El Universal

El día después

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

Estamos, queridos lectores, a cosa de 108 días del momento culminante de la jornada electoral 2018. Tres meses y medio que sólo de imaginarlo­s parecen eternos: spots, propaganda abierta y encubierta, discursos, ataques, críticas y réplicas, noticias falsas, rumores. Rollos y más rollos.

Pero eso no es lo peor. Y es que más allá de los medios de comunicaci­ón, de las redes sociales o las nefastas cadenas de WhatsApp, cada vez penetra más esta idea del “ellos contra nosotros”, en que aunque no está plenamente definido quienes son “ellos” y quienes “nosotros“, sí está muy claro que los de allá son malos y los de acá somos buenos. De que todos los (ponga usted aquí priístas o pejistas o panistas o anayistas o lo que guste) son, a escoger, corruptos, zánganos, pillos, cómplices, mafiosos, mochos, revoltosos o cualquier otro calificati­vo que se le ocurra.

Las redes y la instan tan eidadd el as comunicaci­ones han contribuid­o sin duda a exacerbar todo lo anterior. Loquea penas hace unos años se platicaba en corto o en grupos pequeños hoy se difunde indiscrimi­nadamente. Las mentiras y los rumores abundan, amplificad­os por la distancia que otorgan ya la frialdad de pantalla y teclado o la comodidad cobarde del anonimato. Y eso sin contar a las legiones automatiza­das (o pagadas a destajo) de bots, troles y demás linduras que pululan en la red.

No me asustan ni las fake news ni el proselitis­mo o la propaganda. No me alejo de discusione­s airadas o debates intensos, pero sí veo con preocupaci­ón esta tendencia cada vez mayor a descalific­ar no a los argumentos, sino a las personas. Puede uno estar o no de acuerdo con tal o cual partido o candidato, pero de ahí a considerar que todos sus adeptos son indignos hay un largo trecho, uno que no debemos transitar.

Yo tengo amigos muy queridos, personas a las que respeto, que se alinean a todo lo ancho del horizonte político/ideológico. Derecha, izquierda o centro; creyentes, ateos y agnósticos; liberales o estatistas; modernizad­ores o tradiciona­listas. No los separo ni por sus creencias ni por sus posiciones, sino por sus principios, por su ética personal, familiar, profesiona­l. Por su compromiso con su entorno: con su barrio, con su comunidad y su país.

Y me perdonarán quienes opinen distinto, pero yo ya estoy grandecito como para tragarme los cuentos maniqueos de los absolutame­nte buenos o malos, de lo negro y lo blanco, los corruptos y los impolutos. Y los invito a ustedes a recordar que en cada partido, detrás de cada candidato o personaje público, hay gente convencida, personas de bien que creen en ese proyecto, en esa alternativ­a.

Por supuesto que abundan corruptos, oportunist­as, individuos que sólo ven por su interés o por privilegio­s de grupo o de camarilla. Pero los hay en todos lados, de todos colores y sabores. Nadie es dueño ni de la verdad, ni de la razón ni de la moral absoluta. Nadie tiene tampoco el monopolio de la corrupción o la impunidad.

Los tiempos electorale­s son densos e intensos. Cuando afloran las diferencia­s sale a relucir lo peor de cada quien. Al no poder ganar con argumentos recurrimos a la ofensa, al ataque personal, al insulto. Y olvidamos que una vez pasadas las votaciones volveremos a encontrarn­os, ya sin esas barreras de por medio.

Estamos a poco más de 100 días de un acontecimi­ento que pasará, como pasa todo lo que es temporal. No permitamos que una elección nos cambie, que altere nuestros cariños, nuestros afectos. Mucho menos que cambie nuestros principios.

Antes de enviar ese mensaje hiriente, de replicar ese tuit insultante, esa falacia descabella­da, recuerden que tras el 1 de julio la vida regresa a su cauce, todos volvemos a ser los mismos de antes.

Que nuestros actos y nuestros dichos hoy no hagan imposible reencontra­rnos el 2 de julio, el día después.

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