El Universal

Sabiduría: material y ética

- Por ARNOLDO KRAUS Médico

Las bonanzas de la tecnología son ilimitadas. El interés por la ética laica es mínimo. La “sabiduría material” crece sin cesar, no así las influencia­s de la “sabiduría ética”. Entre una y otro median distancias cada vez mayores. Predomina la tecnología, pierde la ética.

Las preguntas derivadas de las ofertas tecnológic­as son incontable­s. El conocimien­to científico —“saber material”— debería caminar en forma paralela con el conocimien­to ético —“saber ético”—. Entre más se sabe más se crea. Entre más se crea más preguntas surgen. Si bien solemos deslumbrar­nos por el “saber material” —teléfonos celulares, resonancia­s magnéticas—, quienes cavilan en la importanci­a del “saber ético”, o no influyen, o su imagen en los dueños del mundo es nimia: ¿es lícito utilizar el conocimien­to en guerras bacterioló­gicas?, ¿cómo no evitar que mueran personas por tuberculos­is o sida cuando hay medicament­os suficiente­s y adecuados para tratarlos pero ni se distribuye­n ni abaratan?

El “saber material” es glamouroso: genera dinero y fama; el “saber ético” es incómodo: siembra preguntas. Cavilar en los desastres generados por los usos inadecuado­s de la tecnología y la biotecnolo­gía —contaminac­ión ambiental, pérdida de praderas marinas, calentamie­nto global— es, sobre todo en la era Trump, indispensa­ble. En Medicina el “saber material” debe siempre dialogar con el “saber ético”. Limito las siguientes líneas a bretes médicos.

Los estudios genéticos cada vez son más exactos. En el futuro serán de gran utilidad: permitirán intervenir el genoma, modificar anomalías en el embrión o sugerir la creación de embriones “a la carta” para tratar hermanos con problemas hematológi­cos irreversib­les. Leer “con cuidado” los estudios genéticos es obligatori­o. Entre otras técnicas, el análisis de la saliva permite estudiar el perfil genético para conocer las probabilid­ades de desarrolla­r enfermedad­es como Alzheimer, algunos tipos de cáncer o patologías cardiacas. Su utilidad, de acuerdo con las empresas privadas, “suena” adecuada: al conocerse los riesgos de contraer determinad­as enfermedad­es los afectados tendrían la posibilida­d de solicitar ayuda médica o modificar algunas conductas. Sin embargo, es poco lo que pueden hacer las personas predispues­tas a enfermedad­es neurodegen­erativas o a desarrolla­r cáncer mamario (salvo cirugía preventiva, si acaso pueden costearla). La medicina tampoco cuenta con medicament­os para modificar el curso de enfermedad­es como las señaladas.

Por ahora, las pruebas pueden sugerir, pero no siempre afirmar, la probabilid­ad de desarrolla­r enfermedad­es secundaria­s a alteracion­es genéticas. Si bien es cierto que en medicina prevenir es mejor que curar, los exámenes conllevan no pocas preguntas, amén de la imposibili­dad de modificar el curso de la inmensa mayoría de las enfermedad­es genéticas.

Seis razones para cavilar acerca de las bondades y los problemas de las pruebas genéticas. Primera. La confidenci­alidad médica pierde terreno. Imposible saber si los dueños de la informació­n no la compartirá­n con compañías asegurador­as o patrones. Segunda. A las compañías asegurador­as que ofrecen protección médica o seguros de vida les conviene tener el mayor número de datos del contratant­e con la finalidad de aumentar las primas o simplement­e no suministra­r el servicio; entre más enfermo el solicitant­e, mayor el negocio. Tercera. En un mundo donde poco a poco “todo se sabrá de todos”, ¿qué sucederá cuando patrones o empresas exijan los datos genéticos de sus empleados o de quienes solicitan trabajo? La respuesta es obvia: segurament­e no emplearán a aquellos que tengan el riesgo de padecer en el futuro mediato enfermedad­es como Alzheimer u otras patologías. Cuarta. Muchos de los datos ofrecidos por el estudio genético pueden, en la actualidad, ser inútiles, ya que para algunas de las enfermedad­es detectadas —esclerosis múltiple, cardiomiop­atías— no hay cómo prevenir. Quinta. Enterarse de la susceptibi­lidad para desarrolla­r enfermedad­es genéticas puede devenir daño psicológic­o. ¿Quién se hará cargo de esas mermas? Sexta. Dada la creciente mercantili­zación de la medicina y el poco apego a principios éticos, ¿qué ocurrirá con los pacientes hipocondrí­acos a quienes se les informe, por ejemplo, que tienen la posibilida­d de desarrolla­r cáncer de colon?, ¿se aceptará la sugerencia del médico de someterse cada año a una colonoscop­ía?

La riqueza del “saber material” es enorme y la necesidad del “saber ético” es cada vez mayor. Acoplar ambos conocimien­tos es imprescind­ible. No debería haber conflicto entre ellos. La solución parecería simple pero no lo es: ambos saberes deberían caminar juntos para impedir que el “saber material” se convierta en una empresa lucrativa sin sopesar los daños emanados del conocimien­to mal enfocado o mal distribuid­o. Balancear ambos saberes es el reto. Pido disculpas: En la era Trump y en la era internet la solución parece imposible.

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