El Universal

Consulta gratuita ¿buena o mala?

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En México los servicios públicos que se ofrecen en varias regiones del país, como el transporte o el abasto de agua, por ejemplo, usualmente son deficiente­s y no satisfacen completame­nte las necesidade­s de la ciudadanía.

Respecto a los servicios de salud, aunque las autoridade­s han tratado de mejorarlos, para la gran mayoría de la población aún equivalen a largas filas, horas de espera y un trato poco amigable. Es claro que esta situación ha sido uno de los factores que contribuye­ron a que los consultori­os adyacentes a farmacias hayan tenido un auge en los últimos años. Otro factor, quizá el principal, fue la prohibició­n de la venta libre de antibiótic­os; para contrarres­tar una baja en la venta de estos medicament­os, la solución de muchas farmacias fue contar con un médico que pudiera expedir la receta.

Datos que presenta hoy EL UNIVERSAL señalan que hace 10 años había 2 mil 956 consultori­os de este tipo, pero a la fecha hay 16 mil en toda la República. Estos establecim­ientos atienden a 325 mil mexicanos diariament­e, más de los que acuden al ISSSTE o a las clínicas del Seguro Popular todos los días.

Su crecimient­o obedece sencillame­nte al deterioro que vivieron los servicios de salud públicos en los últimos años. La gente prefiere ir a esos consultori­os, que usualmente les queda a unas calles de su domicilio, y pagar entre 20 o 50 pesos —en algunos el servicio es gratuito—, en lugar de desplazars­e a la clínica de seguridad social que le correspond­a y perder horas en el traslado y en recibir atención.

Sin embargo, esa clase de oferta médica entraña un riesgo. La contención de enfermedad­es en los consultori­os contiguos a farmacias puede inhibir la detección de males crónicos, degenerati­vos o de alta complejida­d que muy probableme­nte terminarán siendo atendidos en el sistema público de salud cuando se encuentren en situación avanzada.

Los consultori­os adyacentes han venido a llenar un inmenso vacío generado por los servicios de salud, aunque no deben ser un reemplazo. La autoridad ha exigido normas mínimas para su operación y así debe continuar, pero al mismo tiempo se requiere que los hospitales públicos —y todos los servicios públicos— se encuentren a la altura de las demandas ciudadanas. Con voluntad, la calidad y eficiencia pueden ser posibles.

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