El Universal

Juegos del Verbócrata

- Javier García-Galiano

Eran los años 70 del siglo pasado. El Canal 13, cuyo logotipo parecía una reminiscen­cia rayada del de los Juegos Olímpicos de 1968, transmitía ocasionalm­ente partidos de tenis a colores, pero que yo recuerdo en blanco y negro. No puedo precisar los nombres de los jugadores y menos aún los números del marcador. No he olvidado, sin embargo, a uno de los comentaris­tas: el Verbócrata, como llamó José de la Colina a Juan José Arreola.

Todavía no era una presencia común y peculiar en la televisión, en la que mereció imitacione­s ramplonas supuestame­nte cómicas y en la que, en uno de los programas que creó con Claudia Gómez Haro en 1990 en Cablevisió­n y que devinieron el libro Arreola y su mundo, confesó que fue “dado al deporte, empecé mi formación en el mundo del tenis, como ya te dije, y al único hecho deportivo al que he concurrido personalme­nte es al tenis, y veo en ese deporte una gran carga de caballeros­idad, al menos antes, era una condición ineludible. A mí no me apasionó el futbol porque en Zapotlán no podía jugarlo. En cambio, había un deportivo en mi pueblo y los jóvenes de cuando yo era niño jugaban al tenis. Mi amigo David Barajas me regaló una raqueta pero ya no pude continuar porque cuando me quise comprar una raqueta Wilson, pues no me alcanzó. Yo te puedo contar la historia del hombre que quiso ser tenista y no pudo... Recuerdo, ya en México, los tiempos en los que a la salida del Deportivo Chapultepe­c veía al Pelón Osuna, a Mario Llamas, a Antonio Palafox, Pancho Contreras y a don Esteban el Pajarito Reyes, que fue el primero que ganó un set a los Estados Unidos... Bueno, mi vivencia deportiva comienza en Zapotlán, cuando mis primos Salvador y Enrique Arreola formaron parte de uno de los primeros equipos de basquetbol, era un deporte novedoso y yo era un chiquillo... Tuve una experienci­a muy fuerte en uno de los encuentros —como para haberme retirado del deporte por completo— me solté de la mano de mi mamá para ver el juego de cerca y, entonces, me metí a la cancha el caso es que me tocó un golpe con el balón, no sólo me caí sino que perdí el aire y quedé medio desmayado...”

No por azar, Arreola escribió el prólogo a Rafael Osuna, sonata en set mayor, que escribió su hermana, Elena Osuna de Belmar y que se editó también en 1990, en el que evoca “el pequeño pero grandioso estadio de Mariano Escobedo”, el del Deportivo Chapultepe­c, donde hay una estatua solitaria de Rafael Pelón Osuna, al que recuerda, demostrand­o Arreola que podía ser asimismo un cronista deportivo ejemplar, “con su andar cauteloso y sus dinámicos desplazami­entos de gato, que iban desde la volea al fondo, hasta la gracia sin par de la ‘dejadita’, como no queriendo, al borde justo de la red. Donde quiera que estaba, Rafael siempre estuvo en el terreno deportivo, dispuesto a ganar, pero aceptando el riesgo de perder”.

Aunque reconocía que no sabía de futbol, en 1990 fue invitado por Televisa a comentar los juegos de la Copa del Mundo en Italia. Ya se había convertido también en un personaje de televisión, sobre todo por su programa Vida y voz, que producía y transmitía Televisa. Su presencia como comentaris­ta deportivo quizá desconcert­ó a no pocos televident­es acostumbra­dos a la frase elemental y seducidos por la retórica cursi de César Luis Menotti, Jorge Valdano y sus émulos. Sin embargo, su intuición, su teatralida­d natural y su imaginació­n verbal recreaban el juego de una manera peculiar. Descalific­aba a aquellos que creen, como Juan Carlos Lorenzo, que “en el futbol el único honesto es el balón y a veces pica en falso”, pues considerab­a que “dos cosas no pueden aceptarse en el futbol; la violencia y la trampa”.

Sostenía que el deporte debía importar asimismo una ética y advertía que la decadencia del juego sobrevenía cuando perdía su naturaleza lúdica. Lamentaba que el hombre hubiera sido “capaz de convertir en vicio lo que debiera ser una actividad feliz”, que se manejara “como si se tratara de un negocio, los grandes clubes son empresas comerciale­s aun cuando su origen fue auténticam­ente deportivo”.

Arreola, que quiso ser torero, ciclista, tenista y ajedrecist­a, sabía que el juego también puede determinar el tiempo, no sólo por las Olimpiadas o los campeonato­s del mundo de futbol. El suyo, le dijo a Claudia Gómez Haro, transcurrí­a entre el ping pong y el ajedrez, entre “el maravillos­o diálogo con la velocidad del tenis de mesa y me doy cuenta que lo que más amo en el ajedrez es el diálogo lentísimo, estoy en los dos extremos, esos diálogos del ping pong son de fracciones de segundo, pregunta y respuesta, la pregunta que te manda la pelota de ping pong es difícil de responder”.

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