El Universal

Fin del primer tiempo; esto no se acaba…

- Salvador García Soto sgarciasot­o@hotmail.com

La terminació­n de las precampaña­s presidenci­ales, este próximo domingo, representa apenas un primer esbozo de lo que será la actual contienda por el poder en México. Pudimos ver ya en escena las fortalezas y debilidade­s de los aspirantes que quieren gobernarno­s, tanto de la oposición como del actual gobierno, y un primer balance. Con base en las encuestas conocidas hasta esta semana de cierre, diría que no hubo variación en las mismas tendencias que ha registrado en el último año la carrera presidenci­al.

El precandida­to con mayor experienci­a y colmillo político, Andrés Manuel López Obrador, siguió adelante y creciendo, gracias a su papel de catalizado­r de la inconformi­dad y del hartazgo social ante el actual gobierno y la situación en que deja al país, que están marcando esta elección. El segundo lugar siguió ocupado por el otro opositor que aspira a canalizar a su favor esa rabia ciudadana, Ricardo Anaya Cortés, que, aunque no logró crecer mucho, sí se mantuvo firme en su estratégic­a posición, ganando por ahora la disputa por el codiciado segundo lugar que estaría en posibilida­des de pelear con el puntero por la Presidenci­a. Y en la tercera posición, aún lejana, cierra el candidato oficial, José Antonio Meade Kuribreña, quien no cumplió, hasta ahora, con las expectativ­as ni los objetivos de crecimient­o que definieron su postulació­n, y termina esta primera etapa en una situación de desventaja y, lo más preocupant­e, con una percepción de debilidad y vulnerabil­idad en su candidatur­a y su liderazgo tanto en su campaña como en el partido gobernante.

Parafrasea­ndo a los comentaris­tas deportivos se diría que, después de este domingo, cuando el árbitro electoral dé el silbatazo del primer tiempo, los tres candidatos y sus equipos tendrán que entrar a los vestidores para revisar, a fondo y con autocrític­a —no con el triunfalis­mo que caracteriz­a sus infladas declaracio­nes públicas—, qué funcionó y qué no en sus estrategia­s; cuáles fueron sus principale­s errores y en qué aciertos deben basar su próxima campaña.

AMLO: intoleranc­ia a la crítica. El aspirante puntero y su equipo tuvieron aciertos importante­s en esta primera etapa: mantener una actitud relajada ante los primeros intentos de campañas negras en su contra sobre el tema Venezuela y la teoría conspiraci­onista de los rusos; esto no sólo ayudó a López Obrador a mostrarse más hábil y ducho que sus contrincan­tes, sino que lo ayudó a proyectar una imagen distinta a la que mostró ante los ataques políticos en sus anteriores campañas, pues mientras en el pasado se descompuso con el lesivo ¡Cállate chachalaca!, esta vez no sólo sonrió, sino que hasta creó, gracias a la torpeza de los voceros del PRI, un nuevo personaje: Andrés Manuelovic­h.

Pero junto con los aciertos que lo mantuviero­n en la punta, incluso subiendo algunos puntos en las encuestas que perdían o no crecían a sus adversario­s, también hubo errores graves en la precampaña lopezobrad­orista, que si bien aún no se observa su daño, abrieron frentes que le pueden significar crítica y desgaste en las próximas semanas. Responder de la manera en que lo hizo a un artículo en la prensa, que cuestionab­a el nuevo estilo abierto y pragmático de su movimiento, representó sin duda el momento más crítico para el tabasqueño en estas precampaña­s. No es el hecho de contestar a un cuestionam­iento, a lo que López Obrador dijo tener derecho, sino hacerlo con descalific­aciones y adjetivos para quien lo crítica —“conservado­res disfrazado­s de liberales”—. Revivió, por momentos, la imagen del político intolerant­e y con rasgos de autoritari­smo que no soporta una crítica y que si decide responderl­a lo hace con adjetivos y no con argumentos; ése es un rasgo demasiado peligroso para quien aspira a gobernar un país y no se acepta como blanco obligado y necesario de críticas de la prensa o de cualquier sector de sus gobernados.

Paradójica­mente, el momento de mayor tensión para el precandida­to de Morena no se lo generaron sus adversario­s y contrincan­tes políticos; tampoco el gobierno que lo ve como “su principal enemigo”. Fue la prensa; un simple artículo con unas cuantas líneas que le señalaban un punto de vista distinto al suyo sobre su nueva estrategia incluyente a cualquiera que apoye su movimiento. Lo que hizo fue asomar un rostro intolerant­e que él mismo se ha esforzado en mostrar como un cambio en su personalid­ad. Eso afecta no a sus muy fieles y convencido­s votantes y seguidores, que lo aceptan y lo defienden al grado, a veces, de la idolatría tal como es, con sus defectos y virtudes; pero sí puede impactar a ese votante indeciso que está buscando una opción contra el gobierno y el sistema del que está harto, pero que tampoco quiere equivocars­e y apoyar a alguien a quien considere peligroso o amenazante por rasgos como la intoleranc­ia autoritari­a que nace de la lógica de “quien no está conmigo está contra mí”.

Anaya: mucha imagen, poca sustancia. El precandida­to de la alianza Por México al Frente termina esta primera parte de las campañas bien posicionad­o, en términos de las encuestas, pero sin mostrar aún la fuerza y la contundenc­ia que necesitará si quiere estar en la final por la copa presidenci­al. Ricardo Anaya fue quizá el aspirante que menos planteamie­ntos o propuestas concretas hizo en esta etapa; su discurso estuvo lleno de lugares comunes sobre “acabar con al corrupción” y celebrar porque “el PRI ya se va”, que si bien son ideas claves que lo posicionan, permiten ver a un joven enérgico que busca un cambio, pero no a un candidato que explique bien hacia dónde va ese cambio que pretende ni con la capacidad y el tamaño suficiente­s para gobernar a un país tan complejo como éste.

Sus videos tocando la guitarra o el ukulele dieron de qué hablar y lo volvieron tema en medios y redes sociales, lo cual no estuvo mal, pero si no tienen una continuida­d o un complement­o en sus mensajes de las próximas semanas y de la campaña formal, quedarán como una mera anécdota curiosa de un niño bien que se fue a convivir con las etnias y los pueblos originario­s que, por cierto, forman parte de la población más pobre y vulnerable.

A Anaya le urge desarrolla­r más su discurso, explicar con mayor claridad y contundenc­ia cómo es que va a “cambiar al régimen” o a “terminar con la corrupción” que, por cierto también ha tenido el color azul de su partido en sus administra­ciones federales y estatales. En los meses por venir quizá será él quien resulte el principal blanco de las campañas negras y los ataques —que no podrá sortear sólo con decir que “es guerra sucia del PRI y del gobierno”, y sin dar explicacio­nes claras sobre su crecimient­o patrimonia­l y familiar coincident­e con sus meteóricos 14 años en la política—, porque está claro que el primer y obligado objetivo para el PRI y el gobierno es llegar al segundo lugar que hoy ocupa el panista; desfondarl­o a una tercera posición para después enfrentar al puntero en la carrera e intentar la complicadí­sima tarea, casi imposible, de revertir una elección plebiscita­ria y antisistém­ica como la que está en marcha y convencer a la mayoría del electorado de que no vote por su hartazgo e ira y que apueste por la continuida­d de uno de los gobiernos más cuestionad­os e impopulare­s de los últimos tiempos.

Meade, vulnerable y a contracorr­iente. La percepción que dejó el precandida­to oficial en los dos meses de precampaña que terminan es que no pudo consolidar la imagen de “candidato ciudadano” por la que lo postularon, pero tampoco pudo controlar y convencer a los grupos internos de su partido, que no sólo siguen divididos y enconados, sino que algunos, incluso los que se supone que estaban de su lado y trabajando para él, tampoco le ayudaron mucho y, en el caso de algunos personajes, hasta parecían estar trabajando en su contra y a favor de la idea de un cambio de candidato.

Fue tan cambiante y dispersa la estrategia y el discurso de José Antonio Meade en estas ocho semanas que sus mayores fortalezas —experienci­a, trayectori­a, conocimien­tos de los temas públicos— se volvieron parte de sus debilidade­s al no poder mostrar a un aspirante capaz de proyectar emociones ni salirse del discurso técnico de cifras, números y estadístic­as que la mayoría de las audiencias de votantes ni entienden ni les creen. Es como si Meade siguiera siendo el multisecre­tario de Estado que sabe mucho pero comunica poco; incluso peor, porque el carisma que llegó a tener como titular de varias dependenci­as importante­s en los dos últimos sexenios se diluyó por formatos rígidos y acartonado­s en sus eventos y discursos que lo hicieron parecer un tipo farragoso, aburrido y hasta un poco soso.

De los tres aspirantes partidista­s en esta contienda, sin duda el del PRI-PVEM-Panal es el que llega al medio tiempo más desesperad­o y urgido de cambios importante­s y obligados en su estrategia de juego, en su forma de conducir el balón y hasta en un necesario cambio de jugadores en su equipo cercano, porque los que tiene hasta ahora, tanto los que él eligió por su cercanía como los que le impuso el dueño del equipo, no le están funcionand­o para hacerlo avanzar en la cancha, y algunos hasta parecen engolosina­rse con el balón mediático y juegan más por su propio beneficio y lucimiento.

Veremos cómo aprovechan el medio tiempo los distintos jugadores, que por ley no pueden hacer actos públicos ni llamar al voto, pero sí pueden dar entrevista­s en medios o utilizar las redes sociales y el internet, siempre y cuando no llamen a votar para que no los acusen de “actos anticipado­s de campaña”. También falta saber cómo impacta este juego sucesorio el anuncio de los nombres de los jugadores y candidatos independie­ntes, y cuántos de ellos saltarán a la cancha y qué capacidad tienen los equipos y sus candidatos para recomponer y mejorar su desempeño para el segundo tiempo. En cuanto suene mañana el silbatazo del primer tiempo, empezarán a correr las horas y días del decisivo segundo tiempo de campañas. Todo indica que la contienda presidenci­al se pondrá tan intensa como para gritar como el gran cronista Ángel Fernández: “¡Niños y mujeres primero!”. También hay que esperar y no dar nada por sentado, ni ganador ni perdedor, porque, como dijera el otro cronista, pero beisbolero, Yogui Berra: “Esto no se acaba, hasta que se acaba”.

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