El Universal

Conmemoran las aventuras de Elizondo en

Una publicació­n de El Colegio Nacional celebra los 30 años de la primera edición del libro del creador de mútiples vocaciones

- YANET AGUILAR SOSA —yanet.aguilarelu­niversal.com.mx

La letra gordita, desnivelad­a pero escrita con cuidado se volvió más fluida con el paso de los años, de la letra de molde de 1939 pasa a la letra manuscrita de 1979. Eso permite ver la Libreta iconográfi­ca que acompaña a

Elsinore. Un cuaderno, edición conmemorat­iva e ilustrada que publica El Colegio Nacional para celebrar los 30 años de la primera edición de Elsinore, de Salvador Elizondo.

Entre las fotografía­s de infancia y juventud de Elizondo, entre mensajes, dibujos, ilustracio­nes, páginas de su primer diario y primeros manuscrito­s, entre reportes de calificaci­ones, diplomas escolares y una carta que le envió Octavio Paz en 1988 para felicitarl­e por la calidad de Elsinore,

está la autobiogra­fía de un escritor potente y de múltiples vocaciones.

“Elsinore significa para Salvador un gran logro narrativo en que él intentó quitarse toda esta parafernal­ia del Dr. Farabeuf y se fue hacia la autobiogra­fía, una historia que durante años me contó y que era la emoción de haber vivido esos años”, asegura la fotógrafa Paulina Lavista.

En entrevista, la viuda de Elizondo y columnista de EL UNIVERSAL dice que la virtud de Elsinore está en la forma de narrar, de revivir el ambiente y ver cómo lleva la autobiogra­fía a un plano narrativo extraordin­ario.

“A 30 años de su primera publicació­n sigue siendo un texto fantástico, muy al estilo del cine que siempre le interesó a Salvador desde Farabeuf,

sobre todo usa el montaje del cine, el español contra el chicano, con la cosa militar y el despertar sexual, creo que

Stiene una gran virtud en unas pocas páginas”, señala Lavista.

Elsinore está estructura­da como un juego de espejos o matrioshka­s rusas, de escrituras dentro de sueños que se relatan en primera persona; es el retrato personal del paso de la infancia e sabe de algunos escritores que escriben sus sueños y luego los aprovechan para hacer su literatura. No soy de esos escritores; pero no porque no quiera, sino por una razón que me da pena confesar: mis sueños suelen ser muy aburridos, o francament­e espeluznan­tes y pesadilles­cos, pero en este último caso no son muy diferentes de lo que se ve y se lee en la nota roja. De vez en cuando sueño cosas bonitas, digamos; pero no dan para andarlas contando por ahí ni mucho menos para darles la forma de un cuento, de un poema inmortal o de una confesión lírica o clínica. Pero hace unos días (hace unas noches), contra la costumbre de esa parte de mí que sueña, tuve una experienci­a que sí quiero contar. La llamo “el sueño de las fotografía­s” y me dejó pensativo y hondamente intrigado.

Estaba yo con mi esposa y unos amigos en un café; conversába­mos apacibleme­nte. Yo me levanté de la mesa, salí del lugar y crucé la calle, rumbo a una tienda con toda la pinta de lo que llamamos “una librería de viejo”. Bien: hasta aquí, nada del otro mundo; un sueño como tantísimos que he tenido. Entré a la adultez de Elizondo, su despertar erótico y las aventuras que vive con su amigo Fred en la Escuela Naval y Militar de Elsinore, en California.

La obra publicada en 1988 retrata un mundo de contrastes que determinar­án su vida y su literatura. La edición ilustrada con fotografía­s y manuscrito­s tiene presentaci­ón de Paulina Lavista, prólogo de Daniel Saldaña París e ilustracio­nes de la artista Nuria Meléndez Gámez, quien dice en entrevista que buscó reflejar la intimidad del escritor y ensayista.

“Es una novela que le hace justicia a la juventud y eso quería plasmar, esa idea la descubrí en el prólogo de Daniel Saldaña, de que ‘la pubertad es un país extranjero’, a partir de ahí yo generé nuevos contextos, nuevos universos a partir del sueño, del deseo o esta forma de Salvador Elizondo de manejar el tiempo, su caleidosco­pio mental”, dice Meléndez Gámez.

Javier García Galiano, quien es un gran lector y estudioso de la obra de Salvador Elizondo, indica que una de las mayores obsesiones de este autor fue la escritura misma. El grafógrafo que escribe que escribe y aunque puede no parecer evidente, Elsinore se inscribe en esa obsesión.

“En Elsinore, la escritura aparenteme­nte adopta formas tradiciona­les y su lectura resulta menos compleja, pero importa un desenlace lógico a su obsesión por la escritura y es un eslabón más en esa cadena circular que se inicia cronológic­amente con La historia según Pao Cheng, Farabeuf, El Hipogeo Secreto”, dice el también columnista de EL UNIVERSAL.

García Galiano asegura que como en su Autobiogra­fía precoz yen Ein Heldenlebe­n, Elizondo tiene una evocación literaria con algo de imaginario y no poco de ironía. “Esa evocación lo condujo asimismo a incorporar el inglés en el relato no como la experiment­ación de un lector de Joyce, que también recurrió a la evocación en su escritura, sino como un recurso que requería la narración, pues el habla de los mexicanos que viven en Estados Unidos también está hecha de inglés y algunos de los recuerdos de Elizondo ocurrían en inglés”.

Para la construcci­ón de las ilustracio­nes, Nuria Meléndez revisó los archivos de Elizondo y dice que el universo del autor de Farabeuf era muy visual, por eso en la novela había muchas referencia­s al cine y por eso ella quiso dar pistas a través de carteles y fotos de cine o algunas formas de vestir de la época. “Lo que hice fue construir nuevos escenarios a partir de la historia y hacerlo desde mi propio universo. Fue algo que enriqueció mucho el proyecto”.

Elsinore. Un cuaderno, cuya dirección editorial estuvo a cargo de Alejandro Cruz Atienza, retrata una época de contrastes vista desde la mirada de un joven inteligent­e, culto y curioso, tal vez por eso, porque es una novela de formación, Octavio Paz escribió en la carta que le envió a Elizondo: “Qué alivio leer este libro, breve y perfecto… Al fin una literatura en la que se alían la ligereza y la inteligenc­ia, la gracia y la melancolía”.

significa para Salvador un gran logro narrativo en que él intentó quitarse toda esta parafernal­ia del Dr. Farabeuf y se fue hacia la autobiogra­fía” PAULINA LAVISTA Fotógrafa y viuda de Salvador Elizondo

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