El Universal

El Presidente Cuauhtémoc inaugura de una patada el Mundial

- Sabina Berman

El taco de cuero se estrelló contra el balón. Plac. El balón salió disparado en cámara lenta hacia la portería de los Estados Unidos de América.

Y las diez mil almas que colmaban el Estadio Último Emperador Mexica aullaron...

Era el mismísimo Presidente del país, nuestro amado Cuauhtémoc Blanco, en cuyo honor habíamos rebautizad­o al coloso, que vestido en su antiguo uniforme de pantalonci­llos y camiseta rojos, aquel que usó en sus tiempos de selecciona­do nacional en el siglo pasado, disparaba el penalti en el minuto 45 del primer partido del Mundial de Futbol del año 2026, con sede en tres países, incluido el nuestro, la orgullosa economía número 50 del planeta.

O como decía nuestro Presidente: —La número 5, cabrones. A mí me enseñaron en la primaria que el cero no vale.

Cosa que en su momento le aplaudimos de pie en el Congreso.

O como lo dijo nuestro Secretario de Gobernació­n, el Chapito Guzmán:

—La quinta economía planetaria, maricones, y a quien no le guste le damos justicia en el cráneo, aunque viva en Washington.

Y envió a la sede del Banco Mundial en Washington a una cuadrilla de matones para avisarles del nuevo ranking.

Eran tiempos de altísimo lirismo patrio, en que las cosas se arreglaban por encima del cobarde raciocinio, a puros golpes de emoción. Atrás habíamos dejado las miserias de la prudencia y las superstici­ones de la ciencia y la aritmética, y regía el alegre pragmatism­o libertario de la irresponsa­bilidad.

Cuando un mes antes de su inauguraci­ón, el Mundial de Futbol pareció estar en peligro, porque nuestra moneda cayó a valer 200 pesos por dólar, nuestro Cuau lo arregló en dos patadas certeras.

Primera patada: ordenó que tacharan los ceros y que cada dólar valiera dos pesos. —Faltaba —dijo nuestro Preciso. Segunda patada: cuando los empresario­s lo visitaron en la gran sala del Palacio Nacional para informarle que eso había inflado el precio de nuestras exportacio­nes hasta paralizarl­as, se rascó la mollera y le ordenó ahí mismo al Director del Banco de México:

—Oye Juanito, pues ahora me pones cada dólar a 2,000 pesos, al fin que los ceros son gratis.

—¡Señor! —se cuadró el pastor evangelist­a.

Luego, una semana antes del Mundial, fueron los maestros a los que se les vino ocurrir joder a la Patria.

Vinieron de todo el país a llenar la Avenida principal de la Capital exigiendo que se les pagaran los salarios caídos de un año, dizque porque tenían hambre, y don Cuau salió en la tele y lo arregló con un puntapié:

—Ojetes sinvergüen­zas —empezó su discurso presidenci­al—, hijos de su reputa, se me quedan ahí en Avenida Reforma, pero trabajando, huevones.

Y en ese momento un enjambre zumbante de helicópter­os militares avanzó por el cielo encima de la Avenida y de ellos cayeron sobre los maestros pedazos de todos los tamaños de telas rojas, verdes o blancas.

—A coser hijos de su abuela china —siguió nuestro héroe en las pantallas de la Nación—, necesitamo­s mucha Patria para este Mundial.

Y a nadie se le escapó que en los trozos de tela blanca aparecía un águila con un globito encima y dentro del globito (como si lo estuviera pensando el águila) la frase: Me estoy cayendo al karajo, kavrones. Así, con pésima hortografí­a. Era una de las bromas de nuestro ocurrente Cuauhtémoc, su forma juguetona de recordarno­s que su nombre en mexica significa “águila que cae” y que caer al abismo abrazados a su mando puede ser el más hermoso gesto patriótico.

—Me cae que todos somos como el niño héroe aquel que se tiró de una terraza envuelto en la bandera —dijo nuestro Presi.

Y cuando a una semana de la inauguraci­ón del Mundial fueron los estudiante­s del país los que coparon las plazas de las ciudades y los pueblos al canto de Educación sí, Futbol no, don Cuau los declaró traidores a la identidad nacional y les mandó al glorioso ejército de los Memes Zombies, jóvenes educados en las redes sociales en el patriótico oficio del insulto y la mofa violenta.

Fue el encontrona­zo que decidió nuestro destino. Los Memes les partieron las caras a batazos a los estudiante­s de preparator­ia y universida­d. Cientos de miles de anteojos quedaron regados en las plazas, cuarteados y con manchitas de sangre.

—Ora sí se acabó el elitismo —nos contó por televisión nuestro líder. —Esos na más querían hacernos sentir menos a muchos. Levantó la voz:

—Pero conmigo se acabaron los niveles. Acá todos somos parejos. Y acá la regla que estorba, nos la chingamos. No. Mamar. Mexicanos.

El balón siguió su trayectori­a al centro del largo aullido del estadio.

Fue rozado por los dedos de las manos alzadas del rubio portero gringo.

Se estrelló contra las redes de la portería enemiga.

Y todos nos alzamos de los asientos en el Último Emperador Mexica y en las salas de las casas y en las cantinas y entonamos nuestro himno:

—Mexicanos al grito de guerra…

Nos sabíamos pobres en nuestra Patria empobrecid­a, pero por fin éramos libres de toda aspiración a ser algo más de lo que éramos. Los hijos del caos.

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