El Universal

Antonio Ortuño: Premio Ribera del Duero

- Élmer Mendoza

Con La vaga ambición, cuyas virtudes, aparte de la fina escritura, van de lo trágico y desgarrado­r al humor más ácido e impío que un escritor pueda generar, Antonio Ortuño consiguió el V Premio Ribera del Duero, otorgado por un jurado de lujo, nada menos que Almudena Grandes, Juan Bonilla y Sara Mesa. El libro ha sido publicado por la editorial Páginas de espuma, en Madrid, España, en mayo de 2017, y consta de seis cuentos de los que realmente, si usted es de esos lectores de criterios extremos, le costará elegir el mejor. Quiero decir el más intenso y revelador; porque desde el primero, “Un trago de aceite”, se topará con que el arte de contar lo íntimo genera atmósferas fascinante­s que no se le dan a cualquiera. Y no le adelanto lo que experiment­ará cuando esté en “La batalla de Hastings”, que es el último de un libro que no querrá cerrar. Qué bueno que tiene usted una mejor amistad a quien llamar en ese momento. Márquele, sin pena.

Antonio Ortuño, que nació en Zapopan, Jalisco, México, en 1976, es uno de los narradores con vida: quiero decir que se habla de sus libros, de sus declaracio­nes, de su forma de vestir y escribir, y con mis allegados tratamos de su estilo, de su agudeza, de su control de los espacios y de los niveles emocionale­s que logra. Es una narrador agresivo que en sus cuentos no da cuartel al lector. Sabe cómo tocar las fibras más sensibles y lo practica. En La vaga ambición, la construcci­ón de los relatos es perfecta. Su narrador, Arturo Murray, construye un mundo que a cada momento se cae a pedazos. Es un libro, uno de los pocos que conozco, que gira alrededor de momentos específico­s en la vida de un narrador que no es novela. Cada relato es una parte cardiaca de la vida de un escritor funambulis­ta que jamás las tiene todas consigo. Lo suyo es tambalears­e y resulta inevitable que se perciba como un nacido para perder aunque no lo sea. Se trata de un autor que vive en su propio cuerpo todas las vicisitude­s del oficio. Desde los 15 minutos de fama que Andy Wharhol pregonaba, hasta el fracaso y la incomprens­ión de ese sector abyecto que está allí y que, por lo que veo, jamás desaparece­rá de nuestras vidas. Maldita vida tan dispareja. ¡Leonor! Tráeme un whiskey triple para ponerme igual que Murray, aunque no sea jueves.

En el primer cuento y en “El caballero de los espejos”, que es el segundo, Ortuño maneja personajes niños. El primero quita el aliento, pero en el siguiente la respiració­n se agita y es imposible perdonar a Carlos, un idiota redomado de esos que sólo roban oxígeno en el mundo. Seguro usted conoce varios y lo entiendo: aunque uno sea buena gente lo más sano es desearles lo peor. El tercer cuento es una descripció­n de lo que pasa en la vida de un escritor y los riesgos que muchas veces se ve obligado a correr para llevar, como diría Xavier Velasco, la chuleta a casa. Es tremendo y una advertenci­a sobre ciertas tentacione­s del oficio. “Provocació­n repugnante” es un texto extraño, la variante en el contexto creado por Ortuño con los seis relatos; sin embargo, considero que realza la belleza del conjunto; sobre todo que expresa un doble punto de quiebre en los personajes, que aunque están preparándo­se para desaparece­r de un mundo que detestan, su sino será estar siempre presentes. “El príncipe con mil enemigos” es sencillame­nte fascinante. ¿Le gustan las canciones de El Pájaro Cu? A mí tampoco. Y no vayan a pensar que es sólo un asunto de escritores y la extenuante promoción de los libros recién publicados. Si usted no ha tenido la mala suerte de encontrars­e con personas en puestos que no deberían ocupar, dé gracias al creador.

“Leemos para que se inflame una antorcha”, revela Ortuño en el último texto del libro, y usted sentirá como que las palabras tienen cuerpo y las puede abrazar. Cada línea le dará razones para querer la vida, para descubrir qué es lo suyo y aparecerán frente a usted las puertas de la felicidad. Usted sabe, se entra. Proyecta un evidente homenaje a Vargas Llosa que comparto completame­nte. Hay ciertas frases que me gustan: “Envejecer también es una muerte violenta”, algo que si no nos ponemos listos nos podría hacer víctimas cotidianas; “de la emulación nace la narrativa”, que es una excelente manera de explicar los contrapunt­os, y otras más, que segurament­e usted descubrirá en cuanto se deje atrapar por la lectura. Ya me contarán.

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