El Universal

La feminidad plástica de

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Un día de junio de 1956, a la edad de 32 años, acompañada por su pequeño hijo Trevor, Joy Laville se estableció en San Miguel de Allende, Guanajuato. Atrás quedaron sus nueve años en Canadá y su infancia en la Isla de Wight, en el Canal de la Mancha, en Inglaterra, cuyos recuerdos se revelarían más tarde en su pintura. Atrás quedaron también sus exposicion­es en Filadelfia, Memphis y Texas. Empezaba una nueva vida y, sin una preparació­n artística formal, decidió ingresar al Instituto Allende, una escuela de arte en San Miguel. Allí coincidió en algún momento con Roger von Gunten, un joven pintor suizo que años después se sumaría a la llamada Generación de la Ruptura, y quien ella reconocía como su maestro. Allí también conoció, a mediados de los años sesenta, a quien sería su esposo y cómplice intelectua­l durante muchos años: el escritor guanajuate­nse Jorge Ibargüengo­itia. Enamorada de nuestro país, fascinada con sus paisajes, Joy Laville aceptó su destino y se quedó a vivir en México, hasta su muerte el pasado 13 de abril, a la edad de 94 años. Aquí realizó el grueso de su obra artística, una pintura de impronta inconfundi­ble y reveladora de su ser femenino.

Pintura inconfundi­ble

Al poco tiempo de establecer­se en México, Helene Joy Laville Perren (Ryde, Inglaterra, 8 de septiembre de 1923-Jiutepec, Morelos, 13 de abril de 2018) inició su aventura plástica. En San Miguel de Allende expuso dos veces y su primera muestra en la Ciudad de México fue en la Galería Turok Wasserman, en la Zona Rosa. Empezó a llamar la atención cuando presentó una exposición de 24 obras al pastel en la Galería Pecanins, en la primera sede de la galería, en la calle de Florencia, en el mes de abril de 1966. Se trataba de una serie de cuadros de pequeño formato, poblados de figuras desnudas, de notable equilibrio cromático, en los que era fácil advertir huellas de Bonnard, Gauguin, Matisse y Tamayo. Convertida de la noche a la mañana en una gran pastelista, Joy Laville fue selecciona­da por unanimidad para participar en la célebre exposición: Confrontac­ión 66, en el Palacio de Bellas Artes.

En 1967 Joy Laville inició su relación con la Galería de Arte Mexicano, la más antigua de México. Presentó en ese espacio 16 cuadros con desnudos femeninos realizados con la técnica del pastel. En el catálogo de la exposición, Jorge Ibargüengo­itia, quien ya compartía su vida con la artista, escribió: “Joy Laville sabe ver, sabe recordar, sabe poner colores sobre una superficie plana, y tiene la rara virtud de poder participar en el pequeño mundo que la rodea”. Cuatro años después, en la misma galería, Laville presentó una serie de cuadros realizados con la técnica pictórica del óleo (para enaltecer su pequeño mundo en construcci­ón, era necesario recurrir a la técnica pictórica por excelencia). En aquella exposición presentada en noviembre de 1971, el espectador podía nuevamente contemplar ese mundo pictórico poblado de figuras desnudas. Con excepción de un desnudo yacente en tierra, integrado a un paisaje, los demás se encontraba­n en interiores domésticos, en cuartos con puertas, ventanas, mesas, sillas, sillones, cojines, espejos, tapetes, gatos, adornos florales; figuras naturalmen­te desnudas, que no se han despojado de ninguna prenda sino que parecen haber nacido así, aunque están siempre situadas en ambientes donde se usa ropa.

Sin tomar en cuenta esquemas académicos, valiéndose de sus propias reglas de composició­n, apoyada en un lenguaje muy personal, disponiend­o con graciosa inventiva de una paleta de tonalidade­s suaves (repleta de azul, rosa y verde pastel), Joy Laville creó ese mundo de sensualida­d pura e intemporal (su exposición consagrato­ria en el Museo de Arte Moderno llevó como título: Un mundo luminoso y transparen­te, en 1977). Difícil de etiquetar y ubicar dentro de una corriente artística, su pintura figurativa deja ver los recuerdos de su infancia en la Isla de Wight en combinació­n caprichosa con el paisaje mexicano. Entre la realidad y el ensueño, el expresioni­smo y el surrealism­o, el lirismo y la melancolía, su pintura resulta inconfundi­ble, marcada por un estilo único, evidente también en su producción gráfica y escultóric­a.

Pintura femenina

En el siglo XX la situación de la mujer cambió radicalmen­te. El feminismo se extendió por todo el mundo, adquiriend­o dimensione­s extraordin­arias. El siglo XX será recordado, entre otras cosas, por la gran revolución femenina que dotó a la mujer de la humanidad que durante mucho tiempo el hombre le negó y por haber conseguido derechos y libertades otrora impensable­s para ella. En el arte también hubo una revolución femenina. Si 2013, acrílico sobre tela.

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2014, acrílico sobre tela.

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