Una elección “histórica” y un futuro incierto
Implementado experimentalmente en 1974 en Matanzas e institucionalizado en 1976, el sistema electoral cubano ha sido un eficiente mecanismo de selección y rotación de lealtades al interior de una cohesionada élite. No es menos importante que su funcionalidad operativa responde a la legitimidad de una ideología revolucionaria y a la fortaleza de un liderazgo carismático.
Durante casi cinco décadas, las reglas electorales han sido un componente eficiente del engranaje político del Estado cubano; un filtro selectivo que ha garantizado la continuidad y la gobernanza de un estado de partido único y fuerte liderazgo. Sin embargo, la elección por parte de la recién instalada Asamblea Nacional de su presidente, vicepresidente y secretario, al igual que al Consejo de Estado y su presidente, se da en condiciones internas y externas inéditas. El reto no es menor: después de seis décadas bajo el liderazgo de los Castro se debe garantizar el relevo generacional en la dirección del Estado y el gobierno en un contexto de creciente incertidumbre.
Por Constitución, “la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado” en Cuba es el Partido Comunista (PCC), el cual se antepone funcionalmente al Consejo de Estado y al de Ministros. Hasta hoy el cargo de primer secretario del Buró Político del PCC y presidente de los Consejos de Estado y de Ministro había sido desempeñado de forma ininterrumpida sólo por dos figuras históricas: Fidel y Raúl Castro. He ahí, desde mi punto de vista, la relevancia y singularidad de este momento; más que la novedad del elegido, asistimos al inicio de una inédita diferenciación en las funciones de los dos órganos articuladores del poder en Cuba. Hay elementos suficientes para suponer que el Buró Político del Partido Comunista de Cuba será el enclave de los históricos, encabezados por Raúl Castro.
El nuevo Consejo de Estado estará compuesto por nombres diferentes en edad y en biografías, lo cual podría tener repercusiones en las normales dinámicas de negociación y conflicto intra élite. En otras palabras, el gobierno electo tendrá que tomar decisiones —por primera vez— en un entorno geopolítico internacional y económico de suma complejidad. Este podría ser, desde mi punto de vista, un elemento dinamizador que tensione la nueva articulación institucional en Cuba en un futuro mediato: la inteligencia pragmática y no menos osada que presupone el libre mercado y el comercio podrían revelarnos potenciales reformistas exitosos, y si aún persisten con cierta vitalidad resistencias en un sector inmovilista de históricos del Buró Político, los correctivos podrían convertirse en potencialmente conflictivos, incluso desestabilizantes.
No es menos relevante el reto que significa para este “nuevo equipo de gobierno” la toma de decisiones en sí mismo. Ninguno de los nuevos nombres formó parte de la generación protagónica de la gesta revolucionaria de 1959; es una interesante incógnita el cómo se construirán los nexos de cooperación o, en su defecto, se procesará el conflicto provocado por las normales discrepancias que la creciente complejidad implica.
La relevancia de este momento es que asistimos al inicio de una diferenciación en las funciones de los dos órganos articuladores del poder en Cuba.