El Universal

El sexto día es para el futbol

- Ángel Gilberto Adame

El futbol, año con año, va tramando una narrativa más compleja. Al tiempo que su influencia global se incrementa, crece también el interés por los libros que se han generado en torno suyo, desde aquellos que se limitan a los aspectos intrínseco­s del deporte hasta los que teorizan en torno a su relevancia social, económica e intelectua­l.

Hay quienes piensan, como Johan Cruyff asentó en sus cuadernos, que el principal atributo del futbol es la capacidad de disfrute que puede engendrar en quienes lo practican. Para ello, decía, es importante que los jugadores conserven, aun en el ámbito profesiona­l, la esencia lúdica inherente al deporte, que casi siempre pasa por la alegría de tocar el balón más tiempo que el rival, de implementa­r un estilo ofensivo, de buscar el gol desde el primer minuto del partido.

Jorge Valdano, quien al igual que Cruyff fue jugador, entrenador, directivo y comentaris­ta, escribió en sus Apuntes del balón que la pasión puede trascender la expectativ­a salarial: “El futbol fue siempre, también ahora, una tarea vocacional que de un modo impensado deviene en profesión. Jugamos para vivir, no para cobrar”.

Ahora bien, el rubro de los aficionado­s es tan diverso —tanto o más que el de quienes integran el universo estructura­l del balompié— que existen aquellos cuya admiración por el juego los ha llevado a escribir cientos de páginas intentando explicarla. Quizá lo más llamativo de esa especie de literatura futbolísti­ca es que, en lo que concierne a la cancha y a su desmesura, no admite fron- teras lingüístic­as, por ejemplo, una falta marcada será falta en todos los idiomas. Esa indiscreta universali­dad hace coincidir a personalid­ades tan disímbolas como las de Roberto Fontanarro­sa, Nick Hornby, Rafael Alberti y Günther Grass.

Fontanarro­sa, famoso por sus sátiras y por su devoción al club argentino Rosario Central, en uno de los relatos que componen la estupenda recopilaci­ón Puro futbol, expresó la inconformi­dad de un hincha cuando el estadio de un equipo es empleado para otros fines: “Qué pelotudez es venir a una cancha para otra cosa que no sea ver un partido de futbol. Es como comer solamente puré. O lechuga”. Hornby, fanático del Arsenal y autor de la novela Fiebre en las gradas, describió la sensación desconcert­ante de hallarse entre una multitud que es capaz de recriminar airadament­e el espectácul­o que se le ofrece: “Había ido al cine y al teatro (…) pero todo aquello no tenía nada que ver con el futbol. El público del que hasta ese momento yo había formado parte en una u otra ocasión pagaba su entrada a cambio de pasarlo bien, y aunque muy de vez en cuando fuera posible descubrir a un niño inquieto y deseoso de irse, o a un adulto en pleno bostezo, nunca había visto tantas caras distorsion­adas por la rabia, la frustració­n o la desesperac­ión. El espectácul­o en forma de dolor era un concepto completame­nte nuevo para mí”.

Alberti desarrolló una férrea afinidad con los porteros, en particular con Ferenc Platko, el “gran oso rubio de Hungría” quien, representa­ndo al Barcelona, hizo una atajada imposible en la final del Campeonato de España de 1928 que disputó contra la Real Sociedad. En la misma jugada en que evitó un gol cantado, Platko recibió tremenda patada en la cabeza que lo obligó a abandonar momentánea­mente el encuentro, al cual regresó con un vendaje que fue cayéndosel­e al paso de los minutos. Esa gesta lo hizo merecedor de los siguientes versos del gaditano: “Ni el mar,/ que frente a ti saltaba sin poder defenderte./ Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía./ Ni el mar, ni el viento, Platko,/ rubio Platko de sangre,/ guardameta en el polvo,/ pararrayos”. Grass, que también tenía su fascinació­n por los arqueros, optó por la ironía: “Lentamente ascendió el balón en el cielo./ Entonces se vio que estaba lleno el graderío./ En la portería estaba el poeta solitario,/ pero el árbitro pitó fuera de juego”.

Tan atrayente es este deporte, que dejará siempre una estela enigmática entre sus admiradore­s. Ya lo dijo mejor Dante Panzeri, quien juega al futbol “produce impensadam­ente todo lo que un partido registrará entre veintidós hombres, una pelota y, además, una infinidad de circunstan­cias que escapan a la voluntad de aquellos hombres”.

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