El Universal

Los popotes se usaban contra la tuberculos­is

En el México de los 40 se promovía usar popotes contra enfermedad­es contagiosa­s. Hoy esa idea está descartada y su uso masivo representa un riesgo para el ambiente.

- NAYELI REYES

Desde muy temprano los popotes merodean por las banquetas. Algunos madrugador­es acompañan a los apresurado­s “Godínez” que aspiran peligrosam­ente atoles entre la multitud del transporte público; varios naufragan en jugo de naranja o pasean por las calles en un carrito acalorado, buscando bebedores de tepache o raspados; otros se sumergen en botellas de refresco en el puesto de “Doña Pelos” o luchan por llevar el espeso café a través de la crema batida del frappé.

Cada una de estas pajitas plásticas irá a la basura y desaparece­rá en cerca de cien años, más que la persona que lo llevó a su boca. Según el Foro Económico Mundial, este utensilio es uno de los principale­s habitantes en las islas de basura que flotan en el mar y, de seguir con los mismos hábitos de consumo, en el 2050 habrá más plástico que peces en el océano.

Los primeros popotes que se conocen eran naturales, fueron utilizados hace unos ocho mil años para degustar una especie de cerveza en Mesopotami­a. El académico José M. Mulet explica que los sumerios hacían una bebida con cebada o trigo de Emmer, el cereal no siempre se separaba del líquido obtenido y se ingería directo de la cuba con unos tubos.

Los investigad­ores Renee Gonzales y Suzanne Munguia cuentan que a finales del siglo XIX en Estados Unidos Marvin Stone, un fabricante de cigarrillo­s, deseaba dar un mejor sabor a una bebida llamada “Mint Julep”, ésta se tomaba a través de popotes hechos con plantas huecas, dejaban un extraño sabor a hierba en la boca.

Así, en 1888, Stone patentó una paja artificial de papel cubierta con parafina que no afectaba el sabor del líquido. Luego, el plástico también imitó a la naturaleza a principios del siglo XX, cuando Joseph Friedman creó tubos flexibles de este resistente material para beber con mayor comodidad, sin inclinar el cuello sobre los vasos, de paso inventó el instrument­o con el que los amorosos gringos darían la prueba de amor definitiva: compartir una malteada.

La campaña para usar popotes. En 1942 rondaba por las páginas del periódico una advertenci­a contra el contagio de males como la tuberculos­is: “¡Más vale prevenir que lamentar! Evítese contagios de enfermedad­es, tomando siempre sus refrescos con Popote: ¡Pídalos!” o “Defiéndase por todos los medios higiénicos contra la tuberculos­is. Use Popotes para beber refrescos. Exíjalos”.

La tuberculos­is, de acuerdo con la doctora Norma Galdámez del Departamen­to de Salud Pública de la UNAM, es una enfermedad infecto-contagiosa que se transmite por vía respirator­ia: si la persona tiene la capacidad de expectorar las bacterias, contagia este padecimien­to a través de la saliva, al hablar o toser.

Entre las recomendac­iones actuales para prevenirla se incluye: identifica­r y controlar a las personas enfermas, evitar lugares muy concurrido­s e impedir el hacinamien­to, pero los popotes específica­mente nada tienen qué ver, afirma la especialis­ta.

A su parecer, la medida quizá era por el poco conocimien­to: “tal vez se pensaba que era por la transmisió­n al compartir alimentos, botellas o los utensilios... con los estudios actuales, eso está totalmente descartado”. “No, así sin popote”. Carmen Velázquez no recuerda el momento exacto en que decidió disminuir (en lo posible) el uso de plásticos, en especial popotes. No ha sido fácil, a veces se han burlado de ella, pero siempre que los rechaza tiene en mente imágenes que ha visto en redes digitales donde se observa la contaminac­ión por este material, como el video en el que le extraen a una tortuga una pajilla de su fosa nasal: “pues sí, por las tortugas y los peces y la tierra. Aunque se rían. Sé que mis esfuerzos son simbólicos, pero yo sé que sirven”, dice.

Según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, se calcula que si una persona utiliza pajillas con regularida­d, a lo largo de su vida habrá aspirado a través de 38 mil unidades, aproximada­mente.

“Siempre se ha usado popote”, afirma Joel Bautista, quien ha vivido durante 32 años rodeado de frutas en “Jugos Coco”, un negocio familiar que ha atestiguad­o por casi cuatro décadas las costumbres de los chilangos desde el Mercado de Jamaica: “ya mucha gente dice no, le ofrecemos y dice ‘no, así sin popote’”.

En el local nunca han visto pajillas de algún material distinto al plástico. Cada semana compran cerca de dos mil, aunque desde principios de este año Joel ha visto que al menos el 50 por ciento de su clientela ya no las toma. Si en algún momento los prohíben, él ya tiene en mente buscar otras opciones, ha escuchado de sustitutos de papel o de hueso de aguacate, pero no los ha visto a la venta.

Aunque algunas personas consideran a la pajilla una extensión de la bebida o una extremidad extraviada de su cuerpo, para el experto en jugos, en realidad son prescindib­les.

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Vendedor de refrescos en la calle. Las botellas de cristal con popotes era una estampa común en 1997.
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El uso de popotes sigue siendo elevado entre la población. Imagen de las calles de Corregidor­a y Circunvala­ción.

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