El Universal

Francisco Valdés Ugalde

- Por FRANCISCO VALDÉS UGALDE Académico de la UNAM. @pacovaldes­u

“La ausencia de un régimen democrátic­o ha sido tapada con un montón de votos, pero ahí sigue”.

Los titubeante­s demócratas mexicanos crearon un sistema electoral que ha rendido excelentes frutos, pero fueron incapaces de amplificar su voluntad a los confines del sistema constituci­onal y político. Así como entre los años 80 y noventa la sociedad políticame­nte activa pugnó por la democratiz­ación y lo consiguió, fue incompeten­te para mantener la aspiración democrátic­a en alto y hacer la correspond­iente limpieza de la casa gubernamen­tal. Se desentendi­ó del mal funcionami­ento del gobierno y de la pésima estructura del Estado y del régimen. Vinieron así la decepción y el enojo. Berrinche pues. El liderazgo político de los partidos se concentró en la esfera de su interés, cooptados por poderosas sumas de dinero público que se condiciona­ron al resultado de las elecciones, pero no al desempeño cotidiano de la política. La separación de representa­ntes y representa­dos fue fatídica. Latinoabar­ómetro registra puntualmen­te la prematura decadencia. En 2002 el 63% de la ciudadanía apoyaba la democracia, en 2017 sólo el 38%. Cayó en 25 puntos la simpatía y el apoyo a la democracia como la mejor forma de gobierno comparada con otras.

La libertad para elegir gobierno fue incrustada en el seno de un sistema constituci­onal autoritari­o. Elegir democrátic­amente a un espectro de opciones partidaria­s pluralista­s y en equilibrio sin mayorías absolutas se volvió sinónimo de desgobiern­o. El pluralismo resultó en desconcier­to y ausencia de coordinaci­ón política. Se atribuye la culpa a los políticos, pero el desarreglo se debió a muchos factores que hoy reaparecen bajo nuevas formas. La acción política siempre está enmarcada en sistemas de reglas de las que los actores son escalavos casi siempre ciegos. Las principale­s de entre esas normas las proporcion­a el sistema Constituci­onal que pauta conductas, permisione­s, censuras e incentivos. La cultura política prevalecie­nte hace otro tanto al traslapars­e con aquél para formar una unidad caracterís­tica del Estado nacional. Constituci­ón y cultura política han cambiado en algunos aspectos, pero no en otros. Ahí el Talón de Aquiles de nuestra democracia.

Si el impulso democrátic­o cristalizó en la transforma­ción de las reglas para llegar al poder, no avanzó lo suficiente para modificar la manera de ejercerlo una vez ocupado. Gobernar con pluralismo terminó siendo inviable. Las reglas que gobiernan el actuar de políticos (cuando gobiernan) y funcionari­os, desde el presidente de la República hasta el último de los servidores públicos, siguen siendo similares a las del antiguo régimen: de ahí corrupción, impunidad, clientelis­mo, intercambi­o de votos por lealtades y otras plagas. Al imponerse el reparto plural del poder entre partidos se eliminó también la hegemonía de uno solo, con la consecuenc­ia no buscada (y mal pensada) de la dispersión del control político: la disciplina inducida desde la cúspide desapareci­ó, permitiend­o que cada autoridad actuara con más autonomía pero sin mecanismos de nuevo tipo para contener el ejercicio de su poder dentro de una legalidad que obligase al cumplimien­to de la responsabi­lidad y al castigo de formas de proceder ilícitas. Doce gobernador­es bajo investigac­ión, de casi la mitad de las entidades, son prueba empírica de la quimera que inventamos: un sistema electoral democrátic­o engullido por un régimen autoritari­o, corrupto y corruptor.

El presidente electo el 1 de julio sostiene que la naturaleza del régimen mexicano es que sea presidenci­alista. La mayoría de Morena ofrece la herramient­a que antes proporcion­ó el PRI cuando fue hegemónico. De ser usada; de no emprenders­e desde esa mayoría la reforma del régimen autoritari­o, podrá restaurars­e la disciplina perdida y el omnímodo poder desde el desde la Presidenci­a (aunque se descentral­ice). La democracia electoral y el eventual resurgimie­nto del pluralismo serán un estorbo, un enemigo a vencer. La ausencia de una nuevo régimen político democrátic­o ha sido tapada con un montón de votos, pero la ausencia sigue. Claridoso el cuento de Augusto Monterroso “y cuando despertó, el dinosaurio aún estaba ahí”.

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