El Universal

La desconfian­za binacional facilitó Ayotzinapa

- Por JORGE LUIS SIERRA Especialis­ta en temas de seguridad y fuerzas armadas

Los sistemas de inteligenc­ia de Estados Unidos sabían en tiempo real qué estaba pasando en los alrededore­s de Iguala cuando Guerreros Unidos, confundien­do a estudiante­s de Ayotzinapa con narcotrafi­cantes rivales, masacró y desapareci­ó a 43 de ellos la noche del 26 de septiembre de 2014.

Esa informació­n, de haber sido compartida oportuname­nte con el gobierno mexicano, pudo haber limitado el alcance de la tragedia.

Pero el gobierno mexicano no pidió esa informació­n y ésta se quedó en los escritorio­s burocrátic­os de Washington y se convirtió en un producto inútil para fines humanitari­os. La tragedia siguió su curso sin que los gobiernos de México o Estados Unidos hicieran algo para evitarlo.

A juzgar por la transcripc­ión de los mensajes que intercambi­aban los miembros del grupo criminal Guerreros Unidos, intercepta­dos por la agencia antidrogas de EU (DEA, por sus siglas en inglés), ahora es un hecho que las agencias de inteligenc­ias del gobierno de Estados Unidos tenían informació­n directa de lo que pasaba, minuto a minuto, en las inmediacio­nes de Iguala, Guerrero, la noche que esa banda delictiva, apoyada por policías municipale­s y milicias ciudadanas, desapareci­ó a los 43 estudiante­s normalista­s.

Los agentes de la DEA tenían intercepta­dos diez teléfonos celulares de por los menos cinco integrante­s de Guerreros Unidos en la ciudad de Chicago, Illinois. Enfrascado­s en la acumulació­n de evidencias contra una de las organizaci­ones criminales mexicanas con más actividad en el norte de Estados Unidos, decidieron dejar que los acontecimi­entos trágicos se desarrolla­ran y esperaron el momento más oportuno para detener, dos meses después de la tragedia de Iguala, a los líderes de ese grupo criminal en Chicago y Oklahoma.

El gobierno mexicano ha guardado silencio sobre la informació­n de inteligenc­ia recopilada esa misma noche. Sin embargo, es muy probable que también existan reportes del Cisen, o de las áreas de inteligenc­ia militar involucrad­as en el seguimient­o de grupos criminales que ayuden a entender qué fue lo que sucedió esa noche trágica.

En ninguno de los casos, ni en el de la DEA ni en el del Cisen o de la sección segunda del Estado Mayor de la Defensa Nacional, el ciclo de inteligenc­ia se cerró apropiadam­ente con decisiones políticas, informadas y acertadas, que impidiera la masacre de estudiante­s.

Ambos gobiernos actuaron cada uno con objetivos ajenos a la cooperació­n binacional. El gobierno mexicano actuó tardíament­e para detener a policías municipale­s de Iguala, cuando ya había ocurrido la masacre. El gobierno de Estados Unidos se enfocó sólo en acumular evidencias que en el futuro que pudieran incriminar a los integrante­s de Guerreros Unidos en Chicago.

En el fondo, prevalecía el burocratis­mo mexicano y la desconfian­za generaliza­da de las agencias de seguridad estadounid­enses hacia las mexicanas. El gobierno estadounid­ense estaba en franco desacuerdo con la liberación del narcotrafi­cante Rafael Caro Quintero, el 9 de agosto de 2013, luego de 28 años de prisión. Esa decisión de liberar a uno de los narcotrafi­cantes más notorios de la historia mexicana fue una afrenta real para la DEA, la misma agencia que espiaba a Guerreros Unidos y supo en tiempo real de la masacre contra los estudiante­s de Ayotzinapa.

La liberación de Caro Quintero reabría una herida histórica de la DEA, aun agraviada con el asesinato, en noviembre de 1985, del agente Enrique Camarena Salazar y su piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar. Ajustándos­e a lo suyo, la DEA mencionó los mensajes intercepta­dos ante la Corte de Illinois en diciembre de 2014 e informó con detalle los números telefónico­s intercepta­dos, el nombre de sus poseedores, así como los periodos de intercepta­ción. En esos periodos de intercepta­ción estaba el 26 de septiembre de 2014.

El gobierno mexicano tampoco demostró enjundia para pedir desde el primer momento la informació­n que tenía la DEA, a pesar de que la Corte Federal del Norte deIlli no is había hecho públicos los documentos de la acusación contra los integrante­s de Guerreros Unidos tres meses después de la masacre de Iguala.

La oportunida­d de trabajar juntos para defender la libertad de manifestac­ión y de expresión fue perdida. Lo que quedó eran intereses limitados, si no mezquinos. Uno, queriendo seguridad en las calles de Chicago. El otro haciendo todo lo posible para evitar que personas del gobierno federal o allegadas a él fueran responsabi­lizadas.

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