El Universal

ABANDONAN LA CALLES POR SUS HIJOS

• José Alfredo vende pulseras en vagones del Metro • Ser padre es lo más maravillos­o que me pasó, dice

- ANDREA AHEDO —metropoli@eluniversa­l.com.mx

Mientras reparte y vende pulseras de tela a los pasajeros en la Línea 2 del Metro, José Alfredo de 39 años no puede dejar en casa a su bebé de ocho meses, entonces lo acomoda cerca de su pecho y lo carga varias horas hasta que concluye su trabajo y debe regresar a su casa en Valle de Chalco, Estado de México.

Cuando no está en los vagones, José Alfredo agarra por los hombros a su hijo Cristian Alexander y lo levanta en sus brazos y juega con él. El bebé aún no puede responderl­e, pero al llorar o balbucear José le pregunta: “¿Qué tienes, hijo, qué necesitas?”. A veces el pequeño se calla al ser cargado de una manera distinta o cuando va a los brazos de su madre.

Tiene otro hijo llamado Carlos de cinco años, a quien adoptó: “Lo cuido desde chiquito, lo conozco desde que estuvo en la panza de su mamá”. En ese entonces, su esposa y él eran amigos: “Yo me dedicaba al ‘faquir’, me acostaba en vidrios. Un día yo estaba solo esperando al vagón y ella se acercó para pedirme ayuda, y a mí me gustaba apoyar a las personas en situación de calle porque a mí me pasó lo mismo”, recuerda.

Después de orientarla para encontrar un empleo y un lugar dónde dormir “empezamos a trabajar, nos hicimos amigos y con el tiempo empezamos a andar”. Un mes después de que Carlos nació, José Alfredo lo conoció

y cuidó de él. José Alfredo vivió en la indigencia por años, así como los 6 mil 754 personas que integran la población callejera de acuerdo el censo realizado en 2017 por el Instituto de Asistencia e Integració­n Social (IASIS), en el que se documentó que 4 mil 354 de estos individuos, sobre todo hombres, viven en el espacio público y los restantes en albergues.

Una de las principale­s razones por las que la gente vive en la calle es porque tuvieron problemas familiares como la expulsión de su casa, abandono, violencia o abusos. La segunda, es la falta de dinero. José Alfredo comenzó a trabajar en Metro y dejó las calles.

Ahora, él y su familia visitan regularmen­te la casa de la organizaci­ón civil El Caracol en Lorenzo Boturini, donde les organizaro­n una comida por el Día del Padre. En una actividad sólo para papás, a él le preguntaro­n qué significab­a ese rol en su familia y su respuesta la escribió en una hoja colorida y luego la pegó en una cartulina adornada con papel maché rojo en el contorno: “ser papá es lo más maravillos­o, amo a mis hijos con todo mi corazón”.

Cuando José Alfredo está en casa con Carlitos juega a que son luchadores o le ayuda a hacer la tarea que le dejan en la escuela.

Pero en ocasiones le gana el remordimie­nto al pensar que pasa demasiado tiempo trabajando y no puede estar con él como quisiera: “A veces siento que soy buen papá, pero otras siento que no porque estoy todo el tiempo en el trabajo. Yo quiero que ellos tengan una vida mejor, que no vivan lo que yo pasé”, dice mientras sus ojos se humedecen.

Él es alto, delgado, y dejó de acostarse en los vidrios rotos y pedir dinero porque no le gustaba que su hijo Carlos lo viera con las heridas abiertas en los brazos. En lugar de eso optó por vender productos y buscar empleo como albañil.

Sus compañeros de El Caracol no suelen festejar el Día del Padre, pero José Alfredo sí y estar con sus dos hijos lo enternece, pero también lo hace recordar a su papá: “Nos íbamos a comer, platicábam­os, pues él fue una persona que salió adelante a pesar de que sufría de alcoholism­o, era un guerrero y recordarlo me duele porque murió hace muy poco”.

“A veces siento que soy buen papá, pero otras siento que no porque estoy todo el tiempo en el trabajo. Yo quiero que ellos tengan una vida mejor” JOSÉ ALFREDO Padre de familia

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 ??  ?? José Alfredo, quien vivió en la indigencia por años, es padre de Cristian Alexander, de ocho meses, y de Carlos, de cinco años, a quien adoptó. Ahora se dedica a vender pulseras tejidas en el Metro y a veces es albañil.
José Alfredo, quien vivió en la indigencia por años, es padre de Cristian Alexander, de ocho meses, y de Carlos, de cinco años, a quien adoptó. Ahora se dedica a vender pulseras tejidas en el Metro y a veces es albañil.

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