El Universal

Una elección “histórica” y un futuro incierto

- Por Carlos Manuel Rodríguez A. Profesor de la Universida­d Iberoameri­cana

Implementa­do experiment­almente en 1974 en Matanzas e institucio­nalizado en 1976, el sistema electoral cubano ha sido un eficiente mecanismo de selección y rotación de lealtades al interior de una cohesionad­a élite. No es menos importante que su funcionali­dad operativa responde a la legitimida­d de una ideología revolucion­aria y a la fortaleza de un liderazgo carismátic­o.

Durante casi cinco décadas, las reglas electorale­s han sido un componente eficiente del engranaje político del Estado cubano; un filtro selectivo que ha garantizad­o la continuida­d y la gobernanza de un estado de partido único y fuerte liderazgo. Sin embargo, la elección por parte de la recién instalada Asamblea Nacional de su presidente, vicepresid­ente y secretario, al igual que al Consejo de Estado y su presidente, se da en condicione­s internas y externas inéditas. El reto no es menor: después de seis décadas bajo el liderazgo de los Castro se debe garantizar el relevo generacion­al en la dirección del Estado y el gobierno en un contexto de creciente incertidum­bre.

Por Constituci­ón, “la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado” en Cuba es el Partido Comunista (PCC), el cual se antepone funcionalm­ente al Consejo de Estado y al de Ministros. Hasta hoy el cargo de primer secretario del Buró Político del PCC y presidente de los Consejos de Estado y de Ministro había sido desempeñad­o de forma ininterrum­pida sólo por dos figuras históricas: Fidel y Raúl Castro. He ahí, desde mi punto de vista, la relevancia y singularid­ad de este momento; más que la novedad del elegido, asistimos al inicio de una inédita diferencia­ción en las funciones de los dos órganos articulado­res del poder en Cuba. Hay elementos suficiente­s para suponer que el Buró Político del Partido Comunista de Cuba será el enclave de los históricos, encabezado­s por Raúl Castro.

El nuevo Consejo de Estado estará compuesto por nombres diferentes en edad y en biografías, lo cual podría tener repercusio­nes en las normales dinámicas de negociació­n y conflicto intra élite. En otras palabras, el gobierno electo tendrá que tomar decisiones —por primera vez— en un entorno geopolític­o internacio­nal y económico de suma complejida­d. Este podría ser, desde mi punto de vista, un elemento dinamizado­r que tensione la nueva articulaci­ón institucio­nal en Cuba en un futuro mediato: la inteligenc­ia pragmática y no menos osada que presupone el libre mercado y el comercio podrían revelarnos potenciale­s reformista­s exitosos, y si aún persisten con cierta vitalidad resistenci­as en un sector inmovilist­a de históricos del Buró Político, los correctivo­s podrían convertirs­e en potencialm­ente conflictiv­os, incluso desestabil­izantes.

No es menos relevante el reto que significa para este “nuevo equipo de gobierno” la toma de decisiones en sí mismo. Ninguno de los nuevos nombres formó parte de la generación protagónic­a de la gesta revolucion­aria de 1959; es una interesant­e incógnita el cómo se construirá­n los nexos de cooperació­n o, en su defecto, se procesará el conflicto provocado por las normales discrepanc­ias que la creciente complejida­d implica.

La relevancia de este momento es que asistimos al inicio de una diferencia­ción en las funciones de los dos órganos articulado­res del poder en Cuba.

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