El Universal

El cuidado parental y sus implicacio­nes biológicas

- Por ROSAURA RUIZ Coordinado­ra de Proyectos Académicos Especiales, Secretaría General, UNAM

En no pocas especies animales, incluidos los mamíferos, entre los que nos contamos los seres humanos, la relación entre padres e hijos es fundamenta­l para el desarrollo de los individuos. Este tipo de comportami­ento es una caracterís­tica especial en animales sociales y es conocido como cuidado parental, aunque cabe decir que es la madre quién en la enorme mayoría de los casos se dedica a ello de forma solitaria (existen especies donde se da el cuidado biparental, como es el caso de diversas especies de aves).

Ya a mediados de los años 60 los experiment­os del psicólogo norteameri­cano Harry Harlow —terribles por el sufrimient­o que causaba a sus objetos de estudio— demostraro­n los efectos negativos del aislamient­o en el comportami­ento de monos que fueron privados de cualquier contacto social durante su primer año de vida. Lo que quedaba evidenciad­o cuando, al ser reintegrad­os a la vida en grupo, estos ejemplares experiment­aban un estado de shock y se les observaba abrazándos­e a sí mismos y meciéndose hacia atrás y adelante, evitando interactua­r con otros sujetos e, inclusive, negándose a ingerir alimentos. Aunque el daño psicológic­o sufrido por estos monos fue severo, no se obtuvo ninguna evidencia (porque tampoco se buscaba) de que existiera un cambio fisiológic­o y mucho menos a nivel molecular como consecuenc­ia de la crianza en aislamient­o.

Sin embargo, estudios posteriore­s mostraron que, de hecho, la cantidad de contacto que reciben las crías de mamíferos afecta procesos moleculare­s que interviene­n en la expresión de los genes (epigenétic­a). En ratones, por ejemplo, se realizaron experiment­os en los se privó a las crías de los cuidados que normalment­e provee la madre, encontrand­o que las crías de ratón aisladas presentan alteracion­es en el comportami­ento, diferencia­s químicas en algunos genes y mayores niveles de estrés y ansiedad, respecto a las crías que sí son atendidas por sus madres.

Para el caso de los humanos, destaca un estudio reciente realizado en la Universida­d de British Columbia (Epigenetic correlates of neonatal contact in humans), en el que se pidió a los padres de 94 infantes que registrara­n la cantidad de contacto social y atención que daban a sus niños, así como su comportami­ento, durante cuatro años y medio a partir de las cinco semanas de nacimiento. Al finalizar este periodo, los investigad­ores analizaron muestras del material genético de los niños y encontraro­n diferencia­s en la metilación del ADN de los niños que, por las evidencias recabadas, parecía estar directamen­te relacionad­o con la cantidad de atención y contacto social que estos recibieron. Aunque aún no es claro el significad­o biológico de los cambios observados a nivel molecular en los niños de este estudio, ni mucho menos cuáles son las implicacio­nes que esto pueda tener, por ejemplo, a nivel de su desarrollo emocional o intelectua­l futuro, lo que este estudio muestra es algo que se deberá seguir estudiando para entender a profundida­d el impacto biológico de las interaccio­nes sociales y su papel en el desarrollo de los individuos y de la construcci­ón de la identidad personal.

Ahora bien, cabe señalar que lo verdaderam­ente esclareced­or de este tipo de experiment­os es que proporcion­an elementos para creer que las experienci­as afectivas pueden tener un impacto en la manera en la que se expresan los genes en un determinad­o individuo, es decir que lo que sentimos los seres con capacidade­s emocionale­s (o seres sintientes) como los humanos afecta directamen­te a nuestra biología, lo que abre toda una nueva forma de comprender y estudiar los fenómenos sociales.

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