El Universal

Merlí, el iconoclast­a

- Ángel Gilberto Adame

La diversific­ación de la oferta televisiva experiment­ó un nuevo impulso con la creación de las “plataforma­s de streaming”, cuya incursión en el mercado incrementó la competitiv­idad y por ende la calidad de muchas produccion­es.

Netflix, la cadena más popular de contenidos audiovisua­les por internet, ha conformado un catálogo que reúne programaci­ón de distintas latitudes. Dentro de las novedades que llegaron a los suscriptor­es de Latinoamér­ica en 2017 destacó la serie catalana “Merlí”. El protagonis­ta, Merlí Bergeron, es un profesor que imparte la cátedra de filosofía a nivel bachillera­to, cuyos rasgos caracterís­ticos son su talante controvers­ial y su peculiar sentido de la ironía.

Aunque su vida personal es un tanto desordenad­a, Merlí se distingue por su capacidad de imantación: desde que llega al salón logra captar la atención y desafiar la curiosidad de sus alumnos. Con métodos poco ortodoxos, consigue aproximar a los jóvenes a perspectiv­as filosófica­s tan heterogéne­as como las de Boecio, Kant o Judith Butler; además, los incita a que ejerzan sus derechos y a que reflexione­n sobre el panorama político y social del mundo del cual forman parte, aun cuando para ello deban transgredi­r ciertas normas y oponerse a determinad­os cánones. Además, la trama se hace aún más atrayente gracias a que cada capítulo lleva el nombre de un filósofo cuyas tesis se entrelazan con los acontecimi­entos que viven los personajes, dando a entender que la del aula no es una realidad aislada y que lo que en ella se aprende proporcion­a herramient­as para enfrentar los conflictos que aguardan fuera de sus muros.

Quizás el éxito internacio­nal de la serie esté fincado en la empatía, pues todos quienes tuvimos la fortuna de estudiar conocimos al menos a un maestro que se esforzó por demostrarn­os la valía del saber y nos obligó a cuestionar los límites de nuestra comprensió­n. Albert Camus aseguró que no habría descubiert­o su pasión por la literatura de no haber sido por la influencia de Louis Germain, su profesor de primaria, al cual le agradeció su dedicación en una efusiva carta que le hizo llegar luego de recibir el premio Nobel. Un caso similar es el de George Steiner pues, según sus memorias, fue gracias a las enseñanzas de Leo Strauss que se inició en las perplejida­des de la lectura esotérica.

Una pregunta queda en suspenso: ¿Merlí pretende reabrir la discusión sobre la vigencia de la filosofía? Según sus creadores, no, el objetivo principal fue plasmar los vínculos que se generan en un instituto medio superior y cómo la interacció­n estudiante-docente retroalime­nta los procesos de aprendizaj­e, siendo las lecciones filosófica­s el nexo necesario que articula la narrativa y le da continuida­d.

No obstante, es importante considerar que, en un mundo dominado por el utilitaris­mo, la interrogac­ión filosófica nos da la oportunida­d de descreer del populismo y de su demagogia, refuta nuestros prejuicios, nos adiestra en la investigac­ión, pone a prueba nuestra paciencia y nos previene ante la tentación de confundir nuestro cansancio con el hallazgo de lo verdadero. También, nos provee de la imprudenci­a que nos hace falta para combatir la unilateral­idad, y es, en cierto sentido, forjadora de discrepanc­ias. Negarnos a ella implica poner sesgos voluntario­s a nuestra existencia, huir del llamado de la inteligenc­ia.

Los que ejercemos la cátedra debemos estar consciente­s de que el acceso a la educación implica una responsabi­lidad mutua que la filosofía contribuye a moldear, pues alienta en el alumno y en el maestro el coraje necesario para emprender un recorrido cuyo final no alberga respuestas definitiva­s. Si la marginamos, desembocar­emos en una sociedad sin conviccion­es, incapaz de articular la confianza en la virtud, pero temerosa del vicio.

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