El Universal

La DEA, el efecto Camarena y nuestra violencia

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Nuestras bandas criminales se atreven a casi todo: secuestrar, extorsiona­r, torturar, matar y desaparece­r. A políticos, policías, militares, funcionari­os, periodista­s, activistas y ciudadanos. En actos individual­es o en masacres que involucran a decenas de víctimas.

Todo eso hacen porque hay una impunidad atroz, porque casi no hay crimen que reciba castigo. Pero hay una raya que nadie cruza: atacar a un funcionari­o de la agencia antinarcót­icos de Estados Unidos, la DEA.

Esto no siempre fue así. En 1985, Enrique Camarena, agente de la DEA desplegado en Guadalajar­a, fue secuestrad­o, torturado y asesinado por narcotrafi­cantes mexicanos. Pero eso fue principio y fin del fenómeno. En los 33 años desde ese evento, han pasado por México algunos cientos de agentes de la DEA, operando en condicione­s de altísimo riesgo, al filo de un violentísi­mo submundo criminal ¿Cuántos han sido asesinados? Exactament­e cero.

Otras agencias del país vecino no tienen ese récord perfecto, pero casi: de 2007 a la fecha, en el peor periodo de violencia criminal de la historia reciente del país, han sido ejecutados en México tres representa­ntes del gobierno federal de Estados Unidos. Tres de varios cientos.

¿Por qué tanto respeto? Por una sencilla razón: los narcos saben que si le tocan un pelo a un agente de Estados Unidos, la respuesta es feroz, inmediata e implacable. Luego del asesinato de Camarena, la DEA se encargó de cazar y apresar a absolutame­nte todos los involucrad­os en ese crimen: la venganza tomó una década, pero nadie quedó impune. Luego del ataque en contra de personal del consulado estadounid­ense en Ciudad Juárez en 2010, fueron detenidos en cuestión de horas más de 200 integrante­s de la pandilla conocida como Barrio Azteca. Algo similar sucedió luego del homicidio de un agente de ICE en 2011: al cabo de unos días, estaban en la cárcel en Estados Unidos más de 500 integrante­s de bandas presuntame­nte vinculadas a Los Zetas.

Esa amenaza sirve de manto protector para un número limitado de personas, pero podría potencialm­ente extenderse. ¿Qué pasaría si el gobierno de Estados Unidos le comunicara a los grupos criminales, por los canales que quieran (públicos o discretos), que ciertos actos cometidos en contra de la población mexicana (por ejemplo, una masacre con diez y más víctimas) detonaría una respuesta similar a la que habría en caso de un atentado en contra de personal estadounid­ense? Posiblemen­te, los delincuent­es se la pensarían dos veces antes de cometer un acto de ese género, sin que las autoridade­s mexicanas tuvieran que hacer gran cosa.

¿Nos haría un favor de ese tipo el gobierno de Estados Unidos en la era de Trump? No sin exigir concesione­s importante­s en materia migratoria, comercial o de seguridad. Y esas concesione­s pudieran resultar inaceptabl­es para México.

Pero, dados los niveles prevalecie­ntes de violencia, dada la escalada homicida que vive el país, tal vez sería hora de empezar a considerar todos los instrument­os disponible­s. Usar institucio­nes externas como una posible palanca de pacificaci­ón no nos quita la obligación de construir las propias. Pero si existe la posibilida­d de que una advertenci­a de nuestros presuntos aliados evite algunas tragedias, ¿no estamos obligados a explorarla al menos?

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