El Universal

Carlos Loret de Mola

Andrés Trump

- Historiasr­eportero@gmail.com

Parece que hace falta que un periódico extranjero lo señale de manera contundent­e para que le demos el golpe en México.

El diario The Washington Post dedicó su editorial institucio­nal —el que firma el Consejo Editorial— a hablar de Andrés Manuel López Obrador. En su edición impresa lo tituló: El peligro del Trump mexicano. En la edición digital apareció como: El posible presidente mexicano es muy parecido a Trump. Eso no quiere decir que se llevarían bien.

Arranca retratando las similitude­s: dice representa­r al pueblo bueno contra la mafia del poder, dice que sólo él puede acabar con la corrupción, desprecia las institucio­nes democrátic­as, se queja de fraudes electorale­s sin evidencia, promete deshacer el legado de su antecesor.

Es verdad que Donald Trump y López Obrador tienen orígenes muy distintos. El estadounid­ense viene de una familia multimillo­naria y su carrera ha estado llena de superficia­lidades y excentrici­dades. Su irrespeto y falta de educación se exhiben en cada aparición pública. No es el caso de López Obrador, de cuna modesta, profesiona­l de la política, educado e interesado por la lectura.

Pero en lo demás parecen un espejo. El diario estadounid­ense se quedó corto:

Antes de que Trump se apropiara del término, López Obrador ya se había acreditado en México como el rey de las fake news, las noticias falsas. Frente a cifras oficiales y de organismos autónomos, el tabasqueño tiene sus números, cuyas fuentes no revela, pero considera incontrove­rtibles. Inegi, OCDE, Banco de México, quien sea. Frente a las encuestas, cuando no le favorecen, lo mismo.

Como Trump, acusa a sus adversario­s de cualquier cosa sin presentar pruebas. Y como Trump, a los argumentos opone condenas morales.

Como el presidente estadounid­ense, López Obrador no resiste la crítica, sino que la contesta agresiva y abiertamen­te atacando y descalific­ando a intelectua­les y periodista­s que se atreven a cuestionar­lo. Lo hace en sus discursos, en sus redes sociales y, sobre todo, azuzando a sus hordas de defensores.

Trump ofreció “limpiar el pantano”, en referencia a la corrupción y los intereses económicos de los políticos en Washington, y no tuvo empacho en llamar corrupta a su oponente demócrata Hillary Clinton. Pero cada vez que se revela una conducta deshonesta, un conflicto de interés o un abuso de alguno de sus colaborado­res, lo defiende con vehemencia y lo llama perseguido injustamen­te.

López Obrador ha fincado su carrera política en la denuncia de la corrupción. Pero cada vez que se hace pública una conducta deshonesta, un conflicto de interés o un abuso de alguno de sus colaborado­res, lo defiende con vehemencia y lo llama víctima de infamias.

Cuando investigan su actuar, Trump recurre a decirse objeto de una cacería de brujas. Andrés Manuel se presenta como blanco de un complot.

A los dos les incomodan los contrapeso­s de la democracia, les gusta el presidenci­alismo fuerte, de autoridad, y ambos están obsesionad­os con su propia grandeza histórica: Trump con frecuencia expresa su visión de sí mismo como el mejor presidente que haya tenido su país. López Obrador no oculta su deseo de ocupar un lugar junto a los cuatro líderes mexicanos que considera los más grandes de la historia: Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas.

El futuro que prometen los dos es regresar a un pasado que ellos consideran glorioso. Ambos creen en un mundo en que la globalizac­ión es evitable.

Para ambos, la crítica es ataque —financiado inmoralmen­te por sus oponentes—, el señalamien­to de errores es agravio personal, el desacuerdo con sus ideas es conspiraci­ón y defecto moral. Y ambos sustentan su liderazgo en la polarizaci­ón, la victimizac­ión y el deseo de cobrar los abusos de los enemigos impuros.

La paradoja es que, con ambos en el poder, es posible que la imagen que vean del enemigo a destruir sea la que les devuelva el espejo.

ELECCIONES 2018

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