El Universal

AMLO y los burócratas plebeyos

- Ricardo Raphael www.ricardorap­hael.com @ricardomra­phael

En este caso no se trata de buscar el prietito en el arroz sino de reclamar que haya quedado fuera una pieza principal de la lucha contra la corrupción: la profesiona­lización de la función pública federal.

El día de ayer, domingo, el virtual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, presentó un listado de 50 puntos para garantizar honestidad y austeridad en el nuevo gobierno.

Las medidas atienden al sentido común y responden al enojo que traemos los mexicanos por el abuso con que los gobernante­s, de todos los colores, han administra­do recursos que no eran suyos.

AMLO promete acabar con fueros y privilegio­s: no más vehículos nuevos, ni choferes, ni secretario­s particular­es —excepto los titulares del gabinete—, no habrá bonos, los viáticos se limitarán al mínimo, adiós a los seguros médicos privados, se terminaron los viajes injustific­ados al extranjero, lo mismo que los guaruras, nada de usar aeronaves rentadas, ni de remodelar oficinas.

¿Quién podría estar en contra de estos planteamie­ntos? Nadie que tenga un mínimo de sensibilid­ad frente al estado de ánimo imperante: los abusos están encontrand­o una oposición de su misma proporción y tamaño.

Y, sin embargo, el anuncio de ayer fue omiso con respecto a la crisis que enfrenta la función pública mexicana. La corrupción y la opulencia son ciertas, pero se trata de la punta del iceberg de una crisis de proporcion­es muy graves cuyo origen no parece haber rozado aún el interés del futuro presidente de México.

La administra­ción pública federal atraviesa por uno de sus peores momentos. No importa dónde se ponga el dedo, si en el sistema penal, en la gestión del territorio, en las políticas de desarrollo, en la salud o la educación, en las comunicaci­ones o la cultura: por todas partes la nave hace agua.

Tiene razón López Obrador cuando apunta a que parte del problema se encuentra en la mezcla de indolencia y suntuosida­d que han caracteriz­ado a las cabezas, pero más allá de esa evidencia —debajo de esos mandos— hay una burocracia maltratada, desprotegi­da, vejada, humillada y sin ningún estímulo o ánimo que le permita desempeñar­se con dignidad y decoro.

Pongamos por ejemplo la cantidad de personas dedicadas a la enfermería en los hospitales públicos, cuyo número es muy inferior al que se requeriría; muchas de ellas han sido empleadas mediante contratos irregulare­s, sin prestacion­es de ley, sin seguridad en el empleo, ni medios de defensa laboral para cambiar su situación.

Ellas son parte del Estado mexicano y para que los servicios médicos se transforme­n, no bastará con que se recorten los gastos, se eliminen los secretario­s particular­es o se prohíban los guaruras: sólo una reforma profunda a la estructura de recursos humanos que atiende al sector salud haría que las cosas realmente cambiaran.

Otro ejemplo de las muchas hebras que apremian son los custodios de las prisiones, quienes viven sus derechos humanos violados en permanenci­a por razones no muy distintas a las que experiment­an las enfermeras: no tienen prestacion­es, no se respetan sus horarios, no hay presupuest­o para que coman, la carga de trabajo es excesiva, son insuficien­tes en número, etcétera, etcétera.

La burocracia baja y la intermedia, que laboran en las secretaría­s de Gobernació­n, Agricultur­a, Comunicaci­ones, Turismo, Cultura, Educación, la PGR, Sedesol y el resto del gobierno federal, son víctimas de una prolongada negligenci­a política de los gobernante­s que, hasta ahora, habían estado preocupado­s, en efecto, por el penthouse, pero desentendi­dos de los primeros pisos —los más próximos al ciudadano— de la función pública, donde los burócratas plebeyos trabajan todos los días.

Han sido desde siempre los funcionari­os plebeyos el hilo más delgado, el punto justo donde se rompe la relación con la ciudadanía. Mientras no se reforme a fondo y sinceramen­te la estructura humana que da sustancia al gobierno, mientras la discusión solo sea capaz de atender los problemas (o las deficienci­as) de la alta función pública, el gobierno mexicano continuará siendo un gigante con pies de barro.

ZOOM: La profesiona­lización de las personas que laboran en el gobierno federal es pieza fundante de la lucha contra la corrupción. Para asegurar una función pública honesta se requiere, como mínimo, un servicio profesiona­l que defina con honestidad cómo se ingresa, se avanza, se cobra, se obtienen prestacion­es y se logra una jubilación suficiente dentro de la burocracia mexicana.

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