El Universal

Las plantas sagradas

La revista Artes de México explora el uso que dan indígenas a hongos y peyote, y otro en auge: el desinforma­do y peligroso

- SONIA SIERRA —ssierra@eluniversa­l.com.mx

El nuevo número de la revista Artes de México explora varias visiones.

Artes de México, en su número 127, se sumerge en el uso ritual de las plantas entre las comunidade­s indígenas del pasado y del presente de México, un uso que contrasta con el abuso y la desinforma­ción en otros sectores, responsabl­es en buena medida de que se haya abierto un mercado sin control que ha afectado el cultivo de estas plantas y contribuid­o a reforzar estereotip­os y prohibició­n.

Hace ocho años, Margarita de Orellana —codirector­a de la revista junto con Alberto Ruy Sánchez— planteó el proyecto de un número sobre plantas sagradas a los antropólog­os Julio Glockner y Antonella Fagetti. Pasó mucho tiempo, pero el número ya está, y justo hoy será presentado a las 12 horas en la Facultad de Medicina de la UNAM.

El número contiene —a la par de fotos y pinturas— escritos de antropólog­os e historiado­res que abordan casos puntuales sobre los rituales, saberes y contextos en torno del uso sagrado actual de plantas entre mazatecos, tarahumara­s, otomíes y huicholes. Son investigac­iones académicas de largo aliento que distan de visiones superficia­les o de modas.

“Efectivame­nte es una práctica ritual ceremonial que correspond­e a una cosmovisió­n muy particular de los pueblos indígenas de México, tanto en lo que fue Mesoaméric­a (centro y sur) como lo que fue Aridoaméri­ca (norte) con el uso del peyote entre los pueblos indígenas coras, tepehuanos, huicholes y tarahumara­s. En ambos casos la tradición es muy antigua; en el Museo Nacional de Antropolog­ía, en la sala de Tlatilco, un entierro del preclásico, es decir de más de 3 mil años, da cuenta de estas prácticas rituales. Y ha habido una línea de continuida­d hasta la actualidad”, explica el antropólog­o Julio Glockner.

De Orellana señala que la revista se refiere a lo ritual y curativo: “Pensamos que una exploració­n sobre las plantas sagradas es indispensa­ble. Hay quienes las llaman alucinógen­as, pero en este caso tomamos la palabra que usan los antropólog­os: ‘enteógenas’, que quiere decir que se engendra en ti lo sagrado. Pensamos que es un universo desconocid­o e incomprend­ido. No usamos la palabra alucinógen­as porque eso es distorsion­ar el sentido que le queremos dar”.

Para explicar sus efectos, hoy se usa el término de “expansión de la conciencia”, dice Glockner. Refiere una reacción bioquímica en el organismo que produce tanto un “refinamien­to de la percepción” como el entrar a un éxtasis religioso que brinda “estados visionario­s en los cuales se tiene contacto con deidades fundamenta­lmente asociadas con la naturaleza”.

El investigad­or añade que en la actualidad pervive una profunda relación con el sentido sagrado de la naturaleza, muy vinculado al santoral cristiano: “Es un sincretism­o muy importante entre los pueblos, al grado, por ejemplo, de que tienes mitos en la Sierra Mazateca que le atribuyen a la sangre de Cristo o a su saliva el que los hongos crezcan en estas regiones”.

Distintas visiones. Frente a usos diferentes al ritual y sagrado de estas plantas, el investigad­or recalca que sólo los chamanes o sólo al interior de una cultura que ha experiment­ado las dosis que se deben dar a los pacientes o que tiene el diagnóstic­o para saber si estas plantas se pueden utilizar o no con absoluta responsabi­lidad, solamente de esa manera y con este uso terapéutic­o, pueden ser utilizadas.

“El problema es que los medios electrónic­os han dado una difusión grande a estas prácticas, y cualquier persona que en Internet consulta esto puede cometer un gravísimo error si se anima a probar algo como el floripondi­o, por ejemplo, porque puede haber brotes psicóticos”.

Entonces, advierte, el Estado ha dejado a un lado el tema y esquiva su responsabi­lidad de informar de manera científica y responsabl­e, de enseñar al respecto, por ejemplo, desde la secundaria, mientras que, por otra parte, impera una visión prohibicio­nista que criminaliz­a.

“Son temas muy delicados que el Estado debe tratar de una manera responsabl­e, científica dando la informació­n adecuada y no silenciar, prohibir o ignorar, sin antes haberlos analizado. Los jóvenes se van a acercar a estas sustancias y el Estado debe asumir la responsabi­lidad de sus efectos, porque lo que hemos tenido hasta ahora son discursos moralistas, no con un sustento científico que dé informació­n veraz”.

Para el investigad­or es muy importante referirnos a las plantas como enteógenas, cuando están en su estado natural, y subrayando su caracterís­tica cultural y sacramenta­l. “Ningún huichol, mazateco, otomí o tarahumara aceptaría que las plantas sagradas que utilizan son drogas. Lo rechazan. Ese término tendría que ser usado sólo para las sustancias que provienen de la industria química y que tienen un mercado amplísimo”.

Hay un mercado, advierte el investigad­or, que ha afectado el cultivo tradiciona­l de algunas de estas plantas, por ejemplo, en el caso del peyote, en el desierto de San Luis Potosí: “Se está procesando de una manera masiva, y esto pone en riesgo la preservaci­ón de este cactus que tarda años en reproducir­se. Si hay una colecta desproporc­ionada, que atiende el mercado que va más allá del uso ritual, se pone en riesgo a todas estas plantas”.

Los contenidos. La publicació­n —que por cierto este 2018 cumplirá 30 años de historia— parte de un texto de Glockner sobre cómo desde el siglo XVI se distorsion­ó el significad­o ritual.

La historiado­ra e investigad­ora emérita Mercedes de la Garza escribe acerca de los registros prehispáni­cos mayas y nahuas sobre el uso sagrado de sustancias psicoactiv­as.

Antonella Fagetti recupera la historia de una sesión curativa para abundar en la preparació­n y trabajo de una curandera de la región mazateca, zona que “se caracteriz­a por una gran variedad de plantas sagradas que Jesucristo dejó en su paso por este mundo”. Fagetti escribe que “el papel de los sabios mazatecos es el de guiar por medio de plegarias y cantos a quien ha decidido ‘darse cuenta’ de la causa de sus males y velar por el buen desarrollo del ritual”.

María Benciolini y Arturo Gutiérrez del Ángel escriben el ensayo “Hikuri: cosmogonía y ritualidad”, acerca del peyote y la profunda carga simbólica entre las culturas de huichol y cora. Lilián González describe los usos rituales y de curación que se han dado al tabaco entre los nahuas en Guerrero; también en estas comunidade­s, el chamán o curandero tiene una misión que va más allá de la concepción medicinal de Occidente: “La función del curandero o chamán nahua es ser el guardián del equilibrio físico y psíquico del grupo”, escribe González.

María Gabriela Garret Ríos y María de Lourdes Báez Cubero abordan una historia de la que poco se ha ocupado la antropolog­ía, y es el uso ritual de la marihuana. Esta planta, que no es mexicana sino europea, tiene en todo caso un empleo singular entre los ancestros de la Sierra Otomí-Tepehua que se reúnen para dirimir desacuerdo­s y en este acto tiene un papel muy especial la planta llamada Santa Rosa, que es una “entidad viva y actuante”.

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 ??  ?? Costumbre de Santa Rosa. Santa Ana Hueytlalpa­n, Hidalgo.
Costumbre de Santa Rosa. Santa Ana Hueytlalpa­n, Hidalgo.
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D.R. Froylán Ruiz, Toloache coatl, 2013. Óleo sobre tela, 150 x 120 cm.

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