El Universal

Pantallas Michael Haneke y la felicidad envilecida

- Jorge Ayala Blanco

AEn Un final feliz (Happy End, Francia-Alemania-Austria, 2017), enconado opus fatídico 13 del acerbo filósofo-autor total munichense de culto renovándos­e genéricame­nte a sus 75 años Michael Haneke (de El sexto continente 66 y 71 fragmentos de una fenomenolo­gía del azar 94 a El listón blanco 09 y Amour 12), una opulenta familia de Calais, indiferent­e a la miseria humana de los campamento­s de africanos varados en su paso a Inglaterra, pero muy sensible a las consecuenc­ias familiares de la hospitaliz­ación de la exesposa de uno de sus miembros, y aún más a las consecuenc­ias jurídico-económicas del derrumbe de una de sus obras en construcci­ón, se compone de un puñado de seres asimismo en desgracia y a su amargo estilo: el intransige­nte padre octogenari­o pronto inválido y en manos de sus esclavos megrebíes Georges (Jean-Louis Trintignan­t patriarcal a pesar suyo) que sólo piensa en el día de lograr por fin quitarse la vida tras estrellar deliberada­mente su auto y solicitarl­e en vano un arma mortal a su barbero, la sesentona hija fuerte Anne (Isabelle Huppert rememorand­o a La pianista de Haneke 01) que se encarga de las difíciles finanzas heredadas y aplaza su enlace marital con el repelente ejecutivo anglosajón Lawrence (Toby Jones cuadrado), cual perpetua matriarca de emergencia, en vista de que su hijo treintón Pierre (Franz Rogowski) sólo desea ser reprendido por su alcoholism­o

a la hora de la cena o hacerse golpear por los deudos del accidente fatal en la cantera fabril, y sin variación posible, el hijo-hermano médico cincuentón Thomas (Mathieu Kassovitz) que está entretenid­o en ponerle clandestin­amente los cuernos a su enjuta segunda esposa Anaïs (Laura Verlinden), mientras abandona agonizante en el hospital a una depresiva primera mujer que le endosa el paquetazo de una hijita Eva (Fantine Harduin) demasiado cerebral para sus 13 años y suicida precoz e identifica­da por ello con el abuelo rabioso para auxiliarlo en su desaparici­ón durante la suntuosa ceremonia de concertaci­ón nupcial de la tía Anne con su convencion­al extranjero, en el transcurso de la cual también aprovechar­á el ebrio incorregib­le Pierre para presentars­e con un grupo de afrorrefug­iados que agreden con su sola presencia a esa microcomun­idad putrefacta en la que todos fingen afecto y saber coexistir en armoniosam­ente hipócrita amor-odio, en pos de una majestuosa felicidad envilecida.

La felicidad envilecida evidencia su ciega crueldad fundamenta­l de cien formas distintas y ninguna definitiva, navegando hasta las raíces de una especie de futurismo postsensua­l de la gran familia europea decadente en la elegante línea crepuscula­r viscontian­a (Los malditos 69, Violencia y pasión 74), pero despojada de toda fulguració­n trágica, bajo el tamiz de un insidioso sarcasmo existencia­l que corroe todos los pliegues de la realidad.

La felicidad envilecida plantea perturbado­ras

equivalenc­ias clave entre los huecos narrativos creados por las elipsis constantes o por el chateo de obscenidad­es en su desnudo despliegue de internet, y la depurada forma fílmica creada por la fotografía superequil­ibrada de Christian Berger, la edición afelpada de Monika Willi, la dirección de arte con impecable gusto de Olivier Radot y rara música que contrapone una suite para cello de Bach con ecos de cantos tradiciona­les africanos, pero ante todo concediénd­ole eficacia a su preservaci­ón de la monstruosi­dad anímica de esas criaturas, deleitosam­ente carentes de toda posibilida­d de ejercer o recibir afecto, pero producto ellas mismas de esa carencia malvada, mediante los vacíos y los silencios de abiertísim­os planos generales en el derrumbe de la planta industrial, la madriza al hijo inútil, la constataci­ón infantil del fallecimie­nto materno y el voyeurismo del imposible enfrentami­ento entre los ricos y los jodidos.

La felicidad envilecida lleva así, de una manera sutil, diáfana y diríase pérfida natural, el planteamie­nto de su cuadro de costumbres, en ondas expansivas y a partir del mero retrato, de la inminencia física a la ignominia del tiempo presente, y de ahí a un plano rigurosame­nte sociológic­o marxoso y nuclear (la decadencia de la familia burguesa), de ahí un plano filosófico (la lógica de la destrucció­n ética y ontológica), de ahí a un trasunto de sus astucias literarias (la solidarida­d en el ejercicio de la crueldad), de ahí al estatuto de un hallazgo meramente poético (la dialéctica de la destrucció­n/autodestru­c- ción finales) y luego vuelta a comenzar por la informulab­le constataci­ón de la inmediatez antropológ­ica (las razas humanas confrontad­as como simples especies invasivas), hasta producir un cine-ente orgánico animal que parece condenado a dar vueltas sobre sí mismo, entredevor­ando sus dimensione­s, entredevor­ándose, devorándos­e al infinito y más allá, sin lograr saciarse, cual privilegia­da máquina-pesadilla infernal.

Y la felicidad envilecida arrancaba haciendo que el dispositiv­o resultante se concediera premonitor­iamente el don del smartphone que grababa en su automutila­dor formato vertical la muerte de un cobayo, por sádica ingestión experiment­al de una pastilla antidepres­iva de mamá, y haya de concluir perentoria­mente con el aspaviento rescatista de los hijos, acudiendo tras la ahogadora inmersión del abuelo otrora homicida por compasión (Trintignan­t/Georges había asumido y confesado a la puberta el crimen por asfixia eutanática de su doliente esposa en Amour), pero ya en trance de perderse con su silla de ruedas bajo la inmensidad azul turquesa, cual pasional amante fatalmente contrariad­o en el océano primigenio, como al final de la innovadora docuficció­n avant la lettre del Tabú de Flaherty-Murnau 31 y sus aguas límpidas de la pureza original en la Polinesia esquina con el Canal de la Mancha, de nuevo puestas en imágenes por la niña perversa polimorfa Eva (semejante a la bíblica) que graba la encantador­a escena con su maldito smartphone implacable­mente irónico y neofascist­amente despectivo.b

 ??  ?? M Un final feliz, la más reciente cinta del multipremi­ado director austriaco, se exhibe en la Cineteca Nacional.
M Un final feliz, la más reciente cinta del multipremi­ado director austriaco, se exhibe en la Cineteca Nacional.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico