HUMOR A MEDIAS
Mi ex es un espía y Slender man se quedan a medias: una no provoca risa, la otra no logra asustar
Mi ex es un espía es tolerable, pero el resultado decepciona, considera nuestro crítico.
El filme híbrido, cuando funciona, es entretenimiento casi absoluto. Walter Hill mezcló la primera comedia con cinta de acción, 48 hrs. (1982), empleando como único elemento discordante al coprotagonista, proveedor de lo cómico en cinta por completo seria en su violencia. Ahora, en Mi ex es un espía
(2018), segundo largometraje de la habilidosa Susanna Fogel, la propuesta consiste en cargarles el peso de la comedia a las dos protagonistas, como si duplicar el elemento desconcertante produjera más risas. Por supuesto, no funciona.
La historia se burla del estilo James Bond, era Roger Moore (el título original alude a La espía
que me amó; aquí la traducción correcta habría sido El espía que
me cortó). Cuenta cómo Audrey (Mila Kunis) y su mejor amiga Morgan (Kate McKinnon) se involucran sin querer en una intriga internacional a consecuencia de la cancelada relación (vía mensaje de texto), de la primera con Drew (Justin Theroux), espía profesional quien, al parecer, en el intento por salvarla, la involucra más de lo deseable.
Presentar el enredo le parece suficientemente cómico a Fogel. Sin embargo, la cinta es pendular entre una a otra temática: la comedia de amigas disparejas vistas como “peces fuera del agua”, y la cinta de acción, en este caso sorprende por eficaz.
En efecto, la película propuesta se queda a medias. Eso sí, su acción es espectacular. Al final, Fogel muestra mayor capacidad y visión para ésta. La comedia, su supuesto fuerte, registra todo tipo de chistes, algunos (mal) hechos a punta literal de gritos y sombrerazos.
La película es tolerable por cierta emoción. Pero lo cómico tiene un enredo churrigueresco, con persecución delirante, convencional, vista como suma de equivocaciones.
Si Fogel se hubiera concentrado en la acción habría hecho un notable filme de fría sátira. A pesar de sus aciertos, el disparejo resultado decepciona.
Se debe a un tal “Victor Surge” la creación de un personaje de enorme impacto en Internet.
Jugando en 2009 con un programa digital de dibujo creó Slender Man, de contornos escalofriantes, sin rostro y parecido a un árbol. Se dedica a acosar y fastidiar niños.
Tan fascinante como inexistente, este ser inspiró hace cuatro años (entre incontables creepypastas: espeluznantes historias, imágenes o videos “reales”, breves, copiados y compartidos en la red), un espantoso acuchillamiento cometido por dos niñas de 12 años contra otra.
Ahora, Slender man (2018), cuarto largometraje del director con amplia trayectoria para televisión Sylvain White (con incompetente guión de David Birke), pretende erigir el mito de este ser basándose en lugares comunes de personajes previos (de El Aro a Pesadilla en la calle del infierno).
Quiere ser una nueva franquicia de espanto derivada de Internet para atormentar adolescentes. Así, por ensalmo de una infección no viral sino visual, unas amigas se obsesionan con Slender man. Desapareciendo una de ellas, Katie (Annalise Basso), Hallie (Julia Goldani Telles), Chloe (Jaz Sinclair) y Wren (Joey King), quieren descifrar el misterio.
¿Cómo resuelve la cinta White? Intentando todo tipo de sorpresas. Pero su montaje tartajea (a cargo de Jake York) como una descompuesta luz callejera. A ello agrega un exceso de artificialidad. Y al no ser un filme de horror tradicional ni de vanguardia, jamás asusta: aburre para su breve duración; se pierde en un confuso bosque conceptual efectista junto con su nada aterrador personaje. Uno de los grandes fracasos del año.