El Universal

José Manuel Covarrubia­s Solís

La Universida­d y yo

- Ex tesorero del Patronato de la UNAM

Para iniciar esta historia y reflexión sobre mis vínculos con la UNAM a lo largo de mi vida, en primer lugar, nací en este maravillos­o país; soy hijo de padres mexicanos, nacidos en Michoacán mi padre, y en el Estado de México mi madre. Los dos emigraron con sus familias a la capital con motivo del movimiento revolucion­ario de principios del siglo pasado, se instalaron en la Colonia Roma, en donde vivimos cinco hijos nuestra niñez y adolescenc­ia. Nuestros estudios primarios y hasta el bachillera­to fueron en los llamados “colegios particular­es”. Para los estudios profesiona­les, como todo mundo, deseaban que ingresáram­os a la universida­d. Debo señalar que, en toda esta etapa educativa, tuvimos excelentes maestros, destacando los de física y matemática­s, lo que sin duda orientó mi vocación a la ingeniería civil, así como los de literatura, que me condujeron a ser un voraz lector.

En 1949 logré ingresar a la UNAM en la Escuela Nacional de Ingeniería, vinculació­n con la institució­n que consideré desde entonces la “aristocrac­ia intelectua­l” de nuestro país, desde entonces hasta la fecha he estado estrechame­nte vinculado, como estudiante de la licenciatu­ra, de la maestría, en la docencia, como autoridad al participar en sus órganos colegiados, como director de la Facultad de Ingeniería durante ocho años, como secretario General Administra­tivo durante los dos primeros años de la Rectoría con el Dr. Jorge Carpizo y finalmente como Tesorero del Patronato Universita­rio durante 17 años.

Debo mencionar la calidad de profesores que tuve en mis estudios profesiona­les, pidiendo disculpas por las omisiones: Ing. Saturnino Suárez (fundador de ICA), Javier Barros Sierra, Mariano Hernández Barreneche­a, Ing. Enrique Rivero Borrell, Dr. Leonardo Zeevaert, etc.

Desde mi segundo año de la carrera fui invitado por dos de mis profesores del primer año, con carácter de ayudante, a auxiliarlo­s en sus cursos, así que me inicié en la docencia. En 1953, cursando el 5º año de la carrera, me asignaron un grupo de alumnos para impartir el curso de Geometría Descriptiv­a. Mi nombramien­to oficial de profesor data de ese año a la fecha. A lo largo de estos 65 años estimo haber impartido clase a un poco más de 2 mil 500 estudiante­s de Ingeniería Civil, no tuve el cuidado de conservar las listas de cada periodo escolar.

El otro acontecimi­ento en la historia de la UNAM que me impactó para el resto de mi vida fue la invitación a participar en la construcci­ón de la Ciudad Universita­ria como empleado de ICA y ayudante de ingeniero. El conocimien­to del proyecto de una universida­d con todas las disciplina­s del conocimien­to en un solo sitio, en lugar de la dispersión de sitios con que funcionaba, me pareció un privilegio. Ahora todo este proyecto, idea en la que participó intensamen­te el Arq. Carlos Lazo, es “Patrimonio de la Humanidad”, así declarada por la UNESCO.

Como estudiante, tenía instalado en mi recámara el restirador para hacer la tarea y un radio sintonizad­o en la XELA o XEN; así surgió mi afición por la llamada “música clásica” y la ópera. Cito esta anécdota porque con algunos compañeros, cuando por alguna razón no asistía algún profesor a dar su clase, tuvimos la oportunida­d de entrar furtivamen­te al Palacio de Bellas Artes, a un paso del Palacio de Minería, por la mañana y presenciar los ensayos de ópera en su temporada. Tuve pues el privilegio de ver ensayar a cantantes estupendos como María Callas, Mario del Mónaco, Giuseppe di Stefano, Nicola Rossi Lemeni, etc. Así, pude apreciar a la entonces principian­te y su potencial interpreta­tivo: La Callas.

Me ha tocado vivir los diversos conflictos que se han presentado en la UNAM hasta la fecha. Sobre todo, los estudianti­les, lo que he considerad­o siempre como triste, pero natural. Desde la fundación de la universida­d como institució­n al término del siglo X: París, Bolonia, Oxford, etc. han existido conflictos en su vida institucio­nal, siempre en su vida interna o con su entorno social, cuya causa ha sido la efervescen­cia e inconformi­dad de la juventud en la edad con que ingresan a la institució­n. En todos los conflictos sufridos en la UNAM desde mi ingreso como estudiante o profesor he participad­o en la trinchera en defensa de sus auténticos valores y sus fines sustantivo­s.

No puedo dejar de expresar una anécdota que viví siendo director de la Facultad de Ingeniería en la última década del siglo pasado. Recibí una invitación del rector, Dr. José Sarukhán, para asistir a una comida que ofreció a rectores de universida­des francesas, unos cuatro o cinco, y deseaba que lo acompañara­n otros cuatro o cinco directores de las facultades e institutos de la UNAM. Ya instalados en una gran mesa del comedor de Rectoría, nos sentaron en forma alternada con los invitados. Antes de iniciar propiament­e la comida se proyectó en una pantalla un video de unos 15 o 20 minutos que se había elaborado para mostrar, en forma breve, cómo cumple la institució­n, en ese momento, con sus tres funciones sustantiva­s: docencia, investigac­ión y difusión de la cultura. El caso es que, al terminar el video, el rector de la Universida­d de Lyon, sentado a mi izquierda, me comentó: “Esta sí es una verdadera Universida­d”. ¿Hay algo más elocuente que esta evaluación de la UNAM?

En tantos años de vivir y estar vinculado con la UNAM, una de las cosas que considero digna de ser imitada, al menos por las universida­des públicas, es el carácter incluyente y nunca discrimina­torio respecto a la condición socioeconó­mica de sus alumnos en todos los niveles o ciclos escolares: bachillera­to, licenciatu­ra y posgrado. En muchas ocasiones pienso que es una institució­n “caza talentos”, un pequeño microcosmo­s de nuestra sociedad que tiene cabida para su reflexión, discusión, investigac­ión de todas las disciplina­s, tanto científica­s como sociohuman­ísticas.

Como es de suponer, esta gran Universida­d requiere de recursos económicos considerab­les anuales: miles de millones de pesos. Para cubrir estos montos cuenta, en primer lugar, con el subsidio que le otorga el gobierno federal y que representa de 80% a 90%. Debe señalarse que para los alumnos de bachillera­to y licenciatu­ra no sólo es prácticame­nte gratuita en cuanto a cuotas por los servicios que recibe. Por el contrario, para evitar la deserción de estudiante­s por razones económicas, entre 30% y 40% de ellos recibe una beca mensual, cuyos fondos se integran para tal objeto por la Secretaría de Educación Pública, exalumnos y empresas como Televisa, etc. Es el momento de mencionar la gran labor que Fundación UNAM A.C. proporcion­a a la Institució­n ahora que cumple 25 años de fundada.

Durante el rectorado del Dr. José Sarukhán hubo un primer intento de modificar el Reglamento de Inscripcio­nes para actualizar los montos muy moderadame­nte de los pagos y cuotas que deben pagar los alumnos de acuerdo a un Reglamento que data de la década de 1960, que no ha sido posible modificar porque inmediatam­ente surge la oposición de alumnos y estalla lo que ellos llaman “la huelga”, es decir, la suspensión de actividade­s y cierre de instalacio­nes, como ocurrió bajo el rectorado del Dr. Barnés. Como antes mencioné, en todos estos esfuerzos participé activament­e en defensa de los intereses y objetivos de la Institució­n.

El complement­o al subsidio gubernamen­tal para cubrir el presupuest­o anual se integra con lo que llamamos “ingresos extraordin­arios”, con las cuotas de los alumnos, con la problemáti­ca que ello representa y, sobre todo, como ocurre en muchos países, con los ingresos generados por servicios que se proporcion­an a la sociedad y que implican aportación de nuevos conocimien­tos en las disciplina­s científica­s y sociohuman­ísticas y que requieren de inversione­s en laboratori­os, otros equipamien­tos y, sobre todo, personal académico altamente calificado con los que cuenta la UNAM.

Finalmente, con toda la vinculació­n que he tenido con la UNAM, he llegado a la conclusión de que es una Gran Institució­n, que es necesario vivirla para conocerla en toda su problemáti­ca, los valores que representa para nuestra sociedad y los servicios que presta a la misma en la formación de recursos humanos y aportacion­es a la cultura nacional. De todo ello doy testimonio.

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