El Universal

No me “jubiles”

- Guillermo Fadanelli

Los animales dentro de sus jaulas en el zoológico no significan un peligro para los seres humanos. Los hombres encerrados dentro de sus automóvile­s sí (escribió Norbert Elias, en Humana conditio). El hombre libre es peligroso; y basta. ¿Por qué? Porque no hay en la tierra dos humanos parecidos. Y la mínima diferencia puede ser el comienzo de una desgracia. Aun así me decanto por la libertad y me atrevo a sufrir las consecuenc­ias. En efecto, el imbécil idealista perdona a priori a los rufianes. Otro ejemplo: los hombres libres confinados por su propia decisión en una cantina son una bomba de tiempo; si dejamos que corra las horas tarde o temprano causarán un disturbio, perderán la conciencia, se volverán otros, mostrarán su vómito y su penuria, se abrirán el corazón para exponer sus penas y de allí emergerá la pus y el gusano.

Estoy al tanto de la condición de los jubilados en México; de su incapacida­d de ahorro debido a sus salarios miserables y a un rechazo ilógico y congénito a la prevención en sí: del aumento de la esperanza de vida; y de la sospecha bien fundada de que en muy pocos años los jubilados serán uno de los mayores problemas sociales en el país. ¿Y qué?, me digo a mí mismo. Los hombres libres dan problemas cuando nacen, cuando son niños, adolescent­es, van a la universida­d o se casan; dan problemas cuando quieren subir en la escalinata social, cuando se vuelven exitosos o caen en la miseria, cuando se hacen viejos, enfermos, frustrados o cuando se mueren. ¿No sería mejor enjaularlo­s? ¡No! La libertad. La libertad. Además, ¿quién va a enclaustra­rlos? ¿Los patos, los extraterre­stres? ¿Dónde se encuentra ese añorado castillo de la pureza? En nadie debe caber duda de que cada nacimiento es un oprobio en potencia disfrazado de idealismo y esperanza. Es preferible pensarlo así y no decepciona­rse después con los crímenes y andanzas de un bulto humano y criminal que en su infancia era un pimpollo.

¡Cuántas personas aguardan la jubilación como un paraíso anhelado durante décadas! Dejarán atrás el martirio de su trabajo y serán todavía más libres. El patetismo de situación semejante corroe la sensibilid­ad más dura inclusive. He tenido el siguiente diálogo con un jubilado que bebía de su vaso a sorbos contenidos y que se considerab­a a sí mismo un hombre que había cumplido su deber, que debía finalmente ser respetado por los no jubilados, y que podía interrumpi­r mi lectura en la mesa de un bar. Lo que deseaba el sexagenari­o era brindar con alguien y celebrar su reciente retiro de una oficina de gobierno. Resumo el diálogo brevemente.

—Finalmente me jubilé; ahora sí a gozar la vida —confesó, cuba en mano.

—¿Y antes no la gozó?

—Sí, pero tenía que trabajar, ya sabes, ocho a diez horas diarias. Ya tengo mi pensión. Y además una familia maravillos­a.

—¿Y por qué nadie de su familia lo acompaña a celebrar? —pregunté yo.

—Están ocupados en sus asuntos. ¿Y además, quién quiere celebrar con la familia? Más noche iré a un table dance.

—Es decir, que comienza una nueva vida. Lo felicito.

—Sí, aunque lleno de enfermedad­es. Pero ¿qué le va uno a hacer?, los achaques, mano.

—¿No le gustaba su trabajo? —pregunté. —No, a quién le gusta trabajar, y menos por un salario de mierda.

—Salud por su nueva vida —levanté mi vaso, le hice un par de falsos halagos y volví a mi lectura.

Sin embargo, ya no pude concentrar­me y reflexioné en mi propia condición. Para alguien que nunca ha pensado en jubilarse o retirarse ¿cuál sería el límite de su actividad? ¿El agotamient­o de sus habilidade­s, la depresión, la soledad? Porque yo necesito escribir, y mientras no llegue la muerte o el suicidio continuaré acudiendo a los libros y a la escritura. Y ello aunque nadie lea mis novelas o mis artículos. Mi fondo para el retiro es un hoyo en la tierra o una incinerado­ra. Mi pensión es la suspensión. Mis ahorros circulan por el viento, como debe ser en alguien que se cree eterno y actúa como tal. De lo que estoy seguro es de que no quiero ser un jubilado que brinda porque ha abandonado su trabajo. Maldita sea; ¿qué porcentaje de la población está ahora realizando un trabajo o una labor que aborrece y esperando el retiro o la jubilación? No quiero enterarme; no hay cifras para ello, sólo frustració­n y amargura, odio y resentimie­nto que se palpa en el ambiente como una densa neblina. Y en unas décadas serán mayoría. Qué bello futuro está por hacerse presente. Es posible que yo exagere (la literatura es también una exageració­n del alma), mas pienso que un zoológico para jubilados sería una locura fantástica; irías al lugar de su encierro y te contarían su historia; se tomarían su tiempo y te aconsejarí­an. Y una vez que escuches sus consejos te dedicarías a hacer justamente lo contrario.

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