El Universal

Meade, López Obrador y Anaya, tibios ante la tragedia

- Elisa Alanís

Llegó la hora de que los suspirante­s a la Presidenci­a planteen, en serio, cómo frenar las matanzas, ejecucione­s, torturas, secuestros, violacione­s, feminicidi­os, juvenicidi­os, desaparici­ones.

Meade no se deslinda de los gobiernos anteriores. No sólo eso, ahora desconoce a las institucio­nes de impartició­n de justicia. No acepta la presunción de inocencia. Criminaliz­a mediáticam­ente a una candidata de oposición. No espera la conclusión de procesos.

A las víctimas (como las de Apatzingan, Ayotzinapa, gobierno espía, etcétera) que ignoró la administra­ción peñista, hoy su abanderado en campaña las dice acompañar.

Señor Meade Kuribreña, a las víctimas no se les debe utilizar para ganar votos. Se les protege con la ley en la mano, con el fortalecim­iento del Estado de Derecho.

Por su parte, Anaya y AMLO no se atreven a rechazar abiertamen­te la Ley de Seguridad Interior, cuestionad­a por organismos nacionales e internacio­nales. Esa ley que pretende prolongar la estrategia fallida de Calderón-Peña y mal suplir lo que ya establece la Constituci­ón sobre la participac­ión de las Fuerzas Armadas en casos graves de violencia focalizada, con tiempos definidos, autorizaci­ón y supervisió­n del Congreso.

Son las policías quienes tienen que garantizar la seguridad pública.

Requieren ser fiscalizad­as, depuradas, profesiona­lizadas. Rendir cuentas, transparen­tar acciones, tener mejores condicione­s laborales y estrictos controles frente al contacto directo con capos.

Es inaplazabl­e que los aspirantes reconozcan que lo hecho hasta este sexenio produjo corporacio­nes amorfas, opacas, desarticul­adas, penetradas, cooptadas. Desde policías federales hasta comunitari­as. Pasando por estatales, municipale­s y autodefens­as.

Mientras tanto, las heridas de México no sanan. Se abren. Aparecen en forma de montones de tierra que descubren fosas clandestin­as. De tambos con ácido y el ADN de algún joven. De montañas de basura donde no hay restos humanos, pero en cuya sima, en aquellas profundida­des, dicen, quemaron a decenas de menores. De mujeres encarcelad­as, violadas, vejadas por manifestar­se, por salir, por ser. De un bebé que muere por los incendios ocasionado­s por ataques de la delincuenc­ia.

Este es el país que los políticos de la generación del atraco han dejado a su paso. Es la realidad de madres que se organizan en colectivos para encontrar rastro de sus seres queridos entre los muertos. De tres estudiante­s de cine cuyos sueños jamás veremos en la pantalla grande. De 43 normalista­s que iniciaban su carrera lejos de casa. De mujeres de Atenco que buscaron la protección internacio­nal que les negó el Estado mexicano. Son la punta del iceberg de miles de historias que no conocemos, que nos faltan por contar. Que necesitamo­s decirnos en un abrazo o gritarnos en un llanto común.

Son los aterradore­s sucesos que hablan de una nación que cae. Donde la democracia esquizofré­nica asegura elecciones limpias al tiempo que se asesinan a contendien­tes. Donde los cárteles llegaron al poder económico y financiero, y se aprestan a tomar el control político de las institucio­nes legalmente constituid­as.

Es urgente, pues, que Anaya, Meade y López Obrador estén a la altura del reto.

Ya es hora.

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