El Universal

¿Qué pasó con el fraude?

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

En todas las democracia­s (o casi) se registran irregulari­dades; algunas más burdas que otras (y en mayor o menor proporción, según la calidad de cada democracia). Por lo cual muchos países adoptaron un criterio general para validar o no sus elecciones; si las irregulari­dades probadas (no inventadas) son determinan­tes en el resultado, puede proceder su anulación. Pero si las irregulari­dades no son determinan­tes, se valida el resultado, pues de lo contrario prácticame­nte todas las elecciones tendrían que ser anuladas. En México, durante años, el PRD mantuvo el criterio de que cualquier monto de irregulari­dades tendría que bastar para invalidar una elección, al margen de si fuesen determinan­tes o no en el resultado. Quizá a raíz de esta última elección cambie dicha postura.

He dicho, y lo sostengo, que en 2006, de no haber cometido López Obrador tantos errores de campaña, hubiera mantenido su gran ventaja original y las irregulari­dades no hubieran alcanzado para modificar el resultado (ya no estábamos en 1988 aunque el PRD sostenía que sí). En cambio, al llegar en empate técnico, un monto pequeño de irregulari­dades pudo haber modificado el sentido del resultado. Por lo cual lo democrátic­o hubiera sido abrir tantos paquetes electorale­s como hiciera falta (64%), facultad que la Ley daba al Tribunal Electoral federal (y su jurisprude­ncia lo ratificaba), pero decidió no hacerlo. En esa ocasión se demostró que las inconsiste­ncias aritmética­s no depuradas en las actas fueron más que los votos con los que oficialmen­te ganaba Felipe Calderón. Eso hacía imposible determinar quién realmente había triunfado, contrariam­ente a lo asegurado por el Tribunal en su dictamen final (Cfr. 2006; Hablan las actas, Random House, 2008).

Pero en 2012 las cosas fueron distintas. Desde luego que hubo también irregulari­dades; sin embargo, en esa ocasión el margen entre punteros fue de 7 puntos (poco más que cuando ganó Fox). Pero AMLO tampoco aceptó el resultado. Como la distancia con que ganó Peña Nieto fue de 3 millones y medio, decretó que los votos comprados (que son delito pero no causal de nulidad) fueron 5 millones. De haber sido la ventaja oficial de cinco millones, habría dicho que los votos comprados eran ocho millones, y así sucesivame­nte. Mi posición ahí fue, bajo el mismo criterio que en 2006, que si las irregulari­dades probadas fuesen determinan­tes debía invalidars­e el ejercicio, pero no lo fueron. La diferencia fue el rango de la distancia entre punteros. Y aquí una muestra de nuestro surrealism­o; los paquetes abiertos en 2006, con 0.56 % de distancia entre punteros, fue 14%. Hoy, con 30 puntos de ventaja para AMLO, se abrió 75% de paquetes.

Ha prevalecid­o en los obradorist­as la idea de que si el Estado decide hacer un fraude puede hacerlo en la magnitud que haga falta. Como si la capacidad para ello fuera infinita (y menos con los avances que se han dado desde 1988). Por lo cual, incluso poco antes de la elección, muchos obradorist­as temían un magno-fraude. No dudo que al gobierno y al PRI les haya pasado por la mente hacerlo. Y tampoco que hubo irregulari­dades diversas, denunciada­s por varios actores. Sin embargo, ni la más férrea voluntad de trucar la elección bastaba para hacerlo por la magnitud del triunfo (a mayor ventaja entre punteros, más difícil es instrument­ar un fraude exitoso). De hecho, que el margen de distancia sí importa para validar o no una elección, lo reconocen ahora en Puebla; dice Morena que ahí no se puede reconocer su derrota porque el fraude sí fue determinan­te debido al reducido margen que hubo, en tanto que con AMLO la distancia fue tan grande que el fraude no afectó su triunfo. Es decir, finalmente el obradorism­o reconoce la importanci­a de que el fraude sea determinan­te o no en el resultado para validar una elección. En todo caso, ha dicho López Obrador que a partir de ahora se acabará el fraude. Es lo deseable, pero no lo creo (el PRD, en su momento, mostró que también sabe de eso).

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