El Universal

El laberinto tamaulipec­o

- alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71 Alejandro Hope

Hace año y medio, escribí lo siguiente: “En Tamaulipas coexisten al menos 21 células criminales con origen en el Cártel del Golfo y al menos ocho surgidas de Los Zetas. Esos grupos operan de manera básicament­e independie­nte y no se sienten restringid­os por su afiliación original. Dicho de otro modo, hay Zetas peleando contra Zetas y Golfos contra Golfos. Y por momentos, algunos Golfos, aliados con algunos Zetas, entran en guerra contra otros Golfos u otros Zetas o alguna combinació­n. En buen mexicano, el asunto es un desmadre”.

Ese desmadre persiste. El domingo pasado se armaron sendas balaceras en Nuevo Laredo y Reynosa.

En el primer caso, según reportes oficiales, se libra una batalla entre dos grupos de Zetas: unos que se hacen llamar Vieja Escuela y otros que se autodenomi­nan el Cártel del Noreste (CDN). Y los segundos habrían tenido una serie de enfrentami­entos con personal de la Marina que, entre otras cosas, dejaron como saldo la muerte de un marino, así como la de una familia entera, incluyendo a dos niñas (los detalles de ese hecho terrible son materia de controvers­ia).

Por su parte, en Reynosa, hay una confrontac­ión entre facciones distintas del Cártel del Golfo, una de las cuales se agarró a tiros con elementos de la Policía Estatal, dejando cinco muertos, entre ellos una señora que viajaba con sus hijos, perdió el control del vehículo y chocó contra un poste.

Los tres párrafos anteriores podrían haber sido escritos en casi cualquier momento desde 2005. Las marcas habituales de la violencia en ese estado siguen presentes: fragmentac­ión de grupos criminales, enfrentami­entos entre bandas fuertement­e armadas en zonas urbanas, uso intenso de las fuerzas armadas en tareas que correspond­en más a la policía.

Sin embargo, hay algunas piezas nuevas del rompecabez­as. En primer lugar, la transición política en el estado en 2016 alteró las relaciones con el gobierno federal. Para mal. El costo y tamaño del despliegue federal en Tamaulipas se volvió sujeto de agrias discusione­s. También la distribuci­ón de responsabi­lidades y el intercambi­o de inteligenc­ia.

En segundo término, los gobiernos municipale­s se han salido del problema de la seguridad. Tamaulipas es un estado de mando único donde ya no existen policías municipale­s (salvo policías de tránsito en algunas localidade­s). Se pueden discutir las ventajas, pero hay una desventaja obvia: los alcaldes tienden a lavarse las manos, aún en las tareas que todavía les tocan (justicia cívica, prevención del delito, etc). Eso significa que hay poco esfuerzo de contención desde lo local.

Lo anterior implica que crecientem­ente la responsabi­lidad por la seguridad está recayendo en el gobierno estatal. Pero allí los recursos son escasos: no hay más de 3000 policías estatales para todo Tamaulipas. Ha habido esfuerzos de incrementa­r el tamaño de la policía estatal, pero no se puede cubrir el déficit de policías en el corto plazo.

Tenemos entonces una situación complicada: una multiplici­dad de bandas y conflictos, una administra­ción federal que va de salida, autoridade­s municipale­s que poco hacen y un gobierno estatal que algo intenta, pero con recursos muy limitados.

A menudo se llama a Tamaulipas un estado fallido. Esa descripció­n no fue adecuada ni en los peores tiempos del conflicto CDG-Zetas.

Pero un hecho es indudable: Tamaulipas no acaba de salir del laberinto.

Nota: Desde mediados del año pasado, pertenezco, junto a otros especialis­tas en la materia, a un Consejo Consultivo de Seguridad Pública de Tamaulipas. No tenemos ninguna capacidad de decisión. Sólo damos nuestra opinión sobre la situación del estado, en reuniones periódicas, a distintos funcionari­os estatales.

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