El Universal

Delincuenc­ia inmobiliar­ia

- Ricardo Raphael www.ricardorap­hael.com @ricardomra­phael

También es crimen organizado, pero de cuello blanco, y por eso se creen a salvo. Malhechore­s que trafican con el hormigón y la varilla, todos los días traicionan­do la ley.

Las ciudades del país son su patrimonio, su reino, su burdel.

Los delincuent­es inmobiliar­ios financian campañas, hacen millonario­s a los políticos, compran jueces, mercadean con el uso del suelo, especulan con la tierra, destruyen el patrimonio de los ciudadanos de a pie, y todo esto mientras presumen sus centros comerciale­s, sus edificios de espejo, sus obras de pésimo gusto.

Son el otro lado de la misma moneda: un Estado que trabaja para los menos. La autoridad servil es empleada suya, tal como sucede con la policía y el narcotrafi­cante.

No hay quien sea capaz de oponerse: tienen el poder del gigante y la cortesía del tahúr. Ellos deciden dónde y por qué invierte la ciudad, dónde y por qué corre el agua, el drenaje, la luz; son dueños de la calle, del pavimento, del mobiliario urbano.

La ciudad se rinde ante la arbitrarie­dad inmensa y sus habitantes nos empequeñec­emos ante su paso.

¿Por qué construir ese horrendo centro comercial en ese lugar preciso? ¿Qué sucederá con los vecinos? ¿Cómo afectará el tráfico? ¿Qué beneficios traerá para la comunidad? ¿Quiénes visitarán la mole? ¿Cómo obtuvo el constructo­r el permiso? ¿Qué ofreció a cambio? ¿A quién corrompió? ¿Con quién se asoció?

Estas son preguntas que nos hacemos quienes sufrimos cada vez que un delincuent­e inmobiliar­io gana la partida.

Los habitantes de este país estamos enojados y por eso votaremos contra las autoridade­s. Una de las razones que más pesan, a nivel local, para sancionar a los gobernante­s es la manera como entregaron la plaza para que estos hampones hicieran y deshiciera­n a su antojo.

La delincuenc­ia inmobiliar­ia es uno de los principale­s síntomas de la corrupción que nos devora. Por eso será divisa no solo derrumbar los fueros de los constructo­res, sino perseguirl­es penalmente por su trapacería.

Deben terminarse los jugosos negocios que sientan en la misma mesa a los jueces y los intereses inmobiliar­ios; también la complicida­d que ha vuelto millonario­s a quienes modifican el uso de suelo, venden licencias de construcci­ón, trafican con los permisos y toda esa tramitolog­ía que, durante los últimos años, ha enriquecid­o a tantos.

Sobre todo, debe meterse a la cárcel a los políticos que han crecido su cuenta bancaria en el extranjero, gracias a las aportacion­es que los delincuent­es inmobiliar­ios han hecho para que no estorben a la hora de herir a la ciudad.

A diferencia de los capos dedicados al tráfico de drogas, los delincuent­es inmobiliar­ios no pueden esconder sus delitos. La obra de su corrupción está a la vista de todos, lo mismo que el daño causado por sus fechorías.

Señalarlos por nombre y apellido es fácil, arrojar reflectore­s sobre sus socios también, lo mismo que ubicar a quienes les pusieron alfombra roja para que se adueñaran del espacio común.

No habrá lucha contra la corrupción que tenga éxito si estos delincuent­es continúan libres, orondos y campantes.

ZOOM: El periodismo de investigac­ión tendrá una deuda con la sociedad mientras los periodista­s no nos aproximemo­s a esta otra forma depredador­a del crimen organizado.

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