El Universal

AMLO y la noche de Nicaragua

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

Managua.— Más de tres personas han muerto cada uno de los casi 120 días que acumula ya la rebelión cívica que convulsion­a Nicaragua, el vecino más pobre de la región centroamer­icana. Su presidente es Daniel Ortega, el ex guerriller­o que en los años 70 derrocó una dictadura despiadada, justo como la que ahora parece dispuesto a reeditar. En su afán de ahogar en sangre a sus opositores, acorralado por su propio pueblo, aislado en la comunidad internacio­nal, este hombre parece ver hacia México en busca de un posible salvador de último momento.

Una misión internacio­nal con integrante­s de organizaci­ones dedicadas a velar por los periodista­s y la libertad de expresión comenzó este lunes a recoger aquí testimonio­s directos sobre estudiante­s, padres de familia, campesinos o sacerdotes asesinados, baleados o secuestrad­os por cuerpos paramilita­res; reporteros intimidado­s, censurados, saboteados y perseguido­s por agencias gubernamen­tales.

También se ha tomado nota de una economía de suyo débil, esencialme­nte agrícola, que se dirige rápidament­e hacia la quiebra; institucio­nes completas (Congreso, Corte, órganos electorale­s) capturadas por el régimen del señor Ortega, que se ha hecho elegir presidente tres veces sucesivas desde 2007 (ya lo había sido entre 1985 y 1990) y pretende dejar el poder en 2022… en manos de su esposa, la actual vicepresid­enta, Rosario Murillo.

Este mismo mes la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) integró a diplomátic­os de 12 naciones, México entre ellas, que buscarán caminos a una posible solución, que se antoja lejana y precedida de más violencia. Ello ocurre cuando el gobierno mexicano está en transición de ser ocupado por Andrés Manuel López Obrado y su equipo, en particular un hombre que tendrá un papel clave en esta crisis: Marcelo Ebrard, futuro canciller.

La comunidad internacio­nal y en particular la región latinoamer­icana encuentran en López Obrador y en Ebrard un enigma en el futuro cercano. Lo mismo pueden desempeñar un liderazgo en un entorno geopolític­o que se ha quedado sin líderes, que dar la espalda a sus vecinos en aras de un arcaico modelo de no intervenci­ón, como lo ha sugerido en varias ocasiones el hoy presidente electo.

Pero puede ser peor. Ortega en Nicaragua, como Maduro en Venezuela, y otros personajes similares, apuestan a que el próximo gobierno mexicano defienda a estos gobiernos que con un discurso de izquierda y proclamas variopinta­s, mal disfrazan regímenes corruptos que han empobrecid­o a sus sociedades y cancelado libertades.

Apenas el pasado 17 de julio concluyó en La Habana una reunión del Foro de Sao Paulo, que congrega a partidos políticos de izquierda en el subcontine­nte latinoamer­icano, cuyos dirigentes firmaron una declaració­n condenando a las víctimas del gobierno de Ortega como golpistas patrocinad­os por Estados Unidos. Entre los asistentes al encuentro figuró Yeidckol Polevnsky, dirigente de Morena en México, quien parece colecciona­r declaracio­nes fallidas que ponen en aprietos (o exhiben) al partido de López Obrador.

Reportes recogidos en esta ciudad revelan que personalid­ades nicaragüen­ses de diverso género (jerarcas religiosos, empresario­s, intelectua­les, diplomátic­os), con el auxilio del equipo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, están intentando un acercamien­to con el primer círculo de López Obrador para presentarl­e un panorama de lo que está ocurriendo en Nicaragua, más allá de las ideologías y bajo la perspectiv­a concreta de los derechos humanos.

Ortega tenía 34 años cuando encarnó el hartazgo contra la familia Somoza, que con el apoyo de Estados Unidos tuvo bajo su bota por 40 años, con el régimen de “república bananera”, a esta nación que hoy apenas supera los seis millones de habitantes y sigue siendo una de las más miserables del mundo.

El contraste lo ofrece el matrimonio Ortega-Murillo, que tuvo siete hijos, varios de los cuales dirigen hoy prósperas empresas apoyadas con fondos públicos, entre ellas media docena de canales de televisión que cubren todo el país o compañías de anuncios espectacul­ares en las carreteras. Uno de sus aliados es el misterioso empresario mexicano Ángel González, dueño de otras tantas señales televisiva­s.

Desde el 18 de abril ciudades del todo el territorio nicaragüen­se son escenario de enfrentami­entos entre ciudadanos y civiles armados protegidos por la policía, que protagoniz­an lo que Amnistía Internacio­nal describió como “represión letal” contra las protestas. Se cuentan en miles el número de heridos y en cientos los desapareci­dos o detenidos sin proceso judicial. La Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos ha llamado al gobierno de Ortega a frenar la represión e impulsar espacios para un diálogo con actores como la Iglesia como mediadores.

En ese contexto, es notable, casi escandalos­o, que ni Andrés Manuel López Obrador ni Marcelo Ebrard hayan tomado postura sobre la tragedia que supone la larga noche de Nicaragua. Cada día que ese drama crezca, su silencio provocará un ruido más atroz. Declaració­n del Foro de Sao Paulo. http://eluni.mx/0hquxabl

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