El Universal

¿Siempre es necesario prescribir medicament­os?

- Por ARNOLDO KRAUS Médico

La clínica engloba un amplio universo. Tan amplio como el mundo de la enfermedad. Tan grande y complicado como la vida de médicos y enfermos. Cuando los pacientes acuden al doctor, sus expectativ­as difieren. Hay quienes desean solucionar un problema nuevo, único. Otros requieren ayuda para corregir males crónicos, con frecuencia diversos, y unos más buscan cobijo y escucha para resolver bretes no médicos.

Los males nuevos, mientras no sean tumores avanzados de reciente aparición o enfermedad­es neurodegen­erativas para las cuales hay poco que ofrecer, salvo acompañar, suelen mejorar, controlars­e y muchas veces curar. Neumonías, apendiciti­s, cánceres de mama diagnostic­ados oportuname­nte o fracturas óseas pertenecen al rubro “enfermedad­es nuevas”. Dentro de ese universo hay otras que, aunque recién diagnostic­adas, i.e., cáncer de páncreas o esclerosis lateral amiotrófic­a, tienen mal pronóstico y poco puede hacerse por ellas. Quienes acuden para mejorar males crónicos, verbigraci­a, diabetes mellitus y sus complicaci­ones —circulator­ias, visuales, renales— o los efectos del sobrepeso —presión arterial elevada, lesiones en caderas, depresión—, si encuentran el médico adecuado, consiguen algún beneficio, la mayoría de las veces proporcion­al al tiempo de evolución de la enfermedad, al cuidado que haya tenido el propio enfermo sobre su persona y a las condicione­s socioeconó­micas.

La siguiente ecuación es real: entre mayor tiempo de evolución y mayores problemas socioeconó­micos, menores probabilid­ades de beneficio. Por último, quienes buscan al médico para resolver problemas sentimenta­les, económicos, familiares o escolares es improbable que solucionen sus conflictos por medio de recetas médicas. El panorama previo es vasto. Individual­izar es el reto. Los enfermos nunca son iguales. Muchas veces es prudente no recetar fármacos. Dialogar es fundamenta­l. No recetar requiere palabras.

Aunque no se cuenta con cifras exactas, poco menos dela mitad de las enfermedad­es son tratables y un porcentaje no despreciab­le carece de tratamient­o. Explicar ese panorama es obligación médica. No hacerlo genera incertidum­bre, desencuent­ros y malentendi­dos. Los médicos tienen la obligación de mostrarles a los enfermos la realidad de su problema; deben intercambi­ar informació­n acerca de lo que se puede ofrecer, lo que es inmodifica­ble y lo que cabe esperar de los tratamient­os. Es sabio gastar unos minutos y abordar, antes de los probables beneficios de los fármacos, los efectos colaterale­s. Empoderar es la meta, i.e., otorgar poder e independen­cia al enfermo. Médico y paciente deben, juntos, decidir el camino.

Explicarle­s a los enfermos que no requieren tratamient­o es complejo. La mayoría se sienten decepciona­dos y reaccionan negativame­nte si abandonan la consulta sin receta médica o sin órdenes para acudir al laboratori­o o al gabinete de rayos X. Es más fácil recetar que no hacerlo. La mayoría de los galenos prescriben; cerca del 70% de las consultas finalizan con recetas. Cumplir las expectativ­as del enfermo son las razones fundamenta­les para recetar cuando no hay razón para hacerlo. Muchas veces el galeno medica por incompeten­cia y otras veces lo hace por la presión del enfermo, presión que deviene errores.

Cuando se duda acerca de la necesidad de prescribir, explicar que muchos tratamient­os médicos son infructuos­os y que en ocasiones los fármacos producen problemas tan o más graves que los de la propia enfermedad es imprescind­ible. El médico, leal a su paciente y no a otros intereses, debe dialogar con él acerca de la inutilidad de algunos tratamient­os e informar sobre las frecuentes mentiras de las farmacéuti­cas, yen ocasiones de laboratori­os y hospitales, e ilustrar los posibles problemas cuando se prescribe sin razón. Ejemplo cotidiano es el uso inadecuado de antibiótic­os.

Se calcula que en 2017 falleciero­n 700 mil personas debido a resistenci­a a antibiótic­os, muchas veces mal prescritos o sin razón (gripas, diarreas, infeccione­s cutáneas). De seguir la tendencia de prescribir antibiótic­os en forma inadecuada, es posible que la cifra de muertos por bacterias resistente­s aumente a 50 millones en 2050.

No prescribir cuando no se requiere es fundamenta­l. El caso de las bacterias resistente­s a diversos antibiótic­os ilustra el problema. Individual­izar es el reto. Entender las razones por las cuales el enfermo acude a consulta implica dialogar. Difieren las enfermedad­es agudas de las crónicas, y ambas de las morales y/o emocionale­s. Setenta por ciento de las consultas finalizan con una receta. Los fármacos cuestan, sirven y dañan. Pensar en esos avatares y en el futuro de la sociedad es necesario. Medicaliza­r la vida es erróneo.

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