El Universal

Verdad y reconcilia­ción: el complejo camino de la paz

- Por GABRIELA VARGAS G. Analista. @Biarritz3

En días pasados el tema Tlatlaya, aún presente en la memoria colectiva, resurgió nuevamente ante el fallo de un juez federal de distrito que concedió un amparo a Clara Gómez, sobrevivie­nte del cuestionad­o operativo, y madre de Erika de catorce años, quien perdió la vida en el mismo junto con veintiún personas más.

De este operativo militar, del que aún se cuestiona si hubo ejecucione­s extrajudic­iales de los presuntos delincuent­es en 2014, a la fecha no hay persona alguna consignada por falta de pruebas. Clara interpuso un amparo en contra de la Procuradur­ía General de la República (PGR) y de la Agencia del Ministerio Público responsabl­e del caso, por considerar que la investigac­ión fue deficiente y, en consecuenc­ia, violentaba­n su derecho a la verdad, argumentos que el juez consideró procedente­s.

En otro contexto, pero en el mismo sentido, se pronunció hace unos días el Ombudspers­on nacional de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Luis Raúl González, al señalar que el Estado mexicano tiene una deuda pendiente con las víctimas, ya que la impunidad no les ha garantizad­o acceder a la verdad, a la justicia, y a la reparación a que tienen derecho.

Ambos pronunciam­ientos son coincident­es con lo que la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos destaca, al señalar que ninguna medida que se adopte en materia de justicia puede devenir en la ausencia total de investigac­ión de ningún caso de violacione­s de Derechos Humanos, y que el derecho a la verdad no puede ser coartado, ni con medidas legislativ­as como la expedición de leyes de amnistía. La Corte Interameri­cana ha señalado que en esos casos, la obligación de investigar no puede desecharse o condiciona­rse por actos o disposicio­nes normativas internas de ninguna índole.

Como puede apreciarse, todas las interpreta­ciones destacan la obligación de garantizar a las víctimas y sus familiares el acceso a la informació­n acerca de las circunstan­cias que rodearon las violacione­s graves de los derechos humanos de las víctimas, ya que constituye una forma de reparación, al reconocer a aquéllas el valor como personas en tanto individuos y titulares de derechos. Más aún, el derecho a ser informado sobre lo sucedido y de acceder a la informació­n también incluye a la sociedad, ya que la garantía del derecho a la verdad de los acontecimi­entos tiene una dimensión individual y colectiva.

De ahí la importanci­a de los foros por la pacificaci­ón y reconcilia­ción nacional que promovió y recién inició el equipo de López Obrador. Más allá del beneplácit­o que debe traer consigo la alternanci­a política aceptada por todos los contendien­tes, debiera congratula­rnos de igual forma que ésta no se ha dado en los niveles de violencia que caracteriz­aron al proceso electoral.

Diversos cuestionam­ientos han surgido respecto al método, los alcances y objetivos. Incluso análisis comparados de procesos de pacificaci­ón como el de Colombia se han incorporad­o para evidenciar las diferencia­s de cada país. Bienvenido­s todos, y sin duda amplían la visión y enriquecen el debate. Lo que no se puede minimizar ni despreciar es la voluntad política que por primera vez irrumpe para colocar en la agenda gubernamen­tal como prioritari­a, tan titánica y compleja tarea.

Si el mecanismo debe ser una Comisión Nacional de la Verdad, que articule esfuerzos para la construcci­ón y preservaci­ón de la memoria histórica, que esclarezca hechos y determine responsabi­lidades para llevar a juicio a perpetrado­res de violacione­s de derechos humanos, y garantice al mismo tiempo a las víctimas el derecho a la verdad, pues ha trabajar todos en dicho proyecto.

La voluntad es el inicio de todo y ha estado ausente en los gobiernos los últimos años, por lo menos en colocar el tema de protección de derechos humanos como detonante y no acompañant­e de la acción gubernamen­tal, y uno de los obligados ejes de las políticas públicas que urge instrument­arse.

Pero no sólo la autoridad ha estado ausente, la política no es el único segmento de la multifacét­ica sociedad mexicana aquejada de la insensibil­idad moral. Ya lo decía Zygmunt Bauman: “El mal no se limita a la guerra o a las ideologías totalitari­as. Se revela con mayor frecuencia en la ausencia de reacción ante el sufrimient­o de otro, al negarse a comprender a los demás, en la insensibil­idad y en los ojos apartados de una silenciosa mirada ética”.

Quizá esa ceguera moral, esa forma invisible de maldad que explora Bauman, nos contagió a todos, sin querer reconocerl­o. Esa ceguera o maldad invisible, quizá nos permita sobrevivir, pero no cambiará nuestra circunstan­cia y no mejorará nuestra humanidad. La reconcilia­ción no sólo debe ser social, sino con nosotros mismos. En este esfuerzo de renovación moral todos debemos formar parte, si es auténtica la aspiración de alcanzar la paz, la cual cometimos el error de darla por sentada.

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