La primera colonia de la Ciudad de México
Hace 160 años, el empresario Francisco Somera imaginó el primer fraccionamiento capitalino: la Colonia de los Arquitectos, iniciando una época moderna y de planeación
En la década de 1850, una decena de presidentes gobernaron el país, incluyendo la dictadura de Antonio López de Santa Anna y una nueva Constitución; aunque los conflictos con Estados Unidos habían quedado atrás, llevándose la mitad del territorio nacional, después inició la Guerra de Reforma, que enfrentó a liberales y conservadores tres años.
Para entonces, los límites del Distrito Federal todavía no se fijaban con claridad. La Ciudad de México era el área del actual Centro Histórico; más allá se extendía un solitario paisaje de haciendas y ranchos.
En medio de este panorama, el empresario y jefe de caminos del Ayuntamiento, Francisco Somera, se hizo de un amplio terreno: el Ejido de la Horca, fundado en el siglo XVI, quien luego de un litigio el cual ganó, destinó una parte para crear la colonia de los Arquitectos, la más antigua de la ciudad, dando inicio al crecimiento urbano que aún continúa.
La investigadora María Dolores Morales en el ensayo “Francisco Somera y el primer fraccionamiento de la Ciudad de México”, dice que el proyecto nació en 1858 para “formar una colonia campestre para los arquitectos y estudiantes de arquitectura de la Academia de San Carlos”.
El desarrollo era de 60 lotes entre la Calzada del Calvario, hoy Valentín Gómez Farías; la vía del ferrocarril a Tacubaya, ahora Insurgentes, y las actuales calles de Sullivan y Rosas Moreno, frontera con la Hacienda de la Teja, al sur, y el Rancho de Casa Blanca, hacia el poniente.
Al hablar de los primeros pobladores, Morales señala que “buena parte de los compradores habían adquirido los lotes para construir una casa de campo, o simplemente como una inversión. Son pocos los que realmente se van a vivir a la colonia... además, había algunas casas con talleres: una curtiduría, un telar, una herrería y una fábrica de cerveza. Están ahí establecidos el depósito y oficinas del ferrocarril y el asilo de mendigos”.
Poco después estas manzanas se integraron a la naciente colonia San Rafael, y el resto del Ejido de la Horca se repartió entre la Tabacalera y una sección de la Juárez.
Hoy es difícil imaginar que aquí nació la ciudad moderna, hay escuelas, hoteles, restaurantes, viviendas y fachadas de diversos estilos.
Entre los puntos más emblemáticos está el conjunto habitacional Privada Roja, en el número 61 de Serapio Rendón, antes llamada calle de la Industria, terminado en la primera década del siglo pasado.
En el área que ocupó la extinta colonia de los Arquitectos quedan varias obras de grandes representantes del gremio como Luis Barragán, quien diseñó el edificio de Miguel Schulz 146, y las casas de Sullivan 55 y 57, mientras Mathias Goeritz planeó el Museo Experimental El Eco, ubicado en Sullivan 43.
Mario Pani también dejó huella en la zona con el proyecto del Hotel Plaza, en Insurgentes 149, que destaca por la curvatura de su fachada; en esta transitada esquina, muchos aún recuerdan las noches de conciertos en el bar Bulldog y en la Casa Rasta.
La vieja calle del Sur hoy es Sadi Carnot, y en el número 68 se mantiene en pie una de las construcciones más antiguas e interesantes del vecindario: el Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, que desde 1938 promueve la formación de los jóvenes en disciplinas deportivas y actividades culturales; pero la historia del recinto data de septiembre de 1879, cuando fue inaugurado como sede del Asilo de Mendigos Francisco Díaz de León.
A media cuadra permanece uno de los negocios más entrañables para los vecinos de la actual colonia San Rafael: el café Gran Premio, en el cruce de Sadi Carnot y Antonio Caso.
Su propietario, Francisco Gisbert, ve pasar los sucesos y las anécdotas del rumbo. “Esta cafetería se inauguró en 1962 por dos italianos”, dice.
Francisco relata que en el Gran Premio “hay clientes de más de 20 y hasta 50 años de antigüedad, “y yo mismo soy uno de ellos... cuando empecé a venir todavía pasaba el tranvía de La Rosa, por Antonio Caso, y acababan de ampliar Insurgentes Centro. En Sullivan el sentido era al revés, no existía el Circuito Interior. Quedan algunos negocios de muchos años, como la cantina La Castellana, o la nevería La Especial de París.”
“Mucha gente llega, está uno o dos años y se va... pero es una colonia que ha mejorado”, concluye Gisbert.