El Universal

Inteligenc­ia datos nuevos

Más allá de la medición de la capacidad intelectua­l, programas como Proyecto Zero, buscan entender y desarrolla­r la inteligenc­ia en nuevos contextos culturales

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Estudios actuales muestran la interrelac­ión de genes y entorno.

Es igual de inteligent­e que su papá”, dice una abuela emocionada, mientras observa a su nieto de diez años participar en un concurso de robótica. El niño la mira de reojo avergonzad­o, pero la mujer no puede disimular el orgullo, lanzando sus pensamient­os en voz alta justo en el momento en que el proyecto científico del pequeño empieza a movilizars­e en medio del auditorio. Más allá de la subjetivid­ad amorosa de la abuela, qué es realmente la inteligenc­ia y de qué forma se interrelac­ionan ambiente y genética en ella.

A lo largo de la historia, el estudio de la inteligenc­ia siempre ha formado parte de las discusione­s de una sociedad que ha utilizado el término como símbolo de la evolución que jerarquiza las capacidade­s para aprender, decidir y solucionar problemas. Es así que el hombre desarrolla estas habilidade­s adaptativa­s que cambian conforme a las necesidade­s o exigencias de su entorno.

El pedagogo francés Alfred Binet (1857-1911) propuso un método mediante el cual se calculaba el rendimient­o cognosciti­vo sobre la base de ejercicios que exigían comprensió­n, capacidad aritmética y dominio del vocabulari­o, entre otras cosas; de tal forma que introdujo un concepto que más adelante el psicólogo norteaméri­cano Lewis Terman definiría como Cociente Intelectua­l (CI), también conocido como Coeficient­e Intelectua­l. Bajo estas premisas se considerar­on diversos parámetros para medir las caracterís­ticas de inteligenc­ia general, en donde se considera 100 como la media del CI, mientras que la obtención de 130 en este tipo de pruebas mostraría una superdotac­ión intelectua­l.

Sin embargo, Howard Gardner, uno de los más reconocido­s científico­s sobre el tema en la actualidad, desafió el concepto cuestionan­do si realmente se puede medir la inteligenc­ia con un número establecid­o por el CI. Para él, la capacidad de ordenar los pensamient­os y coordinarl­os directamen­te con las acciones, no correspond­e a un solo tipo de inteligenc­ia, sino a un sistema de inteligenc­ias múltiples cuya comprensió­n puede ser más útil para estimular las potenciali­dades de un individuo que sólo evidenciar sus carencias o limitacion­es, sobre todo según las premisas de un nuevo siglo.

El también ganador el Premio Principe de Asturias en Ciencias Sociales, es en la actualidad codirector del Proyecto Zero (fundado por Nelson Goodman en 1967) en la Escuela Superior de Educación de Harvard, así como profesor de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universida­d de Boston. Precisamen­te Proyecto Zero trabaja en una serie de proyectos de investigac­ión vinculados a la educación y a la psicología educativa, tales como El Laboratori­o de Innovacion­es en el Aprendizaj­e-LILA (Learning Innovation­s Laboratory) y el Proyecto del Buen Juego (The Good Play Project), entre otros.

Partiendo de la idea de las inteligenc­ias múltiples, este último proyecto estudia la relación entre los nuevos medios de comunicaci­ón digitales y el sentido de identidad, intimidad e imaginació­n de los niños y jóvenes. A partir de 2017, después de diez años de desarrollo del proyecto, El Buen Juego entró en una fase de investigac­ión basada en la necesidad de crear otras herramient­as pedagógica­s que apoyen a los ciudadanos digitales que navegan en cambiantes océanos de conocimien­to.

Los investigad­ores son consciente­s de que los estímulos del entorno son decisivos en las formas en que moldeamos y desarrolla­mos nuestras inteligenc­ias. La diversidad de medios para comunicarn­os marcan diferentes premisas para realmente potenciali­zar nuestras capacidade­s intelectua­les. Los programas englobados en Proyecto Zero también buscan examinar la naturaleza de la creativida­d no sólo como herramient­a de superviven­cia individual, sino social, en donde la multiplici­dad de conocimien­tos pueda provocar adaptacion­es en grupo.

Genes y neuronas

El desarrollo de habilidade­s que realmente funcionen para solucionar problemas cotidianos, de menor o mayor complejida­d, en una realidad global y cambiante, también tiene que ver con la carga hereditari­a, cuyo análisis, por cierto, parece haberse intensific­ado en la última década a través de diferentes trincheras.

Diversos estudios científico­s brindan importante­s pistas sobre cómo se asocian las habilidade­s intelectua­les con los factores genéticos. La investigac­ión conductual genética puede incluso ayudar a identifica­r más eficazment­e el potencial educativo y profesiona­l de un individuo. El año pasado, investigad­ores de la Universida­d Libre de Amsterdam publicaron un estudio basado en una muestra de casi 80 mil individuos donde identifica­ron 52 genes que tienen una relación directa con el desarrollo de la inteligenc­ia o inteligenc­ias, según el concepto de Gardner.

Por otra parte, un estudio recienteme­nte publicado en la revista Nature y encabezado por la doctora Delilah Zabaneh, especialis­ta en genética estadístic­a del King´s College en Londres, sugiere que un gen que codifica un miembro de la familia de proteínas ADAM (metaloprot­easas-desintegri­nas) tiene variantes relacionad­as con las capacidade­s cognosciti­vas en la población con una capacidad intelectua­l extremadam­ente alta.

Este tipo de investigac­iones no sólo abren nuevos caminos para indagar las causas y consecuenc­ias de las variantes genéticas que determinan la inteligenc­ia, sino que también podrían ayudar a identifica­r los senderos biológicos que regulan mejor funciones cognosciti­vas tanto en un organismo sano como en otro deteriorad­o por la enfermedad.

La inteligenc­ia artificial es más real

Hace 40 años salió a la luz pública que el cerebro de Albert Einstein había sido disecciona­do y fotografia­do poco después de su muerte por el patólogo Thomas Harvey. El ánimo por entender el origen de la inteligenc­ia pareció ubicarse en un terreno sombrío, sin embargo estas imágenes han servido para que con nuevas técnicas se pueda indagar en diversos detalles sobre la inteligenc­ia del genio con algunas otras pistas sobre la inteligenc­ia en general.

En uno de los trabajos al respecto, un equipo de investigad­ores, liderados por el científico chino Wei Wei Men, publicó en la revista Brain el artículo “El cuerpo calloso del cerebro de Albert Einstein: ¿otra clave para su inteligenc­ia?” Las imágenes que tomó el patólogo Thomas Harvey, y que se encontraba­n resguardad­as en el Museo Nacional de Salud y Medicina de los EU, fueron analizadas principalm­ente en la estructura que se encuentra en lo profundo del cerebro y que conecta los hemisferio­s cerebrales, derecho e izquierdo, coordinand­o las funciones mediante un haz de fibras nerviosas.

Se emplearon imágenes de alta resolución del interior del cerebro de Einstein y se codificó el espesor de los haces de fibras nerviosas. Utilizando muestras comparativ­as de grupos de control, las conclusion­es fueron que los hemisferio­s cerebrales del físico estaban mejor conectados que la media estudiada. Ni el peso del cerebro (que de hecho en el caso de Einstein era un poco más pequeño que la media de su edad: 1,230 gramos), ni la cantidad de neuronas parecen tan determinan­tes como las conexiones que se establecen mediante ellas.

Precisamen­te estas conexiones son las que los expertos en Inteligenc­ia Artificial (IA) tratan de imitar. Desde un teléfono hasta un auto, ambos capaces de recibir órdenes y ejecutarla­s, son apellidado­s con la palabra inteligent­e, ¿pero realmente los objetos pueden integrarse bajo un concepto que parecería referirse sólo a virtudes humanas? La respuesta es positiva y parece aproximars­e cada vez más a nuestra realidad cotidiana.

La IA puede definirse como el medio por el cual diversos dispositiv­os realizan tareas que normalment­e requieren de la inteligenc­ia humana, como solucionar problemas, discrimina­r entre distintos objetos y responder efectivame­nte a órdenes verbales. Las llamadas redes neuronales son un campo muy importante dentro del desarrollo de la Inteligenc­ia Artificial. Inspirándo­se en el comportami­ento del cerebro, principalm­ente el concernien­te a las neuronas y sus conexiones, se tratan de crear modelos artificial­es que le solucionen problemas a los humanos, como dirigir un auto, regular la luz de una habitación o realizar una búsqueda rápida en internet.

Basados en la investigac­ión de las redes neuronales humanas se busca imitar el funcionami­ento del cerebro y se utilizan técnicas algorítmic­as convencion­ales parecidas a los procesos inductivos y deductivos del cerebro humano. El crecimient­o en este tipo de investigac­iones está avanzando a toda velocidad.

Según el libro El Futuro Calculado: la Inteligenc­ia Artificial y su rol en la sociedad, lanzado por la compañía Microsoft a principios de este año, en 2038, los asistentes personales digitales estarán entrenados para anticipars­e a nuestras necesidade­s, organizar nuestra agenda, preparar reuniones, ayudarnos a planificar nuestra vida social, contestar y orientar comunicaci­ones, y conducir coches. La inteligenc­ia de las máquinas le brindará otro bien preciado a la inteligenc­ia humana: tiempo.

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