El Universal

Nuevo pacto regional contra el crimen organizado

- Por DANIEL CABEZA DE VACA Consejero de la Judicatura Federal de 2009 a 2014

La negociació­n entre Estados Unidos, Canadá y México para modernizar al TLCAN debería servir no sólo para fortalecer la agenda trilateral en áreas estratégic­as sobre el desarrollo económico, energético, laboral y ambiental de la región, sino también para consolidar y ampliar la cooperació­n internacio­nal en asuntos de interés común.

Indudablem­ente, uno de estos rubros lo constituye el combate al crimen organizado, el cual se caracteriz­a por ser un fenómeno trasnacion­al. Si bien esta condición requiere que se ataquen sus causas, la realidad es que Estados Unidos, como el principal consumidor de drogas, no ha perseguido a esa criminalid­ad de forma eficaz, ni ha disminuido su demanda ni ha combatido al flujo ilícito de armas y dinero.

Por esta razón, ningún éxito se logrará sin un conjunto de políticas alineadas de forma convenient­e que sirvan de guía tanto para fijar las bases de la cooperació­n regional como para que cada país involucrad­o diseñe sus programas y ejecute sus acciones para contrarres­tar la creciente amenaza que representa esa delincuenc­ia.

Hacer caso omiso de esa advertenci­a continuará provocando frustració­n, negación y descalabro en los titánicos esfuerzos que en ese contexto llevan a cabo las democracia­s que integran el bloque económico más grande del planeta; entre tanto, la falta de armonizaci­ón la seguirá aprovechan­do la propia delincuenc­ia organizada.

Es decir, mientras ese acuerdo contra el crimen organizado no tenga lugar en América del Norte, de forma equilibrad­a, solidaria y responsabl­e, de nada servirá que nuestro país continúe luchando con miembros de las Fuerzas Armadas o de la seguridad pública, que arriesgan su vida con enorme aplomo, sacrificio y valentía.

Tampoco servirán los juicios que lleva a cabo el gobierno de Estados Unidos para complacer a sus electores, los que no buscan perseguir al crimen organizado, sino tan sólo pactar beneficios con los grandes capos a cambio de informació­n y de recursos para satisfacer sus intereses, dejando intacta la estructura criminal.

En la medida en que se continúe extraditan­do a los principale­s capos que captura, sin recabar informació­n relevante de forma previa y tampoco sin incorporar a nuestras propias investigac­iones los delitos que cometen por los grupos delictivos en el extranjero, persistirá la imposibili­dad de probar su responsabi­lidad criminal.

Lo anterior no significa —bajo ningún concepto— que México deba pactar, transigir o doblegar su soberanía con motivo de presiones o de pretendida­s condicione­s más favorables en materia comercial o derivadas de cualquier otra ventaja o posición que no sea fruto o resultado del más absoluto respeto entre naciones soberanas.

Debe recordarse que el hecho de que el crimen organizado del siglo XXI opere como una empresa internacio­nal, que utiliza la tecnología y se conforma por sofisticad­as estructura­s dispuestas “en redes” y cuyo principal propósito es la obtención de enormes ganancias ilícitas, debe conducir a que los esfuerzos para combatirlo tengan esa idéntica constituci­ón supranacio­nal y que, sobre todo, sean eficaces.

Fue a partir del entendimie­nto de esa institucio­nalización del crimen organizado que el concierto de países decidió suscribir la Convención de Palermo para combatirlo por medio de la cooperació­n judicial internacio­nal y el establecim­iento, homologaci­ón y regulación de las llamadas “técnicas especiales de investigac­ión”.

En México, las estrategia­s instrument­adas hasta la fecha sólo han intentado resolver el problema de seguridad pública, dejando de lado la creación de una política criminal en contra del crimen organizado, por lo que éste no es combatido, aunque sea la principal causa de esa insegurida­d y una amenaza contra las institucio­nes.

Esa política nacional bien podría implementa­rse iniciando por utilizar los tratados internacio­nales que se tienen a la mano para que, dentro de un esquema de cooperació­n judicial regional e internacio­nal, sea nuestro país quien ponga en marcha y conduzca las investigac­iones y los juicios en contra del crimen organizado.

En suma, en estos momentos que redefinen el porvenir en la región norteameri­cana en un aspecto tan relevante como lo es un gigantesco mercado de consumo de capitales, bienes y servicios, México debe concentrar esfuerzos en su agenda diplomátic­a, especialme­nte con Estados Unidos, para enfatizar que la cooperació­n regional será la única arma que podrá cortar los tentáculos del crimen organizado.

Debido a que el crimen organizado opera como una empresa internacio­nal, su combate debe tener idéntica constituci­ón supranacio­nal

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