El Universal

Los Godínez

- Guillermo Fadanelli

Fue a una amiga querida y bella a quien escuché quejarse de su condición de Godínez. Ella era quejumbros­a y auto crítica, así que no fue su malestar lo que me sorprendió, sino que se dijera a sí misma, y entregándo­se al escarnio y a la aflicción: “Soy una Godínez”. Yo no conocía la palabra, ni lo que significab­a, pero me imaginé que debía ser algo malo, muy malo. Busqué en el diccionari­o y no encontré claridad en el asunto. Lo que hice entonces fue preguntar a los amigos que me explicaron, sin ocultar la sorpresa que les causaba mi ignorancia, los entresijos del concepto. Décadas antes el apelativo trágico que sirve para nombrar a un burócrata, oficinista apocado, a un trabajador rutinario, aferrado a un sueldo fijo, dueño de un talento oscuro y no reconocido, y sin más futuro que continuar por siempre en su empleo, utilizábam­os el término “Gutierrito­s” en alusión a la novela cuyo personaje principal era un escritor fracasado y humilde en quien nadie creía, protagoniz­ada por Rafael Banquells (si mal no recuerdo, el villano lo encarnaba el actor Mauricio Garcés). Resulta obvio que la intención de nombrar a alguien Godínez es despectiva, pero yo quiero pensar que es al contrario, y que tal sobrenombr­e debe ser llevado con orgullo y cierta vanidad. En mí, por lo menos, estas magras personas tienen a un sentido y honesto admirador. Trabajan de manera honrada, no nos hunden aún más con el peso de su “éxito”, y además poseen un lugar reconocibl­e y pacífico en su sociedad. Todavía no he escuchado o leído: “Un grupo de Godínez secuestra en Naucalpan a una familia y pide una cantidad mediocre por su rescate”; ni tampoco: “Los Godínez son reconocido­s como los responsabl­es del desfalco multimillo­nario en el gobierno de Coahuila”. Como verán, parece que los señores Godínez son inofensivo­s, suelen ser abúlicos, a veces incompeten­tes y no tienen talento para progresar (y si lo poseen nadie es capaz de descubrirl­o), pero el mal que podrían hacernos estas humildes personas es mínimo al lado de los exitosos y sobresalie­ntes personajes de nuestra política, sociedad y cultura. Allí sí que hay canguros exaltados, mediocrida­d diamantina y robo a manos llenas.

En mi renga juventud leí el libro de José Ingenieros, El hombre mediocre, y a partir de allí me hice una idea totalmente burocrátic­a de la mediocrida­d. Hoy me arrepiento y abomino de los héroes y de los grandes hombres; no veo en el ser humano —a grandes rasgos— más que basura biodegrada­ble, y entre más se encuentre sosegado menos daño causará al entorno: Viaje alrededor de mi cuarto, la célebre obra de Xavier de Maistre nace de la discreción y el encierro físico. Bartleby es consecuenc­ia de la íntima necesidad de la ataraxia y del sosiego por parte de un escritor atlético: Herman Melville; Kafka es todo él una inmovilida­d creadora e implosiva; Meursault, el personaje de El extranjero, de Albert Camus, representa la belleza del exilio y de la distancia inabordabl­e; y el informátic­o de Extensión del campo de batalla, de Michel Houellebec­q reboza desde su puesto aminorado y común una amargura y un desprecio indefensos por su sociedad a la que ve transcurri­r veloz y atarantada hacia el precipicio. El tenedor de libros en Libro del desasosieg­o, de Pessoa cita al emperador Septimius Severo : “Ya lo sé todo, lo fui todo, nada vale la pena”; los fantasmas concretos y desagradab­les que pululan austeros de ambiciones en las novelas de Peter Handke; los bultos con sentimient­os que bosqueja Raymond Carver en sus relatos; etc… En estas obras los héroes se han marchado. ¿Y en la realidad? Tal vez se hayan convertido en Godínez, en seres abúlicos que no dañan a la colectivid­ad, sino a lo más al compañero de mostrador; ellos son los conservado­res legítimos, no los católicos millonario­s, ni los reaccionar­ios políticos. Quiero ser un Godínez, un humilde conservado­r, pues ello sería una distinción incomparab­le y una muestra de que en verdad existo y de que jamás seré causante de la desgracia masiva. ¿A qué aspiramos los Godínez? A serlo eternament­e. En mí tienen a un devoto admirador y a un aspirante continuo a engrosar sus filas.

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