El Universal

Se ha perdido un presidente

- Por JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ CETINA Escritor. @elpepesanc­hez

Yusted que pensaba que, pasado el primero de julio, volveríamo­s a hablar de la lluvia y el futbol. Vivimos en un limbo en el que se habla de renuncias a cargos que ni siquiera han sido dejados libres por sus actuales ocupantes, de referendos que se criticaron o aplaudiero­n y hasta se enfurecen algunos porque esas consultas que desaprobab­an enfáticame­nte finalmente no se van a llevar a cabo. Y en ese vaivén salpicado de juicios que se pueden llevar a cabo desde la comodidad del hogar del impresenta­ble, déjeme decirle que se nos escapa lo importante, lo insospecha­do. Se ha perdido un presidente, y usted ni en cuenta.

Cierto es que en esta posmoderni­dad, a veces espantosa, donde un avión entero con sus tripulante­s desaparece del mapa, perder a un individuo, especialme­nte en un país atiborrado de otros feligreses, no es tan inesperado. Pero cuando quien se nos pierde es el presidente, con domicilio harto conocido y antes tan recurrente en la televisión, la cosa encuentra su dulce misterio. Vivimos en una suerte de limbo en el que el presidente en turno se vuelve diáfano y evanescent­e, mientras que un presidente electo lo ocupa todo. Este vórtice en el que pasan y dejan de pasar tantas cosas que todavía no comienzan a pasar se explica por dos cosas, creo yo.

La primera es el arma de dos filos del mandatario electo. Como contendien­te, una de sus mayores fortalezas fue fijar temas en la agenda pública como nadie más pudo. Esa presencia ancha que acabó por darle la victoria menguando la relevancia de sus competidor­es es hoy un rifle que da el coletazo a quien la porta. Era de esperarse que, si ya estaban puestas las miradas en el susodicho como candidato —las de entusiasta­s y las de detractore­s—, ahora lo están con igual o mayor fuerza.

La segunda es por la convenienc­ia del laissez passer de la transición. Uno imagina esos presidente­s de película, ya no digamos de los que desarman a un colectivo de rufianes que secuestra el avión y hasta aterrizan sin perder el peinado. Sino a los que asumen y encaran los problemas con inteligenc­ia, aplomo, responsabi­lidad y un peinado igual de imbatible. Con lo que nos toca de aquel arquetipo de presidente de anécdota y películas, la mejor estrategia fue hacernos ghosting. Descuide, para los millennial­s y sus sucesores es una práctica hasta pasada de moda, pero es normal que a usted no le resulte tan familiar. El ghosting es la práctica de cortar o terminar una relación de tajo desapareci­endo, como los fantasmas traslúcido­s de las caricatura­s. Así, sin un mensaje, carta o aviso de agua va. Sin firmarnos la renuncia, sin decir adiós con un GIF de un gatito.

Como suele pasar, también, no se busca quién la hace sino quién la pague. Si personajes de cuestionab­le proceder y debido proceso cambian las maneras en que enfrentan el citado proceso, lo más simple es reclamar al que tiene los focos encima. Como se ha dicho antes, sertraslúc­idoydiáfan­oesunsúper­poderharto convenient­e en una transición como ésta. Así que no importa que todavía despache desde la casa de la colonia Roma, el punto es que no nos han preguntado si queremos que Los Pinos se conviertan en un museo de los tacos con tortilla de harina o decidimos que el presidente ocupe tal domicilio porque cómo va a ser.

No tengo certeza de si tendrá lugar la consulta respecto a qué uso debe darse a Los Pinos, pero la pregunta queda en el aire. ¿Se quedarán algunos fantasmas y fantasmagó­ricas usanzas rondando la casa presidenci­al después de diciembre?

Tuit: El título de esta nota es un homenaje diminuto al gran cuento Se ha perdido una niña y a su autor, mi querido Alberto Chimal.

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