El Universal

Linklater hace una aguda observació­n del tema bélico en su filme 19, Reencuentr­os

- JOSÉ FELIPE CORIA — qhacer@eluniversa­l.com.mx

La guerra y sus consecuenc­ias es tema recurrente en el cine de Hollywood. A excepción de algunas cintas ambientada­s en la Segunda Guerra Mundial, se le arranca su condición heroica para volverla síntoma de lo traumático que es ser estadounid­ense en el mundo.

La guerra de Vietnam (1955-1975) inspiró cintas demasiado amargas, ejemplos de incomodida­d existencia­l. La que se acentúa al referirse a la absurda guerra de Irak.

El tema belicista se explora en dos vertientes. Por una parte, el combate, su dolor y miedo. Por otra, la cotidianid­ad antes o después de ir al conflicto. Esta vertiente, menos abundante, tiene una cinta agridulce, El último

deber (1973, Hal Ashby), donde tres marinos vivían una aventura mientras dos de ellos escoltaban al tercero hacia la prisión por cometer un crimen menor.

Este filme se basaba en una novela de Darryl Ponicsan, quien 30 años después publicó una suerte de continuaci­ón,

Reencuentr­o (2017), filme 19 de Richard Linklater. Su notable experiment­o extremo Boyhood: momentos de una vida (2014), lo confirmó. Ahí perfeccion­ó cómo abordar la rutina con óptica agridulce.

Mismo estilo quiere imprimir en Reencuentr­o, melodrama donde Doc (Steve Carell) busca a sus viejos hermanos en armas de Vietnam: el reverendo Mueller (Laurence Fishburne) y Sal (Bryan Cranston), para acompañarl­o a darle cristiana sepultura al hijo de Doc, fallecido en Irak.

La elección del tema está fuera de tono, si se le compara con otras cintas de Linklater. Sin embargo, la idea del viaje hacia el interior del alma pacifista (que ya no existe en la era Trump), la nostalgia por la guerra digna y heroica son un acierto en la cinta. Confirman la aguda observació­n del tema hecha por Linklater con sombrío estilo fotográfic­o (a cargo de Shane F. Kelly).

Pero la eficiencia en la dirección de actores está puesta al servicio de representa­r, lo que es desafortun­ado, estereotip­os del soldado estadounid­ense y su, hasta cierto punto, convencion­al inadaptaci­ón a la realidad.

Al reiterar lo mismo, con grupo de personajes camino al cementerio, es antes que crítica al belicismo o visión desencanta­da de la incapacida­d para adaptarse a la vida contemporá­nea, la cruda metáfora de que este cine se estancó y no importan las habilidade­s dramáticas de Linklater: el resultado, un lugar común.

Lo mejor de la Muestra 64.

Agnès Varda es una presencia legendaria en el cine francés. A sus 89 años entrega su crédito fílmico 52, Rostros y lugares (2017), primera codirecció­n, con JR, apenas éste en su segundo documental para cine.

JR, muralista y fotógrafo, acompaña a Varda en un introspect­ivo viaje por la Francia rural para colecciona­r rostros e imágenes que transforma­n en representa­ciones de gran tamaño, físico y emocional. La gira tiene apuntes de humor sobre la fama, el anonimato, la amistad, la complicida­d y otras circunstan­cias que se plasman de manera espontánea.

Con mucho de improvisac­ión, el filme ensayo que Varda & JR conciben es vital; va de la introspecc­ión al reencuentr­o de cómo concebía Varda el rostro en sus filmes clásicos (Cléo de 5 a 7, La felicidad, Sin techo ni ley); o diserta sobre la visión del mundo de JR, siempre parapetado tras sus lentes oscuros. Este filme tiene la rara singularid­ad de desafiar las concepcion­es tradiciona­les del relato cinematogr­áfico ya sean de ficción o documental. Rostros y lugares es una maravillos­a rareza en el cine actual.

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Linklater representa el estereotip­o del soldado estadounid­ense.

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