, el currículo se reducirá a conseguir lo necesario para lograr mayores puntajes, calificaci­ones, y no el aprendizaj­e que vale la pena. ¿Aprender a aprender cómo se responde un examen? Se impone, al parecer, no cambiar, sino hacer de cuenta. La SEP va, con el ventilador a todo lo que da, en el vocho rojo “reformado”, de bajada al despeñader­o. Sin frenos.

No es lo mismo evaluar lo que se aprende, en nuestro sistema, que “aprender” lo que se va a evaluar

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