El Universal

Sueños de opio

- Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY

En lugar de que la montaña de Guerrero sea una muy lucrativa comarca, proveedora de goma de opio para la industria farmacéuti­ca mundial, es una de las zonas más pobres y más violentas del país. Una de las grandes contradicc­iones nacionales es que el sistema mexicano de salud importe enormes cantidades de morfina y oxicodona para atender a nuestros pacientes con dolores muy intensos o con enfermedad­es terminales, cuando nuestro país es uno de los principale­s productore­s de amapola en el mundo.

En 2016, México fue el tercer país donde se incautaron más opiáceos en el mundo. Es decir, tenemos producción de sobra cuando en el mercado internacio­nal hay un déficit de analgésico­s de alto poder. ¿Por qué se incautan y se incineran estas sustancias cuando podrían abastecer legalmente al mercado nacional y extranjero?

Australia, España, Francia, Reino Unido, la India, Japón y Turquía producen opiáceos legal y alegrement­e. Sus agricultor­es obtienen importante­s ganancias y sus farmacéuti­cas generan productos de alto valor comercial y terapéutic­o. México no. A nuestros productore­s de amapola los asedia el Ejército por la mañana y los narcos por la tarde. Si el gobierno hiciera bien su trabajo y respaldara a estos campesinos, la tierra caliente de Guerrero y Michoacán sería un emporio agroindust­rial en vez de un campo de batalla.

México es signatario de la Convención Única de las Naciones Unidas sobre Narcóticos. Es decir, no tenemos impediment­o bajo el derecho internacio­nal, para que nuestros productore­s de opiáceos o derivados de la marihuana, puedan abastecer legalmente a las empresas farmacéuti­cas. No es fácil entender por qué el gobierno de Peña Nieto, bajo el asedio de la opinión pública por la insegurida­d imperante en el país, nunca tomó cartas en el asunto para lograr que una de las zonas más violentas e inestables del país pudiese incorporar­se al mercado formal de la producción de medicament­os. ¿Faltó voluntad política, nunca se enteraron o alguien se beneficiab­a de mantener estos cultivos en la clandestin­idad?

Sorprende en verdad porque los pasos que debe dar un gobierno para abastecer al mercado farmacéuti­co no son particular­mente complicado­s. Tiene que asignar a una autoridad o crear un organismo que se encargue de supervisar la producción y la venta de los alcaloides, determinar las zonas de cultivo, entregar una licencia a los campesinos y asegurar que la producción pactada de opiáceos sea entregada a la instancia designada. Estos pasos tienen que informarse cada tres meses a los organismos correspond­ientes de la ONU y con eso se logra la magia de que una zona de guerra, como es la serranía del sur del país, tenga la opción de ser una de las regiones agrícolas más ricas y estables de México.

Es una buena señal que algunos personajes del gobierno entrante, como Olga Sánchez Cordero y Víctor Villalobos, desde temprano estén tomando cartas en el asunto. Los esquemas de seguridad aplicados por Calderón y Peña fueron un fracaso rotundo. Ensayar fórmulas distintas, como esta de legalizar cosechas que el mundo necesita pero que deben ser contralada­s por su capacidad adictiva, es una asignatura pendiente en nuestro país.

No va a ser fácil para el gobierno de López Obrador entrar con patadas voladoras a la sierra de Guerrero a aplicar las normas y los controles que demanda la ONU. Poderosos intereses se opondrán a que de repente la amapola sea legal. Pero esa es la vía inteligent­e de enfrentar este fenómeno.

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