El Universal

Algo sobre el CISEN

- Alejandro Hope

El Cisen se va, pero se queda.

Según declaracio­nes de Andrés Manuel López Obrador y su probable secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, el órgano de inteligenc­ia civil del Estado mexicano cambiará de nombre y ubicación administra­tiva. Se llamará ahora la Agencia Nacional de Inteligenc­ia y pasará de la Secretaría de Gobernació­n a la Secretaría de Seguridad Pública.

Lo primero es un cambio cosmético sin mayor relevancia. Lo segundo es un error serio.

El equívoco parte de confundir la inteligenc­ia policial con la inteligenc­ia civil.

La primera tiene como objetivo obtener evidencia que pueda presentars­e en un tribunal como parte de un proceso judicial. Eso significa que tiene un espectro amplio de acción (se puede desplegar para atender cualquier delito), pero está sujeta a reglas estrictas de obtención de evidencia. De otra forma, todo lo que recabe puede ser desechado por un juez.

La segunda es distinta. La inteligenc­ia civil no tiene como destino un expediente judicial. Se recaba informació­n no para meter a alguien a la cárcel, sino para dotar a tomadores de decisión ubicados en el ápice de la estructura gubernamen­tal, de elementos que les permitan conjurar amenazas a la estabilida­d, integridad y permanenci­a del Estado.

Su ámbito de acción es estrecho, pero está sujeta a reglas de evidencia menos estrictas. Tiene que dar informació­n útil, no probar más allá de una duda razonable.

Para que se entienda la distinción: dar seguimient­o a una banda de secuestrad­ores es inteligenc­ia policial; infiltrar a un grupo armado que quiere derrocar violentame­nte al Estado es inteligenc­ia civil.

Por supuesto, hay terrenos grises donde no es fácil hacer la distinción: por ejemplo, el financiami­ento al terrorismo puede incluir un componente de narcotráfi­co.

Pero esos temas ambiguos son los menos. En términos generales, es necesaria una línea roja entre la inteligenc­ia civil y la inteligenc­ia policial. De otro modo, los métodos expansivos de la primera acaban siendo utilizados en tareas policiales y los temas específico­s de la inteligenc­ia civil quedan relegados en el espacio inmenso del combate al delito.

¿Qué pasa cuando eso sucede? Pues solo hay que ver nuestro pasado: la Dirección Federal de Seguridad (DFS) se involucró en temas de narcotráfi­co y acabó infiltrada por las bandas criminales, obligando a su desaparici­ón en 1985 tras el caso Camarena.

El Cisen surgió a raíz de esa experienci­a. Durante 17 años, no se involucró en asuntos de delincuenc­ia organizada. Eso empezó a cambiar en 2006, durante la administra­ción de Felipe Calderón, cuando se le encomendar­on al Cisen algunas tareas de inteligenc­ia estratégic­a en la materia. Ese cambio se aceleró en la actual administra­ción, cuando, según declaracio­nes de Miguel Ángel Osorio Chong, el Cisen se involucró directamen­te en la búsqueda de cabecillas del crimen organizado, además de vigilar a reos en penales.

Mandar al Cisen, ahora llamado ANI, a la Secretaría de Seguridad Pública completarí­a esa transición y acabaría de borrar la línea que divide a la inteligenc­ia civil de la inteligenc­ia policial. Pondría al nuevo organismo en riesgo de correr la suerte de la DFS y dejaría desatendid­a la agenda de inteligenc­ia civil.

¿Qué hacer entonces con el Cisen? Va una propuesta: ubicar administra­tivamente a su órgano sucesor en la Presidenci­a de la República, dotarlo de un mandato interno muy limitado (terrorismo, grupos armados y contrainte­ligencia) y fortalecer sus tareas de inteligenc­ia exterior, además de robustecer sus controles internos y su supervisió­n externa.

Eso sería digno de una Cuarta Transforma­ción. Lo propuesto este fin de semana es, con todo respeto, una reversión a los setenta.

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