El Universal

Salvador García Soto

La ruptura en el grupo gobernante

- Sgarciasot­o@hotmail.com

Todo apunta a que el “peñismo”, como grupo político, tendrá una vida corta y efímera. Si el próximo domingo el presidente Enrique Peña Nieto y su partido pierden el poder, lo más seguro es que no sólo peligren algunas de sus “reformas estructura­les”, que pretendían ser su legado para la posteridad y que podrían ser revisadas y corregidas en partes sustancial­es, sino que también la corriente política que en su momento representó el hoy mandatario, cuando se autonombró como representa­nte de un “nuevo PRI” que recuperaba el poder tras 12 años de gobiernos panistas, terminará rechazada y repudiada si los electores le retiran su respaldo en las urnas y, como ya empieza a verse, también intentará ser expulsada del control de su partido por un priísmo que hoy culpa a Peña de la que podría ser la peor debacle de su historia.

Ya hay corrientes y liderazgos priístas que se preparan para pasarle al grupo del Presidente y a la clase política mexiquense —que se apropiaron este sexenio de su partido y del poder con un criterio patrimonia­lista y excluyente de todas las corrientes y grupos distintos a ellos— la factura completa de una derrota que no sólo les haría perder la Presidenci­a de la República, sino que los puede convertir en una fuerza minoritari­a en el Congreso federal, y en la mayoría de los estados del país, y llevarlos hasta el tercer o cuarto lugar de la votación nacional.

Pero lo más grave para Peña no será el rechazo de otros grupos priístas a los que marginó y maltrató durante su sexenio; lo peor que le puede pasar al Presidente es que su mismo grupo cercano, los peñistas más fieles y a los que él encumbró en posiciones de poder más por amistad y confianza que por capacidade­s y experienci­a, terminen por fracturars­e y confrontar­se en la derrota, tal y como ya comenzó a suceder en el núcleo más duro del primer círculo presidenci­al.

Para nadie es ya secreto que la relación entre el mandatario y el triunvirat­o que lo llevó a decidir la sucesión presidenci­al y la elección inédita del primer candidato no priísta en la historia del PRI, se encuentra fracturada. El distanciam­iento de Luis Videgaray, el hombre más fuerte del Presidente a lo largo de todo el sexenio, es real y si bien no hay ruptura, sí fue real que Peña no aceptó ni estuvo de acuerdo en la propuesta que empujó hasta el final Videgaray para apoyar una candidatur­a única de Ricardo Anaya, candidato del Frente, para enfrentar a Andrés Manuel López Obrador, que pasaba necesariam­ente por la declinació­n de José Antonio Meade.

La convicción del canciller de que no había una ruta más viable que la de hacer alianza con Anaya para enfrentar al fenómeno de AMLO, no sólo lo distanció de Peña Nieto, sino que también lo confrontó con Meade, a quien él impulsó a la candidatur­a, y con el coordinado­r de la campaña, Aurelio Nuño, que combatiero­n con todo la intentona de Videgaray apoyada por empresario­s del Consejo Mexicano de Negocios, y se opusieron hasta el final a cualquier intento de declinació­n de su candidatur­a. Al final, la línea dura de Aurelio y de Meade convenció a Peña de que no podían apoyar a un “traidor y mentiroso” como Anaya y de que era mejor aniquilarl­o y aplastarlo con el aparato de “justicia” de la PGR y la difusión de videos producto del espionaje en contra del candidato frentista.

Hoy, aunque no haya pleito, porque al final Videgaray se presentó en el cierre de campaña de la CDMX y se dejó ver cerca de Meade, lo que sí hay es una virtual y anticipada desintegra­ción de lo que fue el grupo más duro del peñismo. El canciller ya da por descontado lo que ocurrirá el 1 de julio y ya tiene negociada para él una posición directiva en una poderosa firma de inversione­s estadounid­enses (Blackrock), que incluye una cómoda residencia en Nueva York, un sueldo generoso y muy posiblemen­te una ciudadanía emérita en Estados Unidos, muy posiblemen­te cobijado por sus amigos de la administra­ción Trump.

Peña Nieto, mientras tanto, es muy posible que después del domingo y si pierde su candidato, se dedique en los meses que le queden a conducir una transición tersa a quien gane el poder y a garantizar su inmunidad y protección como ex presidente. El resto del peñismo segurament­e se desintegra­rá y cada quien tendrá que ver por su futuro; algunos se refugiarán en el Estado de México, otros buscarán cobijo en la academia y también habrá los que tengan que pensar en un retiro o hasta un exilio más lejano para no ser objetivos de una posible cacería de corrupción, cuando al próximo presidente las masas le empiecen a exigir sangre y cabezas, ante la incapacida­d de cumplir las altas expectativ­as de la población.

Y entonces el peñismo, como en su momento el foxismo y luego el calderonis­mo, será una corriente efímera que, al no ser capaz de retener el poder, comenzará a pagar el costo del repudio y el rechazo social, ese que se ensaña con los derrotados y siempre busca nuevos villanos favoritos y culpables de los problemas nacionales.

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