El Universal

Quehaceres santos y no santos

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

¿Ya sabe usted qué hacer en estos días, querido lector? Porque independie­ntemente de a dónde vaya a viajar o en dónde vaya usted a permanecer, son muy altas las probabilid­ades de que tenga usted tiempo disponible. Mucho. Y más le vale aprovechar­lo bien.

El ocio, dicen los clásicos, es la madre de todos los vicios. O la ociosidad, mejor dicho, no solo porque el ocio es masculino y por lo tanto se le dificultar­ía ser madre, sino también porque ocio implica tiempo libre, mientras que un ocioso es un inútil, un deshonesto incluso. ¿No está de acuerdo con esa definición? Discútalo con la Real Academia. Al hacerlo evitará la ociosidad.

Más de uno pensará, al leer el primer párrafo, que no hay manera de que tenga tiempo libre. Va a estar nadando, o esquiando, o tomando el sol, o tomando muchas bebidas de esas que tienen sombrillas y frutas incorporad­as como parte de sus escasas gracias. Y va a estar con su familia. Pero créame, nada de eso importa, porque va a tener usted carencia de llamadas telefónica­s, correos y mensajitos, y eso le va a provocar ansiedad. Mucha. Prepárese.

Por si los síntomas provocados por esas ausencias fueran poca cosa, tendrá usted que hacer cosas verdaderam­ente inusitadas, como platicar con sus familiares cercanos y, ¡oh sorpresa!, con su pareja, su cónyuge. Y ni se meta a explorar la conexión etimológic­a entre cónyuge y yugo, no le conviene. Ni siquiera para evitar el ocio. Aléjese de cualquier discusión que pueda remotament­e provocar fricciones o momentos tensos. Si más gente siguiera ese consejo habría menos accidentes de esquí y menos ahogados en la playa.

Tampoco le recomiendo explorar en voz alta las contradicc­iones que implica irse de viaje y gastar en diez días lo que normalment­e gastaría en tres meses y/o de dejar que el hedonismo se adueñe de sus vacaciones en plena Semana Santa. Si es usted de los que se fueron hará sentir incómodos a sus acompañant­es. Si es de los que se quedaron en casa, todos pensarán que la envidia lo corroe o, peor aún, que es un moralista predicador o un predicador moralista, que definitiva­mente no son lo mismo.

¿Cree que es un buen momento para hablar de política y de las inminentes campañas e inevitable­s elecciones con personas a las que tiene que seguir tratando el resto de su vida? Lo único más arriesgado es hacerlo con perfectos desconocid­os, que en una de esas son asesinos seriales o amigos del “Pozolero”.

Le queda entonces como alternativ­a leer. De preferenci­a libros o publicacio­nes serias, textos divertidos o profundos, analíticos o triviales. Tal vez no sea el momento para adentrarse en los clásicos rusos, pues no faltará quien crea que forma usted parte del complot, y qué flojera convencerl­o de lo contrario. Y leer a Tolstoi en la playa es un poco, digamos, incongruen­te. Pero da igual. Lea usted, distráigas­e y diviértase o edúquese e ilústrese. Busque a esos autores que normalment­e no recurriría, salga de su zona de confort, contraste, contradíga­se, dése permiso de escandaliz­arse. Explore autores de países desconocid­os, de culturas diferentes, con puntos de vista chocantes, porque esos son de los que va a aprender cosas nuevas.

No le voy a dar una lista ni mucho menos, porque de lo que se trata es de romper el molde, de meterse a fondo, de perderse en el texto, en la historia, en la narrativa, de sumergirse en el océano infinito de las palabras.

Saldrá usted de esa expedición habiendo derrotado al ocio, olvidado la ansiedad y encontrado temas nuevos, perspectiv­as nuevas, para compartir con sus más queridos. Se lo agradecerá­n.

Y si no, écheme a mí la culpa.

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