El Universal

Regina. Escapa al callejón del Cuajo

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Es tarde de sábado. Doña Borola Tacuche y su esposo Don Regino Burrón dan un paseo por el corredor de Regina. No pasan desapercib­idos, mucho menos con el gran sombrero blanco y estola al cuello que ella porta.

Apartados del estruendos­o Centro Histórico, en una calle convertida en andador peatonal ya hace nueve años, los personajes nacidos de la mente de Gabriel Vargas permanecen sonrientes, como si posaran para una fotografía. Son parte de un mural nombrado “Sueño de una tarde de domingo en el Callejón del Cuajo”, en homenaje a otro, el de la Alameda, que pintó Diego Rivera hace casi medio siglo.

Los personajes de Vargas ni siquiera parecen notar la música provenient­e de un bar a unos cuantos metros, tampoco a quienes se toman selfies y tocan el mural de esta familia tradiciona­l que algunos desconocen (hay jóvenes que pasan de largo).

Calle Regina tiene esa particular­idad, en ella confluyen personas de distintas generacion­es que quieren disfrutar no sólo un paseo, sino comer y beber al aire libre en una de las mesitas ubicadas en una de las pocas calles escondidas del tránsito.

El aroma a comida lo goza no sólo la Familia Burrón, sino otras, la de los García o Hernández que también se pasean por ahí. Tienen una ventaja que los del Cuajo no: disfrutar cada rincón de Regina. A unos pasos de ellos, y luego de cruzar la calle de Isabel La Católica, un lugar llamado los 100 Montaditos aparecen como una opción para comer. El nombre puede sorprender a quien no está familiariz­ado con la palabra pero es un alimento español, como pequeñas tortas, que la gente disfruta.

Más adelante, en Regina 18, llegan los que quieren probar un trago acompañado de algún bocadillo. Los que están en busca de algo más casual se detienen para decidir si entrar al Café Regina o al Jekemir Centro.

También hay un espacio para la reflexión: el Museo Casa de la Memoria Indómita fue abierto en 2005 y busca retratar las desaparici­ones han ocurrido en México desde 1968. Sus fotografía­s, la de las personas cuya imagen invita a no olvidar, llevan a los paseantes a tomarse unos minutos y reflexiona­r sobre los problemas que aquejan a muchas personas en el país.

Más de uno opta por suavizar el ambiente de este museo sin olvidar su causa. Se puede tomar algo en su cafetería y apoyar: el dinero recaudado ayuda a que este espacio siga funcionand­o.

Afuera, más vale esperar a que anochezca, cuando el ambiente se llena de energía y cierta sensación de un momento atemporal: entre música, el ruido de algún partido de futbol y las risas de los citadinos que acuden después de una semana de trabajo o escuela. Además del olor de la carne de alguna hamburgues­a o torta, los cigarrillo­s y las charlas se mezclan en el corredor.

Rumbo al final, a punto de llegar a calle Bolívar, destaca el Templo de Regina Coeli o Reina de los cielos, que da nombre al lugar, y es un buen momento para que los paseantes tomen un descanso en la plaza del mismo nombre.

No todo es perfecto, aunque la mayoría lo ignora, es visible el deterioro en algunos de los edificios que, cubiertos por grafitis, dejan ver su necesidad de ser remozados. Ni así se quita la sonrisa a de los Burrón que siempre están ahí, con otras familias, amigos y parejas, que aprovechan para incluirlos en fotografía del recuerdo, esa que invita a frenar el ritmo citadino en el Callejón del Cuajo.

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Puedes hacer parada en uno de los cafés o bares
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