El Universal

La hucha de la que todos roban

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Embajador de México en los Países Bajos. Representa­nte permanente ante la OPAQ

Todos sospechába­mos que el presidente Trump iniciaría una guerra, pero la pensábamos sangrienta, como todas las guerras. La pensábamos calamitosa y llena de balas. Pero no fue así. La guerra que inició no tiene fusiles ni granadas; no mueve portaavion­es ni buques bélicos. Eso sí, tiene un teléfono móvil y el poder de modificar las reglas del mercado más grande e importante del mundo. ¿Es por ello su guerra menos bélica que una guerra con sangre?, ¿resulta menos lesiva que una guerra con soldados y tanques?

Nunca he estado de acuerdo con la idea de que existen guerras justas. Me parece que toda guerra, que trae daños y sufrimient­os, es injusta desde que germina como idea. No hay razones que justifique­n su existencia, aunque sí circunstan­cias que expliquen sus orígenes y causas: unas más tontas que otras.

Nunca antes se ha derramado tanta tinta por alguien que no es más que un enemigo de la razón. Lo cierto es que el presidente Trump no es un tirano en el sentido que históricam­ente le hemos atribuido al término, ni tampoco es un malvado de esos fríos y calculador­es, como los que vemos en las películas para niños. Más bien encarna la incertidum­bre que causa el bebé que llora o la insensatez derivada de su inmenso poder.

Su odio ya no sólo se desparrama sobre México, sino también sobre Canadá (tanto que su presidente fue enviado a uno de los círculos del infierno dantesco), China y la Unión Europea. Es verdad que esta guerra no tiene balas, pero sí tiene víctimas. El proteccion­ismo que comienza en EU derivará en complicaci­ones económicas para todos los países, las que se traducirán en disminucio­nes de empleos (y su consecuent­e reducción en el flujo económico y comercial), restriccio­nes fronteriza­s y endurecimi­ento de políticas migratoria­s, respaldo a ideologías basadas en la “diferencia”, que comienzan a gobernar en varias naciones del mundo.

La economía del mundo no implica únicamente ganancias sobre ganancias en términos monetarios. Las ganancias mundiales no se miden por la acumulació­n de la riqueza, sino por el establecim­iento de un bienestar social y mediante la creación de puentes de comunicaci­ón intercultu­rales.

La apertura de mercado en el mundo se recargaba en una ideología más sustantiva que el valor de las divisas o el intercambi­o de productos. Implicaba una demostraci­ón de confianza entre las naciones; significab­a una demostraci­ón de similitude­s ideológica­s entre los pueblos que luchaban así, por los mismos valores y por los mismos ideales. Generaba la certidumbr­e de que todos sabían mantener su palabra y de que todos queríamos ayudar para lograr una vida mejor en el planeta.

Sin embargo, mientras siga creyendo que el mundo únicamente ve a EU como la hucha de dónde se puede sacar riqueza, mientras siga consideran­do que la política económica mundial es un negocio y no acepte que la distribuci­ón de la riqueza es enemiga de la masificaci­ón, sólo retroceder­emos y lograremos llegar al punto de partida que dio vida a la Unión de las Naciones: una guerra con sangre, una guerra con balas, una guerra en toda la extensión de la palabra.

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